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Amor latino en My Oxford Year de Netflix: cómo una heroína bilingüe reescribe el romance y la representación

Entre patios adoquinados y paseos en bicicleta a la luz de las velas, My Oxford Year ofrece más que poesía y desamor: sitúa a una latina ambiciosa en el centro de la historia, preguntando qué significa amar sin perder tu ambición, tus raíces ni a ti misma.

Un romance improbable bajo torres históricas

Cuando Anna Alvarado cruza por primera vez las puertas del Mansfield College en Oxford, el amor no figura en su lista de prioridades. Ya conquistó Wall Street, se graduó summa cum laude y trazó los próximos cinco años de su vida. ¿Romance? Tal vez después.

Por eso su choque —literal— con Jamie Davenport en la Biblioteca Bodleiana resulta tan desconcertante. Él es encantador, críptico hasta la exasperación y propenso a citar a Tennyson en los recados de café. Al principio, Anna lo trata como a un excéntrico de Oxford: interesante, pero no transformador. Sin embargo, los debates en pubs, los paseos en bicicleta junto al río y los sonetos garabateados en los márgenes de libros de poesía prestados empiezan a cambiar sus cálculos.

Jamie rechaza las etiquetas. Anna rechaza los desvíos. Pero cuanto más se entrelazan sus historias, más difícil se vuelve fingir que las líneas no se difuminan. Cuando una crisis personal los obliga a tomar decisiones difíciles, ambos deben enfrentar lo que significa conectar cuando ninguno está dispuesto a renunciar a su propio camino.

El director Iain Morris mantiene un tono ligero, pero debajo del encanto hay profundidad. Esta no es una película sobre un rescate romántico: es sobre si el amor puede dar espacio a las verdades de dos personas, incluso cuando esas verdades no coinciden.

Una protagonista latina que no tiene que justificarse

Para Sofía Carson, interpretar a Anna resultó personal. No solo porque se identificaba con la ambición del personaje, sino porque Anna no está definida por su origen étnico: se le permite ser primero un ser humano complejo.

“Anna es brillante y bilingüe, pero la historia no gira en torno a eso”, dijo Carson a EFE tras una proyección anticipada. “Su identidad está ahí, pero no se trata como un obstáculo que tenga que superar”.

En un género aún saturado de personajes latinos secundarios, clichés y arcos de trauma, Anna es un soplo de aire fresco. Es una mujer colombo-puertorriqueña que domina a Shakespeare y maneja modelos financieros. Hace videollamadas con su madre para pedir consejos de arepas en español, y luego defiende poesía metafísica en un tutorial de Oxford. La película nunca hace un guiño a su bilingüismo. No reduce su cultura a “sabor”. Simplemente la deja existir.

Esa normalización silenciosa es una victoria. Hollywood ha tenido problemas durante mucho tiempo para retratar a mujeres latinas como líderes en espacios académicos o financieros de élite. My Oxford Year convierte ese problema en irrelevante. Los padres de Anna, inmigrantes en Queens, aparecen en flashbacks: esperanzados, prácticos, orgullosos. Pero su legado no es de pornografía del sufrimiento, sino de posibilidades.

Incluso el torpe intento de Jamie de hablar español durante una videollamada familiar evita la caricatura. No hay chiste fácil. Solo esfuerzo y calidez, algo raro en el cine romántico comercial cuando entran en juego dinámicas interculturales.

Amor, autonomía y el poder de elegir marcharse

Corey Mylchreest, conocido por interpretar a la realeza en el spin-off Queen Charlotte de Bridgerton, se adentra aquí en un terreno emocional más profundo. Su Jamie es un hombre a la vez abierto y esquivo. Marcado por la muerte de su hermano, se aferra al presente mientras evade cualquier visión de futuro. Sus decisiones son desordenadas, a menudo egoístas, pero intensamente humanas.

“Jamie no se comporta como quisiéramos que lo hiciera”, dijo Mylchreest en una entrevista conjunta con Carson. “Pero tenía que honrar por qué no podía prometerle más”.

El clímax emocional de la película no entrega una solución típica de comedia romántica. Anna no ruega. Jamie no “ve la luz” de repente. En cambio, ambos reconocen la tensión entre amar a alguien e intentar moldearlo. Anna nunca trata de cambiar a Jamie. Escucha, establece límites y toma una decisión—no por él, sino por ella misma.

Esa elección es lo que hace destacar a la película. No hay rescate grandioso. No hay narrativa de salvador. Nadie abandona su carrera por amor. Anna mantiene el control de su propio calendario, incluso cuando su corazón se rompe. Es un retrato de romance moderno pocas veces contado con tanto cuidado, especialmente cuando la mujer es latina.

La película también desafía al público. My Oxford Year sugiere que el poder del amor no reside en conquistar obstáculos ni en doblar vidas para que encajen, sino en soltar con gracia cuando los sueños divergen.

Más que un filme de género: un modelo de representación

Para Netflix, My Oxford Year no es solo una comedia romántica: es un cambio sutil en cómo se teje la identidad en las historias sin convertirla en el conflicto central. Eso es parte de lo que hace tan significativo el casting de Sofía Carson. No está marcando casillas; está ampliando el espacio.

Los espectadores latinos no suelen verse en historias de academia de élite o de romance aristocrático, y mucho menos sin lenguaje codificado, exotización o marcos de trauma. El personaje de Anna ofrece algo radical en su sencillez: la oportunidad de ser brillante, estar enamorada y ser latina, sin compromiso.

Carson lo expresó mejor: “Cuando las niñas ven a alguien como Anna leyendo a Keats en un patio de Oxford, empiezan a imaginarse allí. Así es como empieza el cambio”.

El efecto dominó se extiende más allá de la pantalla. La producción contó con asesores latinos, entrenadores de dialecto colombiano e incluso integró elementos auténticos de utilería—como una pared de cocina familiar llena de notas adhesivas bilingües y veladoras devocionales—que profundizan sutilmente el realismo.

También detrás de cámaras hay movimiento. Aunque los creativos latinos aún representan menos del 6% de los guionistas en Hollywood, películas como My Oxford Year prueban que existe apetito por historias multidimensionales. El público quiere relatos de amor que reflejen cómo la gente vive y ama: en dos idiomas, en culturas mezcladas, en toda su complejidad.

My Oxford Year no termina con una boda. Termina con un paseo—dos personas en caminos distintos, que se encuentran en un puente, reconociendo el amor que los marcó sin necesitar que defina su futuro. Esa contención, esa madurez, es su regalo final.

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Para los espectadores latinos cansados de ser borrados o reducidos, esta película ofrece algo nuevo: una historia donde la ambición y la ternura comparten espacio. Donde elegirte a ti misma no se enmarca como fracaso. Y donde una mujer como Anna—ambiciosa, bilingüe, profundamente amada—puede ser el centro de su narrativa, sin pedir disculpas.

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