Brasil despide a su monja más anciana, celebrando una vida de fe y fútbol

La persona más longeva de Brasil, la hermana Inah Canabarro Lucas, falleció a los 116 años. Monja devota y ferviente aficionada al fútbol, deja tras de sí una historia de fe inquebrantable, amor por el Sport Club Internacional y una rutina marcada por la disciplina.
Fe temprana y devoción de por vida
Nacida el 8 de junio de 1908 en Río Grande do Sul, la hermana Inah sintió desde joven el llamado religioso. Ingresó a un internado a los 16 años y, en sus veintes, se unió a las Hermanas Teresianas. A lo largo de su extensa vida, enseñó portugués y matemáticas a niños en distintas regiones de Brasil, brindando siempre amabilidad y guía más allá del aula. En palabras de su sobrina: “Siempre fue serena y paciente, incluso en medio de las exigencias.” A pesar de sus orígenes humildes, la hermana Inah llegó a ser una figura destacada, llamando incluso la atención del Papa Francisco, quien la bendijo en 2018.
Durante décadas vivió en distintos conventos y hogares religiosos, estableciéndose finalmente en Porto Alegre. Las hermanas teresianas recuerdan su modestia, calidez y constante gratitud. Según la hermana Rita Fernandes Barbosa, quien dirigía la comunidad religiosa, Inah atribuía su longevidad “a Él allá arriba”. Nunca fue sometida a grandes cirugías, salvo la de cataratas a los 106 años, desafiando durante años las expectativas de fragilidad. Incluso cuando su audición y visión se deterioraron, insistía en mantener su rutina diaria de comidas, oraciones y descanso.
Amor por el equipo y la rutina
Fanática comprometida del Sport Club Internacional, la hermana Inah solía vestir bufandas y camisetas del club de Porto Alegre. Su familia contó que su habitación estaba llena de almohadones con el escudo del equipo. En sus cumpleaños, comía pastel con forma del emblemático estadio Beira-Rio. Tras su fallecimiento, el club compartió un homenaje en redes sociales destacando su generosidad, humildad y entusiasmo por la vida.
Sus familiares describen su rutina constante como clave de su bienestar. Se levantaba temprano, rezaba y comía siempre a la misma hora. Por la tarde, reflexionaba en silencio o compartía historias de sus años como docente y viajera. “Nunca se quejaba”, comentó una de sus compañeras, recordando que la hermana Inah siempre tenía una sonrisa. Incluso a su edad avanzada, conservaba el sentido del humor y animaba a su querido Internacional con optimismo durante los partidos importantes.
Convertirse en la persona viva más longeva del mundo a principios de este año atrajo nueva atención mediática, que resaltó sus hábitos disciplinados. Sus seres queridos afirman que su humildad no cambió y que se sentía un tanto desconcertada por tanta atención. Aun así, su sobrino consideró el reconocimiento como “una muestra de una vida fiel al servicio”. Aunque no padecía enfermedades crónicas, su cuerpo “fue apagándose gradualmente” y falleció en paz en el hogar de las Hermanas Teresianas de Porto Alegre.
Un legado de bondad y disciplina
Al reflexionar sobre su vida, muchos en Brasil destacan su devoción como un factor clave de su longevidad. La oración y la misa diaria influenciaron su visión espiritual. Enseñar la ayudó a desarrollar su mente y a ser más empática. Su conexión con el Sport Club Internacional mostraba que también sabía disfrutar y compartir alegrías, uniendo su vida religiosa con el amor común por el fútbol.
Al recordarla, la hermana Rita subrayó la disciplina que guiaba cada aspecto de su existencia. Ya fuera al despertarse siempre a la misma hora o seguir una rutina estructurada, la hermana Inah encontraba armonía en los rituales cotidianos. “Trabajaba sin descanso, recibía a todos con los brazos abiertos y encontraba alegría incluso en las tareas más pequeñas”, rememoró Rita. Toda la comunidad teresiana de Brasil le rinde ahora homenaje, recordando a una mujer que, durante más de un siglo de vida, no dejó ni quejas ni arrepentimientos, solo gratitud.
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Con el fallecimiento de la hermana Inah, el título de “persona viva más anciana del mundo” pasa a Ethel Caterham, de 115 años, en Surrey, Inglaterra. Pero para quienes conocieron a la monja, su legado trasciende los récords. Demostró que una vida sencilla y centrada en el corazón, llena de devoción—ya sea a Dios, a los alumnos o al fútbol—puede sostener a alguien a través de las épocas cambiantes. En una sociedad que suele perseguir lo nuevo, la rutina de la hermana Inah no vaciló. Su disciplina fue constante. Y en ello reside la fuerza de la fe. Sus últimos días fueron tranquilos, un cierre adecuado. Su vida inspiró tanto a creyentes como a hinchas. Su historia unió la devoción espiritual con la camaradería del fútbol.