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Colombia Celebra el Épico Carnaval de Negros y Blancos de Creatividad y Recuerdos Compartidos

Este artículo te lleva al corazón del Carnaval de Negros y Blancos de Pasto, una celebración centenaria reconocida por la UNESCO. Más de un millón de alegres participantes formaron un festival vibrante que trascendió las fronteras culturales, desde espectaculares carrozas hasta danzas artísticas.

El Corazón de Pasto

Cada año, entre el 2 y el 6 de enero, la bulliciosa capital del departamento de Nariño, en Colombia, recibe multitudes para uno de los encuentros culturales más espléndidos de Sudamérica. Ubicada al suroeste del país, Pasto se transforma en una explosión de color, música y alegría colectiva mientras se desarrolla el Carnaval de Negros y Blancos. En 2025, el carnaval cumplió una vez más su promesa de ser un espectáculo inmersivo y vital que unió a locales y visitantes de todo el mundo.

El desfile principal del evento, el Desfile Magno, constituyó la joya de la corona de esta fiesta multiconcierta. Las multitudes comenzaron a llenar las calles al amanecer para asegurarse los mejores lugares a lo largo de la ruta del desfile, que se extendía por casi 4,35 kilómetros. En este gran desfile, más de 25 carrozas gigantes ‒ algunas de hasta 15 metros de largo y 10 metros de altura ‒ pasaron ante una multitud sorprendida. Estas carrozas participaron en diferentes concursos mostrando la habilidad y creatividad de los artistas locales, quienes pasaron meses convirtiendo simples dibujos en detalladas esculturas móviles.

Las profundas raíces culturales e históricas del carnaval se remontan a cientos de años, combinando costumbres nativas andinas, celebraciones españolas y influencias africanas. La gente se sentía orgullosa porque el evento incluía a todos y comprometía a toda la comunidad. En 2009, la UNESCO lo declaró una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad ‒ este reconocimiento especial subrayó la gran importancia del carnaval y destacó su rol en mantener vivas las antiguas costumbres locales.

Entre la multitud de entusiastas espectadores, los participantes se cubrían con talco, espuma y colores brillantes ‒ intercambiando acciones lúdicas que mostraban el espíritu de igualdad y amistad en el corazón de la celebración. Hubo una notable armonía al mezclar razas, clases sociales y grupos de edad; durante esos pocos días, Pasto se convirtió en un microcosmos de una Colombia unificada. Artistas callejeros, músicos, bailarines y familias enteras se reunieron, transformando los barrios en escenarios al aire libre para la diversión espontánea.

Líderes locales ‒ como el alcalde de Pasto ‒ hablaban sobre la significativa ganancia económica que la ciudad experimentaba durante el carnaval. Muchos visitantes ‒ algunos dicen que más de 100,000 ‒ llenaban hoteles, restaurantes y tiendas, brindando un apoyo vital a los negocios locales. Sin embargo, el carnaval no solo se centraba en ganar dinero. Este evento celebraba una tradición muy antigua de apoyo comunitario, arte creativo y orgullo cultural ‒ elevando el suroeste de Colombia hacia la atención internacional.

Un Tesoro de la UNESCO

El Carnaval de Negros y Blancos obtuvo su estatus de la UNESCO por varias razones convincentes. Según la organización, el festival reflejaba siglos de fusión cultural entre rituales indígenas andinos, la herencia africana del tiempo de la esclavitud y las prácticas coloniales españolas. La forma moderna del carnaval tomó forma gradualmente, absorbiendo ‒ y a veces subvirtiendo ‒ elementos de las festividades europeas mientras preservaba símbolos únicos prehispánicos. La UNESCO celebró cómo fomentaba la unidad en la diversidad y ofrecía una visión del patrimonio cultural compartido de la humanidad.

En Pasto, las festividades giraron en torno a dos días simbólicos principales: el Día de Negros y el Día de Blancos. Estas referencias eran históricas y estaban vinculadas a los días en que los africanos esclavizados tenían un solo día libre para celebrar su vida y herencia. En el Día de Negros, los asistentes al carnaval se cubrían alegremente de hollín o pintura negra ‒ evocando tiempos en los que los esclavizados celebraban momentos raros de libertad con visible felicidad. En el Día de Blancos, la gente pasaba a usar polvos más claros, talco y espuma ‒ finalizando un ritual que simbolizaba la igualdad, la hermandad y el respeto por la herencia ancestral.

A lo largo de varios días, el carnaval programó muchos conciertos, desfiles y encuentros culturales. Desde la Ofrenda de las Mercedes hasta las celebradas presentaciones de Canta a la Tierra, el carnaval rebosaba referencias a cosmovisiones andinas, influencias católicas y memoria colectiva. Las carrozas transportaban figuras mitológicas de leyendas locales junto con referencias a temas universales como lo sagrado y lo profano. Bandas de música, grupos de danza tradicional e individuos disfrazados compartieron las calles, convirtiendo las de Pasto en un enorme teatro al aire libre.

