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El ascenso y la caída del primer dispensario estatal de morfina en México

El primer dispensario estatal de morfina de México tuvo como objetivo revolucionar el tratamiento de la adicción a las drogas en la década de 1940. La breve iniciativa terminó bajo la presión de Estados Unidos, pero su historia proporciona ideas valiosas para los debates contemporáneos sobre políticas de drogas.

En una luminosa mañana del sábado 9 de marzo de 1940, la banda de música del ejército mexicano tocaba melodías jubilosas mientras camarógrafos y periodistas se reunían en el patio del número 33 de la calle Sevilla en la Ciudad de México. Estaban allí para capturar un momento histórico: la inauguración del dispensario estatal de morfina para drogadictos, pionero en México. Este dispensario, parte de un programa nacional integral, fue una iniciativa pionera destinada a establecer un monopolio estatal para suministrar morfina a precios nominales a los mexicanos que padecían adicción a las drogas, según lo prescrito por los médicos.

El objetivo principal de esta iniciativa era aliviar la demanda de morfina ilegal proporcionando a las personas con adicción una fuente legal controlada. Como explicaron esa mañana los médicos empleados por el gobierno, los dispensarios tenían como objetivo reducir gradualmente las dosis de los adictos, llevando a la desintoxicación. A los participantes se les permitiría continuar con su vida cotidiana si no se los considera un peligro para la sociedad. Incluso para los casos incurables, los dispensarios ofrecían una forma de desconectarse del mercado ilegal de drogas, debilitando así las florecientes redes de narcotráfico. Al proporcionar un lugar seguro para inyectarse morfina, el dispensario también tenía como objetivo reducir la propagación de infecciones de transmisión sexual y combatir las actividades delictivas impulsadas por la necesidad de financiar el consumo de drogas.

Un enfoque progresivo hacia la drogadicción

Este innovador programa, adherido a lo que hoy se conoce como “mantenimiento” de adicciones, no tenía precedentes en México y se debió principalmente al esfuerzo del médico Leopoldo Salazar Viniegra. Salazar Viniegra, director de una dirección gubernamental sobre drogadicción a finales de la década de 1930, encabezó esta reforma de las leyes federales sobre drogas, que anteriormente exigían que todos los drogadictos fueran confinados en hospitales. El programa se inspiró en iniciativas similares en otros países, donde médicos progresistas habían establecido clínicas para proporcionar morfina a personas con adicción a precios bajos y ofrecían programas de tratamiento radicales.

La apertura del dispensario el 9 de marzo simbolizó el inicio de un nuevo paradigma para la política de drogas en México. Fue un paso audaz hacia un enfoque humano y pragmático de la adicción, que buscaba tratar a las personas con adicción como pacientes y no como criminales. La visión de Salazar Viniegra era integrar a las personas con adicción a la sociedad mediante un tratamiento controlado en lugar de aislarlas en hospitales o prisiones.

Sin embargo, el optimismo que rodea al dispensario podría haberse vivido más. A pesar de lo prometedor que era, el programa enfrentó importantes desafíos desde el principio, tanto a nivel nacional como internacional.

Presión de Estados Unidos contra la reforma antidrogas

El dispensario de la calle Sevilla funcionó sólo unos meses. El 3 de julio de 1940, el gobierno federal suspendió la reforma de la ley de drogas “por tiempo indefinido”. Esta decisión fue consecuencia directa de la incesante presión del gobierno de Estados Unidos, que comenzó ya en abril de 1938, cuando Harry J. Anslinger, jefe de la Oficina Federal de Narcóticos de Estados Unidos, se enteró del proyecto de Salazar Viniegra.

Como se documenta en la correspondencia conservada en los Archivos Nacionales de Estados Unidos, la respuesta de Anslinger fue oponerse inmediatamente a los planes mexicanos. Estos planes contrastaban marcadamente con la lógica prohibicionista que Estados Unidos había estado promoviendo internacionalmente desde principios del siglo XX. Los diplomáticos estadounidenses presionaron al presidente Lázaro Cárdenas para que destituyera a Salazar Viniegra de su cargo, considerando sus políticas progresistas como una amenaza.

