VIDA

Honduras acoge con cariño a un misionero italiano caritativo que creía estar en África.

Cuando el sacerdote italiano Ferdinando Castriotti soñaba con servir en el extranjero, creía que Honduras se encontraba en África. Dos décadas después, porta con orgullo un pasaporte hondureño, ha fundado una organización benéfica para comunidades empobrecidas y ha hallado un profundo propósito en el corazón de este país.

Un Camino Fortuito hacia Centroamérica

En 2002, el sacerdote católico Ferdinando Castriotti, originario de Venosa, en el sur de Italia, ansiaba un cambio de entorno. Según relató a la agencia EFE, al principio pensó que sería enviado a África, especialmente tras saber que la selección hondureña del Mundial de 1982 incluía jugadores de ascendencia africana. Solo cuando le contó a su madre sobre la nueva misión, ambos se dieron cuenta de que Honduras estaba en Centroamérica. “Fue un verdadero fiasco”, bromeó el sacerdote. “No hablaba ni una palabra de español, y sin embargo, en un mes tenía que partir”.

En 2007, Castriotti llegó finalmente a suelo hondureño, gracias a una conversación en Roma con un amigo del cardenal Óscar Andrés Rodríguez. Ese encuentro lo desvió de otros posibles destinos —como Chad o Jerusalén— y lo condujo directamente a Tegucigalpa. “Solo dije: ‘Dame un contrato y lo firmo por Honduras’”, recordó entre risas. Apasionado del fútbol y guiado por un profundo sentido de misión, llegó dispuesto a ayudar a quien lo necesitara.

Antes de todo eso, había sido párroco y docente universitario en Italia, enfrentando de cerca la pobreza y el desempleo. Sus experiencias lo convencieron de que el trabajo comunitario directo podía transformar vidas. Así, cuando escuchó sobre las necesidades rurales en Honduras, vio una oportunidad ideal para poner su fe en acción.

Una Fundación para Aliviar el Sufrimiento

El cardenal Rodríguez le dijo que podía establecerse en cualquier parte del país. Rechazando el bullicio de Tegucigalpa, el sacerdote se dirigió al este, a El Paraíso, cerca de la frontera con Nicaragua. Allí encontró una región de colinas onduladas y naturaleza exuberante, pero también dificultades: escaso acceso a la educación y pocas oportunidades laborales. En 2011, sus vivencias lo impulsaron a crear la Fundación Alivio del Sufrimiento, organización que dirige hasta hoy.

Castriotti contó a EFE cómo la fundación coordina proyectos con socios nacionales e internacionales, enfocados en salud, educación, capacitación laboral y apoyo a migrantes. “Queremos atacar las causas fundamentales de la pobreza”, dijo. La iniciativa va más allá de repartir donativos: se trata de construir caminos hacia la autosuficiencia. Por ejemplo, gracias a la fundación, tres adolescentes hondureños estudiaron materias avanzadas en Italia. Su futuro ahora luce más esperanzador.

En ocasiones, su labor lo llevó fuera de Honduras, incluso de vuelta a África en 2012. Pero problemas de salud truncaron esa experiencia. Regresó a Honduras en 2017, y hoy posee triple nacionalidad: italiana, chadiana y hondureña. “Ya no celebro misa ni dirijo una parroquia”, señaló. “Me dedico por completo a la fundación”. A pesar de los desafíos, sigue profundamente apegado al clima, el paisaje y, sobre todo, a la gente de la región.

Una Identidad Hondureña con Orgullo

Alto y de piel clara —mide 1.90 metros—, Castriotti bromea sobre cómo su apariencia a veces desconcierta a los locales. En 2012, el Congreso Nacional de Honduras le otorgó la ciudadanía. “Cuando viajo, uso con orgullo mi pasaporte hondureño”, contó, añadiendo que quienes dicen que “no parece hondureño” no entienden. “Nosotros los hondureños no ‘parecemos’ nada: simplemente somos”, dijo con humor, destacando la diversidad del país que ahora llama hogar.

Aún recuerda con claridad aquel encuentro fortuito en Roma cuando, al enterarse de que nadie quería ir a Honduras, se ofreció de inmediato. “Para mí fue prueba de que Dios obra de manera misteriosa”, dijo a EFE, sonriendo. “Yo creía que iría a África, pero Dios tenía otros planes”. Mientras tanto, su madre —inicialmente preocupada por la distancia— tuvo que aceptar que su hijo cruzaría el Atlántico para aprender español desde cero.

A través de altibajos, la trayectoria de la fundación habla por sí sola. Además de sus programas educativos, ofrece servicios médicos básicos, especialmente para niños sin acceso a atención. También asisten a migrantes que cruzan fronteras peligrosas o retornan al país. Según sus seguidores, la fundación se ha convertido en un salvavidas para familias olvidadas por las redes de protección gubernamentales.

Voluntarios elogian la humildad de Castriotti —y también su compromiso. Una maestra local señaló que no busca protagonismo ni reconocimiento: ve una necesidad y actúa para resolverla. En un país que enfrenta pobreza, corrupción y emigración, ese enfoque genera respaldo. Con cada beca o puesto de trabajo, Castriotti espera construir una mejor vida local para quienes antes se sentían tentados a migrar hacia el norte.

Cuando le preguntan si se arrepiente de no haberse quedado en Italia o de no haber ido a Chad, sacude la cabeza con firmeza. “Italia tiene muchos sacerdotes”, argumenta. “Mi corazón me dijo que debía estar en otro lugar, donde pudiera hacer más”. Con el tiempo, ese sentido de misión se ha fortalecido, y hoy se enorgullece de llamarse hondureño. “Todos tenemos una identidad más allá de las apariencias”, afirma. “La mía está anclada aquí”.

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Al amanecer en El Paraíso, Castriotti se levanta para atender tareas de la fundación: coordinar distribución de suministros, supervisar programas de formación y escuchar los pedidos de ayuda de la comunidad. Sobre su recorrido, dice que el destino actuó de forma extraña. El resultado es una misión de vida cumplida —que construye un legado de compasión y empoderamiento— y que sigue floreciendo en las tierras altas de Honduras.

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