Crucialmente, el arte del carnaval demandaba meses de preparación. Los artesanos, a veces en grupos de hasta 50 personas, desarrollaban diseños que comenzaban como simples bocetos en papel. Luego construían maquetas pequeñas para abordar los desafíos de ingeniería y estabilidad estructural, particularmente cuando las carrozas medían varios metros de altura. Gracias a un espacio de trabajo dedicado llamado “la Ciudadela Carnaval,” estos constructores trabajaron de manera segura en un solo recinto sin interrumpir el tráfico o la vida diaria. El municipio de Pasto otorgaba a cada grupo aceptado oficialmente un paquete de ayuda financiera de casi 72 millones de pesos (alrededor de 16,500 USD) para apoyar los gastos de construcción de carrozas.

A pesar del ajetreo del proceso de construcción, un fuerte sentimiento de amistad llenaba el proyecto. Familias enteras pasaban tiempo pintando, esculpiendo y creando disfraces. En muchos hogares, las salas de estar se convertían en espacios de trabajo durante las noches y los fines de semana en los meses previos al carnaval. Los niños aprendían de los miembros mayores de la familia ‒ adquiriendo sabiduría sobre historias locales, elecciones de colores y por qué ciertos materiales eran importantes. Estas enseñanzas no solo transmitían habilidades; creaban conexiones entre generaciones ‒ fusionando la historia del carnaval con los relatos familiares y las identidades comunitarias.

Festividades Día a Día

El carnaval duró varios días, y cada uno tenía sus propios eventos, desfiles y acciones especiales. El 2 de enero, los niños fueron los protagonistas del “Carnavalito” ‒ un desfile más pequeño que celebraba el futuro de la tradición. Los más jóvenes se vistieron con disfraces vibrantes llenando las calles de música y sueños. De esta manera, el espíritu del carnaval perduraba para las generaciones venideras. Las actividades comenzaban a menudo desde las 7:00 de la mañana con una Ofrenda de las Mercedes ‒ que mezclaba fe y folclore ‒ seguida de desfiles y conciertos con rock, salsa u otros estilos musicales locales.

El 3 de enero, el enfoque se trasladó a los grupos de danza que se presentaron en un desfile llamado “Canto a la Tierra.” Este desfile rendía homenaje a la tierra y su gente, reconociendo las raíces andinas que forman gran parte de la cultura de Pasto. Los visitantes pudieron disfrutar de conciertos vespertinos con música campesina o “cantos de vida,” conectando el pasado rural de la región con el arte moderno. La mezcla de tradición y nuevas ideas mostró cómo el carnaval seguía siendo esencial para las personas de hoy.

El 4 de enero marcó la llegada de la “Familia Castañeda,” una antigua costumbre que reflejaba la unión de las identidades rurales y urbanas. El desfile estuvo lleno de escenas divertidas de la vida cotidiana ‒ actos cómicos que reflejaban alegremente las realidades sociales. Para muchos locales, estos “personajes” evocaban íconos culturales transmitidos a través de la narración oral, revelando cómo el carnaval de Pasto servía tanto como un memorial de la vida diaria como una vitrina artística. A media tarde, la ciudad estalló en una “Rumba Carnavalera,” atrayendo a las multitudes a una energética sesión de baile que se extendió hasta la noche.

El 5 de enero, conocido como el Día de Negritos, el ambiente se tornó hacia una reflexión más profunda sobre la liberación de los africanos esclavizados. Los asistentes al carnaval se pintaron las caras con tonos oscuros ‒ una práctica que en su momento sirvió como una forma de disfraz y nivelación social y que más tarde se convirtió en un símbolo juguetón de unidad. Las calles resonaban con risas, música y llamados de “¡Una pintica, por favor!” invitando a amigos y extraños a compartir la diversión. La “Rumba Carnavalera” persistió al caer la noche, uniendo a miles en una fiesta al aire libre.

El 6 de enero fue el día del Desfile Magno, o Gran Desfile, que representó el punto culminante del carnaval. Este fue el día de los “banquetes,” cuando los participantes lanzaban talco, espuma y harina, asegurando que todos compartieran una apariencia uniforme y polvorienta. Los oficiales organizaban meticulosamente a los participantes ‒ unas 30 personas con disfraces individuales, 30 comparsas (grupos de danza) y 24 carrozas ‒ para que cada expresión artística pudiera brillar. Las carrozas generalmente mostraban historias locales, mitos atemporales o puntos de vista humorísticos sobre problemas actuales. La imaginación del carnaval parecía interminable, tocando todo, desde temas sagrados hasta la vida diaria.

El carnaval concluirá hoy con eventos que fusionan lo espiritual y lo alegre ‒ honrando el ciclo repetitivo de la temporada. Las calles se llenan con los ecos de la música de los días anteriores y permanecen adornadas con decoraciones. Los niños todavía se sienten emocionados, contando sus carrozas o danzas favoritas, mientras los mayores reflexionan sobre cómo el carnaval ha evolucionado a lo largo de las décadas. Aunque el itinerario oficial termine, la esencia de la alegría sigue resonando en cada rincón de Pasto.