La postura de Salazar Viniegra sobre la marihuana avivó aún más la controversia. Sostuvo, basándose en sus propias experiencias, que la marihuana no era dañina para la salud, una opinión que resultó escandalosa para los grupos conservadores tanto en México como en Estados Unidos. Anslinger temía que México pudiera avanzar hacia la legalización de la marihuana bajo la influencia de Salazar Viniegra, lo que provocaría una campaña aún más agresiva en Estados Unidos. intervención.

La amenaza de un embargo médico

El gobierno de Estados Unidos empleó varias tácticas para ejercer presión sobre México, siendo la más efectiva la amenaza de un embargo de suministros médicos. Anslinger aprovechó la Ley de Importación y Exportación de Estupefacientes de 1922 de Estados Unidos, que le permitió negar licencias para envíos de narcóticos a países que no mantenían sistemas de control adecuados. Dado que la mayor parte del suministro de morfina y codeína de México procedía de Estados Unidos, esta amenaza era sustancial.

El pánico se desató en México. Apenas unas horas después de que abriera la clínica, la noticia de la amenaza estadounidense llegó al secretario de salud mexicano, lo que provocó una sesión de emergencia del consejo de salud el 12 de marzo. A pesar de los intentos de negociar, la postura de Anslinger fue firme: no se permitirían envíos a menos que se aprobara la reforma. derogado.

El contexto global de la Segunda Guerra Mundial complicó aún más las cosas. Gran parte del suministro mundial de narcóticos pasaba ahora por Nueva York, lo que daba a Estados Unidos una influencia adicional. Con las industrias farmacéuticas europeas en crisis, la dependencia de México de los suministros estadounidenses creció, haciendo que la amenaza de Anslinger fuera aún más potente.

El 3 de julio de 1940, el gobierno mexicano anunció la suspensión indefinida del Reglamento sobre Toxicomanías. Diez días después, se cerró el dispensario de la calle Sevilla, marcando el final del breve experimento de México con una política de drogas alternativa. Este cierre fue un resultado directo de la presión del gobierno de Estados Unidos, que efectivamente puso fin al intento de México de construir una política de drogas progresista.

Un legado de prohibición

El cierre del dispensario marcó el fin del intento de México de construir una política de drogas progresista y anunció un enfoque más punitivo. A partir de ese momento, la política antidrogas mexicana se alineó cada vez más con las estrategias prohibicionistas estadounidenses. En 1945, el decreto del presidente Manuel Ávila Camacho permitió el traslado de presuntos narcotraficantes y personas adictas a la remota prisión federal de las Islas Marías sin juicio, lo que ejemplifica el cambio hacia la criminalización.

Durante el resto del siglo XX, la política de drogas de México siguió siendo más punitiva que la de Estados Unidos. El legado del dispensario de Salazar Viniegra quedó en gran parte olvidado, eclipsado por las duras realidades de la guerra contra las drogas. Casi 85 años después, México continúa lidiando con un marco prohibicionista, luchando con las consecuencias de la violencia criminal y el uso no regulado de drogas.

La historia del dispensario de 1940 ofrece lecciones vitales para los debates contemporáneos sobre políticas de drogas. Mientras las recientes reformas en Estados Unidos, tanto a nivel estatal como federal, indican un cambio hacia enfoques más progresistas, México tiene una nueva oportunidad para reconsiderar su postura. La elección de Claudia Sheinbaum como presidenta electa ofrece la posibilidad de revisar y revitalizar estrategias alternativas para abordar el consumo de drogas, ofreciendo un rayo de esperanza para una política de drogas más humana y eficaz.

