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Bukele de El Salvador cambia el puño de hierro por la palma abierta en una nueva cruzada: salvar a los animales callejeros

Después de tres años gobernando con mano dura, el presidente Nayib Bukele ha elegido un campo de batalla más suave. Su nueva guerra no es contra las pandillas, sino contra los perros y gatos callejeros. Promete compasión, alianzas globales y un modelo que podría redefinir el bienestar animal en toda América Latina.


Del puño de hierro a la palma abierta

La publicación fue tan inesperada como deliberada. “Miles de perros y gatos viven en nuestras calles. Queremos cambiar eso, pero sin crueldad”, escribió Bukele en X (antes Twitter) a inicios de octubre. “Tenemos los recursos financieros, pero buscamos socios expertos para convertirlo en un modelo para América Latina. ¿Quién quiere venir a ayudar?”

Este es el mismo presidente que declaró un estado de excepción, encarceló a más de 70,000 personas y transformó la imagen de El Salvador de capital de las pandillas a estado fortaleza. Pero ahora, el hombre que prospera con el espectáculo y los eslóganes ha girado hacia la ternura.

Para cualquiera que haya caminado por los mercados de San Salvador, la necesidad es evidente. Manadas de perros duermen bajo los puestos de comida, hurgan en la basura y esquivan el tráfico. Los gatos abandonados llenan los callejones. Voluntarios y refugios con pocos recursos han estado librando esta guerra silenciosa durante años, solos.

Bukele sabe cómo encontrar un escenario. Como informó AP, es un líder que prefiere soluciones que se puedan filmar: prisiones relucientes, cajeros automáticos de Bitcoin y ahora, quizás, ferias de adopción y campañas de esterilización brillantes. Pero también adoptó un perro callejero, Cyan, cuando era alcalde de San Salvador, y quienes lo conocen dicen que su empatía por los animales es genuina.

El desafío es si esa empatía se traduce en un sistema que funcione cuando las cámaras ya no estén. En un país donde la compasión a menudo es teatro político, los animales callejeros de El Salvador podrían convertirse en el próximo accesorio del presidente —o en su oportunidad para demostrar que el cuidado puede ser política pública.


La promesa y el precio del escaparate

El gobierno ya tiene una base sólida sobre la cual construir. En 2021, el Congreso controlado por Bukele penalizó el maltrato animal, imponiendo penas de cárcel de hasta cuatro años. Al año siguiente, el gobierno abrió Chivo Pets, un hospital veterinario estatal que atiende animales por 25 centavos simbólicos—o su equivalente en Bitcoin, según reportó AP.

Los defensores de los animales celebraron ambas medidas, pero advirtieron que las leyes y los hospitales son solo la superficie. “Necesitamos cambiar esta mala cultura de abandonar y deshacerse de los animales, porque son seres vivos”, dijo Rafaela Pérez, fundadora de Good Fortune Rescue en Zacamil, a la AP. “Los casos que vemos en redes sociales son mínimos comparados con los que realmente existen.”

Lo que todavía falta en El Salvador es el trabajo duro y diario que convierte la buena voluntad en resultados: campañas de esterilización, jornadas de vacunación y programas educativos que cambien el comportamiento a nivel comunitario. Nada de eso genera fotos glamurosas. Son tareas logísticas sin brillo: camiones, bisturís, hojas de cálculo.

Y es caro. Bukele afirma que El Salvador “tiene los recursos”, pero el país está profundamente endeudado y recientemente negoció un préstamo de 1,400 millones de dólares con el FMI, según AP. Para algunos, la idea de financiar programas de bienestar animal mientras se depende del crédito extranjero suena contradictoria.

Esa tensión explica por qué rescatistas como Patricia Madrid, quien dirige Fundación Gratitud en Salcoatitán, piden colaboración—no cooptación. “Hemos luchado por mantenernos a flote”, dijo a la AP. “Nos gustaría trabajar junto al gobierno para cambiar eso.”