El Corazón de la Cultura Colombiana

Más allá de ser una ocasión anual, el Carnaval de Negros y Blancos simboliza cómo los eventos culturales unen a la gente en Colombia. A pesar de los diversos paisajes y la rica historia del país, festivales como este muestran la fortaleza y la imaginación del pueblo colombiano. El carnaval se convirtió en una versión en miniatura de las muchas culturas del país al mezclar partes de ceremonias ancestrales, costumbres africanas y fiestas coloniales españolas.

Siguiendo esta idea, el Ministerio de Culturas, Artes y Conocimientos de Colombia demostró cómo el carnaval apoyó la equidad, el respeto por los derechos de las personas y la convivencia pacífica. Los organizadores hicieron que el festival fuera accesible para todos, con la mayoría de los eventos gratuitos. Las familias locales recibieron a parientes de lejos, estableciendo nuevas conexiones y renovando viejas amistades. Las actividades compartidas en las calles derribaron muros sociales, mostrando un deseo común de paz.

Los conciertos musicales ‒ como Rock Carnaval y Nariño Musical ‒ se apartaron de los estilos tradicionales añadiendo música moderna. Esta mezcla mostró que el carnaval no era un evento fijo, sino una celebración dinámica moldeada por lo que cada generación apreciaba. Los barrios de Pasto organizaron sus propias fiestas, con ferias gastronómicas que ofrecían ingredientes andinos como papas y maíz, y mercados de artesanía con diseños antiguos y nuevos.

Muchos visitantes encontraron los mejores momentos del carnaval en reuniones espontáneas en las calles o parques públicos. La gente compartía comidas, contaba historias o bailaba al ritmo de tambores improvisados. Esta parte personal del festival fue tan emocionante como las grandes carrozas y los desfiles oficiales, mostrando la calidez genuina que definía la región ‒ una amabilidad impulsada por el espíritu andino de cuidar a la comunidad.

Mientras tanto, los organizadores mejoraron la logística. Al crear un área privada para que los artistas trabajaran, la ciudad redujo el tráfico y proporcionó un espacio más seguro para las actividades creativas. La policía gestionó el tráfico en las vías exteriores; los voluntarios ayudaron a los recién llegados a encontrar lugares para el desfile y los servicios de emergencia permanecieron listos para situaciones imprevistas. Esta planificación cuidadosa facilitó que las familias disfrutaran de los eventos y brindó a los turistas una experiencia cultural menos estresante.

El impulso económico de estas festividades se convirtió en otro resultado crítico. Los restaurantes sirvieron alimentos locales como locro de papa (una sopa de papa reconfortante) y cuy (conejillo de indias), atrayendo a los visitantes ansiosos por probar sabores únicos de la región. Los hoteles y las casas de huéspedes se llenaron, mientras los artesanos vendían textiles tejidos a mano y recuerdos temáticos del carnaval. Los funcionarios estimaron que el evento generó millones de dólares de turismo ‒ un ingreso vital para Nariño, a menudo ignorado por las grandes ciudades de Colombia.

En su esencia, el Carnaval de Negros y Blancos simbolizó la tradición cultural ‒ un gran espectáculo de cómo las costumbres sobreviven y florecen. Recordó a los colombianos y visitantes que el patrimonio podía celebrarse, no olvidarse, que la diversidad enriquecía la unidad y que el espíritu alegre de un grupo podía conectar brevemente las brechas sociales y económicas.

Cuando las festividades terminaron el 6 de enero, los artesanos desarmaron sus detalladas carrozas, guardaron los materiales sobrantes y consideraron los éxitos de la temporada. Los niños que vieron el espectáculo se prepararon para regresar a la escuela, llenos de historias sobre caras pintadas y presentaciones destacadas. Los turistas se fueron llevando recuerdos y preciados recuerdos de alegría compartida, maravillas artísticas y aceptación cultural. La población local de Pasto gradualmente retomó sus rutinas cotidianas tras el carnaval, pero los ecos de la música y las risas siguieron resonando en la mente de las personas.

Así, el Carnaval de Negros y Blancos no fue solo una ocasión anual. Colombia demostró su capacidad de unidad ‒ enraizada en la fuerza inventiva de un grupo que enfrentó dificultades pero siempre defendió su cultura genuina. Cada enero, la rutina regresó ‒ trayendo nueva energía a las costumbres antiguas y confirmando que, aunque las festividades terminen, el espíritu de trabajo en equipo y alegría compartida se mantendrá vivo.

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El arte y el patrimonio se encontraron en un exuberante festival que mostró cómo el color, la tradición y el respeto mutuo podían transformar los días en algo mucho más que ordinario en las tierras altas andinas del suroeste de Colombia. Y el 7 de enero ‒ hoy ‒ el carnaval cierra con un último estallido, dejando atrás una promesa de que su alegre legado perdurará.

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