VIDA

El artista del barro de Colombia esculpe memoria, empatía y conciencia viral

En un apartamento de Bogotá que también funciona como memorial, Edgar Humberto Álvarez moldea el dolor y la resiliencia de Colombia en esculturas de plastilina, transformando el duelo en empatía, la violencia en testimonio y la memoria en algo que internet no puede simplemente deslizar y olvidar.

De la masa de cocina al testimonio en arcilla

Entrar en la sala de Edgar Humberto Álvarez cambia el aire. No hay pedestales ni cuerdas de terciopelo, solo paredes llenas de rostros de plastilina: mujeres trans asesinadas, campesinos desplazados por la guerra, líderes guerrilleros, expresidentes, niños desaparecidos de su historia. Cada estante está etiquetado: “Policía”, “Historia”, “Migración”, “LGBTQ+”.

Álvarez, de 49 años, hace todo con plastilina —esa masa que suele encontrarse en pasillos de útiles escolares más que en museos—, pero en sus manos se convierte en material de memoria. “Lo que quiero es que generen diálogo”, le dice a EFE.

Su historia de origen suena tranquila, incluso doméstica. De niño, aprendió a amasar masa ayudando a su abuela a hacer arepas. Modeló bloques de arcilla que sacaba de las obras donde trabajaba su abuelo. Lo que empezó como juego se volvió expresión. Hoy es un oficio que vibra con urgencia.

En el centro de su modesto apartamento bogotano, una mesa hace de estudio. Las figuras son pequeñas, pero las preguntas que plantean son enormes. ¿Por qué una sociedad olvida a las personas que hiere? ¿Cómo suavizar la rabia sin borrar la verdad? En esta sala, la plastilina no pretende responder; invita a conversar.

Haciéndose viral, un rostro a la vez

El nombre “Se lo explico con plastilina” es más que un título ingenioso: es una misión. Las esculturas de Álvarez han reunido casi un millón de seguidores en Facebook y más de 180,000 en Instagram. Pero nunca buscó la viralidad.

Comenzó en Los Ángeles, lejos de casa, tras conocer a personas sin hogar cuyas vidas lo marcaron. Eso lo llevó a “Los invisibles”, un cortometraje sobre quienes no se ven y que le cambió el rumbo. “Lejos de mi país, me volví más colombiano que nunca”, dijo. Comenzó a esculpir la memoria como otros escriben un diario o rezan: a diario, con intención.

Sus figuras se convirtieron en retratos y luego en parábolas: una mujer trans arrojada a un río en Medellín, cuya imagen modeló y publicó hasta que el presidente Gustavo Petro la compartió indignado; un burro cargado con explosivos durante la guerra, ahora inmortalizado en plastilina y colocado en un lugar donde los escolares pueden verlo.

Siempre empieza por las figuras: los ojos abiertos, la ceja levantada, la postura o el gesto que insinúa cómo la persona real se movía por el mundo. Luego viene el pie de foto: unas líneas que anclan la escultura en hechos y sentimientos. El efecto: un feed que te detiene en medio del scroll. “Llevo años viviendo de hacer figuritas de plastilina —y feliz de hacerlo—”, dice, casi sorprendido.

Esculpir para el diálogo, no la división

Álvarez no rehúye la política. Esculpe directamente en sus heridas: desapariciones forzadas, violencia de género, muertes de migrantes, brutalidad militar, apatía mediática. Pero cuida de no caricaturizar la actualidad. “Más que dividir, me interesa unir”, dice a EFE.

Uno de sus primeros encargos fue para una campaña presidencial en 2010. La imagen en plastilina del candidato Antanas Mockus apareció en carteles por toda Colombia. Luego vinieron trabajos más satíricos, pero Álvarez dio un paso atrás. Demasiadas amenazas. Demasiado ruido.

En su lugar, decidió profundizar en historias que resisten encuadres fáciles: la mujer trans asesinada, el maestro atrapado en un fuego cruzado, el niño migrante que cruzó el Tapón del Darién con solo una bolsa plástica y un nombre escrito con marcador.

No esculpe el juicio de Álvaro Uribe. Esculpe al adolescente abatido en una protesta. No corre tras los titulares diarios. Guarda espacio para lo que estos pasan por alto.

Aun así, a veces rompe sus propias reglas. Cuando asesinaron al senador Miguel Uribe Turbay, hizo una figura con gafas, raya al lado y traje, porque el país pareció llorar al unísono. Ese es su compás: no el partido, sino el pulso.

EFE/ Carlos Ortega

Construyendo un puente de plastilina en la selva

Ahora, Álvarez trabaja en un cortometraje sobre el Tapón del Darién —la peligrosa selva entre Colombia y Panamá que se ha convertido en cuello de botella migratorio para miles que huyen de la pobreza, la violencia y el colapso climático.

Para hacerlo, viajó él mismo al Darién. La selva le dio batalla. La humedad borraba los bordes de su plastilina. Los mosquitos marcaban el ritmo. Pero siguió esculpiendo: pequeños migrantes con ponchos, miradas agotadas, espaldas encorvadas, bolsas plásticas como mochilas.

“La plastilina sirve de puente”, dijo a EFE. Primero la gente dice: “Ay, qué linda, una muñequita”. Luego mira más de cerca. Luego ve.

Ese puente está funcionando. En las aulas usan sus figuras para hablar del conflicto. Padres las usan para explicar qué significa desaparecer. Jóvenes trans colombianos le escriben para decirle: “Ella importaba porque tú le hiciste el rostro”.

Nunca usa las figuras como accesorios. Esculpe, publica y luego escucha. A veces es él quien llora.

Cada cabeza lleva horas. Cada mano, días. Los detalles importan: una cinta en la muñeca de una hija desaparecida, un pliegue en la chaqueta de un campesino, un tatuaje en el cuello de un joven visto por última vez en una protesta. El cuidado que pone en cada una es una forma de resistencia. También lo es la alegría. Sus animales —perros juguetones, conejos atentos— equilibran el duelo. El mundo es brutal. Su plastilina dice: sí, pero también.

Cuando el teléfono deja de grabar y la cámara se guarda, Edgar Humberto Álvarez vuelve a la bandeja de piezas que lo esperan en la mesa. Un nuevo rostro, aún desconocido. Unos ojos todavía vacíos. Trabaja sin prisa.

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En una ciudad que desliza la tragedia y un país aún dividido por la memoria, él ofrece un acto lento y radical: dar forma al dolor, sostenerlo y dejar que sea visto.

“Empatía”, repite una y otra vez. “Empatía”.

La plastilina es blanda. Pero lo que hace con ella tiene peso.

Créditos: Reportaje basado en entrevistas de EFE.

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