Aprendiendo del pasado, dando forma al futuro

La historia del primer dispensario estatal de morfina en México es un conmovedor recordatorio del potencial de políticas de drogas innovadoras que prioricen la sobrecriminalización de la salud pública. También destaca las presiones externas que pueden impedir tales esfuerzos, enfatizando la necesidad de cooperación internacional y apoyo a reformas progresistas.

Reflexionar sobre este episodio histórico en un momento en que México se encuentra en una encrucijada puede proporcionar ideas valiosas para desarrollar políticas de drogas más humanas y efectivas. El fracaso de la iniciativa de 1940 no se debió a sus defectos inherentes sino a la abrumadora presión externa que impidió su adecuada implementación. Comprender este contexto es crucial para desarrollar resiliencia frente a desafíos similares en el futuro.

Los acontecimientos recientes en Estados Unidos, donde varios estados han avanzado hacia la despenalización de la marihuana y la implementación de estrategias de reducción de daños, ofrecen un modelo que México podría considerar. Estas reformas se han mostrado prometedoras en cuanto a reducir las tasas de encarcelamiento y mejorar los resultados de salud pública, lo que sugiere que un enfoque similar podría beneficiar a México.

El potencial de colaboración entre México y Estados Unidos en materia de políticas de drogas es ahora mayor que nunca. Si aprendemos de los errores del pasado y aprovechamos modelos exitosos, ambos países pueden trabajar para lograr un enfoque más equilibrado y humano de la drogadicción.

Un nuevo paradigma para la política de drogas

La clave para avanzar radica en reconocer la complejidad de la drogadicción y las limitaciones de las políticas prohibicionistas. El breve experimento de México con dispensarios estatales de morfina fue un paso audaz hacia el tratamiento de la adicción como un problema de salud y no criminal. Este enfoque, aunque de corta duración, demostró el potencial de las estrategias de reducción de daños para aliviar la carga de la drogadicción sobre los individuos y la sociedad.

Para alejarse de las medidas punitivas se requiere un cambio de mentalidad y de políticas. Implica reconocer el papel de los factores socioeconómicos en la drogadicción y abordar estas causas fundamentales mediante programas sociales y de salud integrales. También significa fomentar un entorno en el que la investigación científica y la salud pública precedan a las agendas políticas y moralistas.

Mientras México contempla su futura política de drogas, puede inspirarse en los países que implementan con éxito estrategias de reducción de daños. La despenalización del consumo de drogas en Portugal y el énfasis en el tratamiento y la rehabilitación han dado lugar a mejoras significativas en la salud y la seguridad públicas. Los programas suizos de tratamiento asistido por heroína han reducido eficazmente la delincuencia y mejorado la calidad de vida de las personas adictas.

México puede potencialmente liderar el camino en América Latina mediante la adopción de políticas progresistas similares. Al hacerlo, no sólo puede mejorar las vidas de sus ciudadanos sino también sentar un precedente para otros países que enfrentan los desafíos de la drogadicción y la violencia.

Un llamado a la reforma

La historia del primer dispensario estatal de morfina en México es un testimonio de la posibilidad de políticas de drogas alternativas que prioricen la sobrecriminalización de la salud y la humanidad. Sirve como recordatorio de la importancia de la resiliencia frente a presiones externas y el valor de aprender de la historia.

Mientras México mira hacia el futuro, el gobierno de Claudia Sheinbaum tiene una oportunidad única de revisar y revivir el espíritu progresista de la iniciativa de Leopoldo Salazar Viniegra. Al adoptar enfoques de reducción de daños y salud pública, México puede allanar el camino para una política de drogas más justa y eficaz.

Lea también: Revelar la historia colonial es clave para el futuro de América Latina

Las lecciones del pasado son claras: la prohibición por sí sola no puede resolver los complejos problemas que rodean la adicción a las drogas. Un enfoque equilibrado que incluya prevención, tratamiento y reducción de daños es esencial para crear una sociedad más sana y segura. El camino de México hacia ese paradigma no sólo es posible sino necesario.

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