La COVID-19 trae consigo otra gran pandemia: la depresión
La COVID-19 ha dejado clara la relación entre la pandemia y la depresión.
En un principio las medidas de aislamiento social sirvieron para evitar que las poblaciones más vulnerables sufriesen las formas más graves de la enfermedad mientras una mejor solución era diseñada. Foto: Unsplash
LatinAmerican Post | Daniel Anato
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Ya van casi dos años desde que inició la pandemia por SARS –COV 2 en la ciudad de Wuhan, China, colocando al mundo en una situación que no se esperaba y generando graves consecuencias en todos los ámbitos de la vida, desde la política a la salud mental. En esta oportunidad se menciona una de estas consecuencias: la depresión como pandemia.
La infección por SARS –COV 2 ha demostrado ser un hueso duro de roer para los organismos de salud alrededor del mundo. En un principio las medidas de aislamiento social sirvieron para evitar que las poblaciones más vulnerables sufriesen las formas más graves de la enfermedad mientras una mejor solución era diseñada.
Con el paso de los meses, numerosos estudios y ensayos clínicos dieron origen a vacunas contra el virus demostrando efectividad aceptable y otorgando gran esperanza a muchos que se aislaron desde un principio en sus casas.
No obstante aún queda mucho por determinar sobre la enfermedad y sus efectos siguen estudiándose en el cuerpo humano.
Si bien la enfermedad inicia como una infección baja del sistema respiratorio y cursa con un cuadro agudo de signos y síntomas clínicos similares a la gripe: común, tos, malestar, fatiga, puede presentarse con síntomas peculiares como la anosmia y ageusia; pérdida del gusto y del olfato, así como la dificultad para respirar que puede agravarse hasta la insuficiencia respiratoria y en los peores casos la muerte.
En algunos grupos etarios que en un principio no fueron relacionados a formas graves de la enfermedad se han encontrado manifestaciones potencialmente mortales como el síndrome de inflamatorio multisistémico pediátrico en niños.
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La pérdida de un familiar querido, la pérdida del empleo, la dificultad para comunicarse o compartir, nuevos cambios inesperados, el aislamiento y el incremento del costo de la vida son estresores comunes que pueden hacer que una persona sea más susceptible a padecer de depresión. Los ancianos que se les dificulta utilizar las herramientas online y redes sociales son particularmente vulnerables al verse aislados dentro de sus hogares sin poder trabajar o socializar con sus seres queridos.
Niños y adolescentes también son afectados por la pandemia y se deprimen. Por lo menos así lo indica un estudio de meta análisis publicado en JAMA con más de 80.000 personas estudiadas.
Por otro lado, trabajadores de la salud, médicos, enfermeros, personal de laboratorio también sufren una carga considerable al ser la primera línea y verse expuestos al virus muchas veces en condiciones laborales no favorables y tener que combatir los estigmas causados por el virus, esto degenera en síndrome de burnout y depresión también.
La pandemia de COVID 19 está aún en pleno apogeo y el mundo poco a poco ha ido adaptándose no sin algunos tropiezos por parte de dirigentes y gobiernos alrededor del mundo y decenas de miles de fallecidos por la enfermedad. No se sabe si esta enfermedad será erradicada por la humanidad como en algún momento sucedió con la viruela o si se vuelva endémica y el mundo tenga que adaptarse a vivir con ella.
La depresión es un problema de salud pública que ha sido agravado en el contexto actual de pandemia y no debe subestimarse como comorbilidad presente en todos aquellos afectados, directa o indirectamente por la COVID 19.