El deseo de Madrid—“juntos”—es el plano. Si Bukele quiere un modelo para la región, debe financiar y fortalecer la red existente: los refugios comunitarios, los veterinarios voluntarios y los docentes que incorporan lecciones de humanidad en sus aulas. Un modelo real se mide no en edificios o publicaciones, sino en esterilizaciones realizadas, enfermedades prevenidas y crueldad reducida.


La sociedad civil conoce la verdad sobre el terreno

Las personas que rescatan animales en El Salvador conocen la realidad que las publicaciones de Bukele apenas insinúan. Saben que el abandono suele comenzar con la pobreza, el desalojo o la migración. Entienden que un perro dejado atrás suele ser un síntoma de algo más profundo: una economía al límite, una familia obligada a tomar una decisión difícil.

Por eso, el mejor punto de partida no es la marca, sino lo básico: esterilizar y castrar, a escala nacional. Luego estabilizar a los animales ya en la calle con vacunas y alimento. Apoyar a las familias de bajos ingresos dispuestas a adoptar. Capacitar y contratar técnicos veterinarios de zonas rurales, convirtiendo la compasión en empleo.

Este tipo de plan no es nuevo: es lo que países como Costa Rica y Chile han hecho durante años. La diferencia está en la escala y la estructura. Si el gobierno salvadoreño realmente se compromete a trabajar con las ONG, su modelo podría redefinir cómo la región ve el bienestar animal: no como caridad, sino como infraestructura básica.

Cuando el influencer con base en Tailandia Niall Harbison respondió al tuit de Bukele —“Me encantaría ayudar; tomaré un avión”—, el presidente replicó: “Hagámoslo.” (AP). Su entusiasmo generó titulares, pero los defensores de los animales se mantienen cautelosos. El poder de las celebridades internacionales puede recaudar fondos, pero también eclipsar las prioridades locales. Como dijo Pérez a la AP: “No necesitamos fama, necesitamos ayuda.”

El reto del presidente es asegurarse de que esta iniciativa no se convierta en otro escenario de relaciones públicas. Debe comprar más vacunas, no más murales; financiar unidades móviles de esterilización en Chalatenango y Usulután, no solo sesiones de fotos en San Salvador.


Lo que un modelo humanitario debe demostrar

Si Bukele quiere que este proyecto sea un “modelo para América Latina”, debe superar cuatro pruebas.

Primero, no puede ser una distracción. Los críticos ven ironía en que un presidente acusado de violar derechos humanos ahora defienda los derechos de los animales. La represión contra las pandillas trajo paz, pero al precio del debido proceso. Un plan creíble de bienestar animal no puede borrar ese historial; pero sí puede mostrar si un gobierno construido sobre el control puede también aprender a cuidar.

Segundo, debe durar más que la moda. América Latina está llena de refugios abandonados que brillaron un año y luego se deterioraron. El hospital Chivo Pets es impresionante, pero no puede ser un caso aislado. Si este esfuerzo es serio, aparecerá como una línea recurrente en el presupuesto nacional, no como un pie de foto.

Tercero, debe compartir el poder. Voluntarias como Madrid y Pérez han sostenido esta causa durante décadas. Ahora necesitan financiamiento, no supervisión. El gobierno puede establecer estándares y ofrecer capacitación, pero debe permitir que la sociedad civil lidere.

Finalmente, debe hacer que la compasión sea medible. Publicar informes trimestrales: cuántos animales fueron esterilizados, vacunados, adoptados. Vincular la política con la transparencia, no con el sentimentalismo.

La publicación de Bukele —“¿Quién quiere venir a ayudar?”— fue tanto una invitación como una provocación. La verdadera pregunta es si está listo para escuchar a quienes han estado ayudando desde siempre.

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Si construye un sistema que salve vidas sin espectáculo, El Salvador podría convertirse en la primera nación latinoamericana en demostrar que la compasión, bien aplicada, es gobernanza, no teatro. Y tal vez, por una vez, el presidente conocido por su puño de hierro sea recordado por algo más gentil: una mano abierta que finalmente permaneció abierta.

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