VIDA

Eduardo Galeano, a diez años de su partida: un legado que perdura

Diez años después de la muerte de Eduardo Galeano, el querido periodista y escritor uruguayo, amigos y familiares recuerdan su espíritu vibrante—con excentricidades como su amor por los cerditos de cerámica y asados dispuestos como cuadros—y reflexionan sobre cómo su alma generosa sigue inspirando hoy en día.


Un hombre de chanchitos y banquetes pictóricos

La vida de Eduardo Galeano fue un tapiz de genialidad literaria y entrañables excentricidades. “Se identificaba con los cerdos,” recuerda su hija adoptiva, Mariana ‘Pulga’ Mactas, en una entrevista con EFE. Rememora su colección de chanchitos de cerámica alineados sobre su escritorio, cada uno un pequeño homenaje a criaturas que él sentía eran injustamente despreciadas. “Llaman cerdo a alguien cuando quieren insultarlo, pero los cerdos son inteligentes y adorables”, solía decir. Tanto los admiraba que su dibujo característico mostraba uno masticando una flor, “algo así como ‘Ferdinando el toro’”, añade Mactas, haciendo referencia al cuento infantil que Galeano le contaba en su infancia.

Aunque su sentido estético suele quedar a la sombra de sus obras más conocidas—entre ellas Las venas abiertas de América Latina—como explicó su amigo de toda la vida Pedro Weinberg a EFE, Galeano “era un esteta de corazón”. Esto se notaba especialmente a la hora del asado. Lejos de lanzar la carne al azar sobre la parrilla, Galeano disponía los ingredientes como un pintor compone una naturaleza muerta. “Visitarlo no era solo comer carne o tomar un vaso”, dice Weinberg. “Era ver cómo colocaba todo en la parrilla, como si mezclara colores en una paleta.” Galeano llamaba al momento de encender el fuego la rompida del fuego, transformando un simple asado en una experiencia casi ceremonial.

Su hija lo recuerda como el “creador de la alegría” en el hogar familiar, donde sonaban sambas brasileñas, canciones icónicas uruguayas de Alfredo Zitarrosa e incluso folk estadounidense de Bob Dylan. Su naturaleza abierta y su ojo para los detalles se reflejaban en las escenas más simples del hogar. Como sus chanchitos adorados, quienes lo rodeaban se sentían vistos y apreciados.


El escritor que nunca se creyó una estrella

Aunque las obras de Galeano se vendieron en todo el mundo —se decía que estaban entre los libros más robados en las librerías— él nunca se comportó como una celebridad arrogante. “Nunca se creyó una estrella,” insiste Weinberg a EFE, resaltando su humildad natural. Incluso tras publicar libros aclamados internacionalmente y regresar a Uruguay luego de años de exilio en Argentina y España, Galeano se mantuvo íntimamente ligado a los barrios de Montevideo. Su casa, compartida con su esposa Helena Villagra, era un centro constante de escritores, pintores y músicos.

Sin embargo, según Weinberg, Uruguay no siempre celebra a Galeano tanto como otros lugares. “En este país, no se molestan mucho,” lamenta, señalando que hay más bibliotecas, escuelas y centros culturales con su nombre en Argentina y en pequeños pueblos españoles que en su propia tierra. Aun así, le reconforta el reconocimiento que aún se le da en el barrio Malvín de Montevideo, donde lo homenajean murales y vecinos que recuerdan con cariño al escritor que nunca rehusó una charla cotidiana.

De hecho, la huella que Galeano dejó fue tanto personal como literaria. Solía decir que sus libros no eran solo suyos, que estaban hechos de recuerdos, escenas callejeras, fragmentos de diálogos y destellos fugaces de la vida en América Latina. Ese espíritu colectivo impregnaba su forma de ver el mundo. Como lo resume Weinberg: “Era un hombre que incluía a todos en su círculo y los trataba con la misma amabilidad.”


Un segundo hogar en el Café Brasilero

Cerca del casco histórico de Montevideo se encuentra el Café Brasilero, un lugar tradicional que parece estar impregnado del alma de Galeano desde que uno cruza la puerta. Su administrador, Santiago Gómez, explica a EFE que el local existe desde hace más de un siglo, pero que la presencia de Galeano le dio nueva vida. “Era una extensión de su casa,” dice Gómez, relatando cómo el escritor saludaba al personal, se sentaba en su rincón favorito y pedía un café o jugo antes de sumergirse en charlas profundas con artistas, intelectuales o viejos amigos.

Cuando el café cambió de administración hace 16 años, los nuevos dueños incluyeron una cláusula especial en el contrato: Galeano siempre tendría una mesa reservada y un café gratis. “Nunca lo aprovechó,” se ríe Gómez, recordando cómo insistía en pagar cada vez. “Era algo simbólico, en realidad.” Ese gesto continúa vivo: muchos visitantes dejan dibujos, postales o pequeños objetos en el café, conmemorando a Galeano en su segundo hogar.

El vínculo entre Galeano y este rincón montevideano refleja la conexión que forjaba dondequiera que iba. Ya fuera en su mesa familiar o en un café público, acortaba la distancia entre el escritor en su escritorio y la gente común. Incluso hoy, muchos pasan por el Café Brasilero no solo por una bebida, sino para empaparse de la presencia de un hombre que, como observa Gómez, “vivirá mientras estas puertas sigan abiertas.”


Una vida abierta a los demás, un legado que sigue vivo

Los rituales artísticos de la vida de Eduardo Galeano convertían momentos ordinarios como asar carne o coleccionar cerditos en experiencias profundas. En Uruguay y más allá, fue mucho más que un escritor famoso. Cultivó vínculos personales mientras organizaba encuentros con generosidad y observaba los pequeños detalles de la vida con curiosidad.

Galeano afirmaba que su lealtad principal era con los de “abajo”, aquellos marginados o ignorados por las grandes narrativas políticas. Esa empatía lo impulsó a escribir obras que, con lirismo, daban voz a las luchas y esperanzas de América Latina. Hoy, en el décimo aniversario de su partida, esa empatía resuena en los homenajes pintados en los muros de Malvín y en el afecto continuo de quienes, como Weinberg, extrañan al hombre que describen como “una persona muy querible”.

Lea Tambien: Titán peruano se despide: El legado de Mario Vargas Llosa

Al final, el espíritu abierto de Galeano sigue siendo una guía para quienes buscan conexión humana en un mundo que tiende al aislamiento. Ya sea caminando por las calles de Montevideo o sentado entre las cálidas paredes del Café Brasilero, su memoria invita a cuestionar la realidad, compartir historias y encontrar solidaridad en los actos más simples de la vida—siempre con la mirada irónica y maravillada con la que él observaba el mundo. Como insisten muchos de los que lo amaron, aunque físicamente se haya ido, la esencia de Eduardo Galeano está lejos de perderse: está bordada en cada recuerdo, cada anécdota y cada ejemplar gastado de sus libros.

Related Articles

Botón volver arriba