VIDA

El héroe guerrillero del pasado de Uruguay que eligió una chacra antes que un palacio

José “Pepe” Mujica, el querido expresidente de Uruguay, ha fallecido en la casa que compartía con su esposa, Lucía Topolansky. A través de una vida de modestia, activismo y servicio, inspiró a millones de personas en todo el mundo a abrazar la humildad, la compasión y la resiliencia.

La chacra que moldeó una presidencia

José “Pepe” Mujica nunca se sintió en casa en la residencia presidencial de tres pisos de Uruguay, con sus grandes arañas de cristal, escaleras de mármol y muebles ornamentados estilo Luis XV. En una entrevista con la BBC durante su mandato, comentó con ironía que tener un nuevo trabajo no significaba que necesitara una nueva dirección.

Cuando asumió el cargo en 2010, decidió quedarse en la misma chacra (pequeña granja) en las afueras de Montevideo que él y su esposa habían habitado durante décadas. Era una propiedad modesta y deteriorada, más una “choza desordenada de tres habitaciones del tamaño de un monoambiente”, como la describió la BBC. Con una estufa a leña para calefacción, estantes llenos de libros y frascos de verduras en conserva en cada rincón, el hogar de Mujica ilustraba su compromiso de toda la vida con la vida sencilla.

Durante años, vendió crisantemos cultivados en su chacra, llevándolos él mismo a los mercados locales en su emblemático Volkswagen Escarabajo celeste de 1987. Amigos y vecinos lo recuerdan a él y a Lucía —quien luego se convertiría en vicepresidenta de Uruguay— cuidando flores, hortalizas y a su perra de tres patas, Manuela, que trotaba fielmente a su lado. A pesar de haber alcanzado el cargo más alto del país, Mujica permaneció fiel al entorno y la comunidad donde siempre se sintió más a gusto.

Una vida de escasas comodidades y grandes ideales

Antes de ser reverenciado como “el presidente más pobre del mundo”, Mujica fue un revolucionario. Formó parte del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo guerrillero que luchó contra la dictadura uruguaya en las décadas de 1960 y 1970. Estuvo encarcelado durante más de una década —gran parte en confinamiento solitario— y salió con su convicción política más firme que nunca. Pero también cargaba las cicatrices de una vida vivida al límite.

Tras su liberación a fines de los años ochenta, él y Lucía compraron una finca de 14 hectáreas cerca de Rincón del Cerro, decididos a hallar consuelo en la naturaleza después de tantos años tras las rejas. Allí, rodeado de ligustros, yucas, robles y araucarias, Mujica desarrolló la filosofía introspectiva que llevaría a la política. De hecho, líderes mundiales de todo tipo —reyes, primeros ministros, filósofos— se sentaron en sus humildes bancos, contemplando el paisaje tranquilo mientras debatían asuntos globales.

Según relataron visitantes a la BBC, los dignatarios encontraban un entorno muy distinto al de cualquier sede oficial. No había comitivas lujosas ni jardines palaciegos, solo dos pequeños invernaderos, campos de cultivo y un tractor que avanzaba lentamente entre hileras de alfalfa y tomates. El murmullo ocasional del tango daba el toque final al estilo relajado de Mujica.

Los reflectores del mundo y un escarabajo icónico

Durante su presidencia, entre 2010 y 2015, la reputación de Mujica como un líder excepcionalmente austero trascendió las fronteras de Uruguay. La prensa extranjera y políticos de todo el mundo acudían a su chacra, bajando de vehículos impecables para caminar por senderos embarrados hasta una sencilla puerta de madera. Según la BBC, entre los visitantes se contaron el entonces rey Juan Carlos I de España, la presidenta argentina Cristina Fernández y el filósofo Noam Chomsky, con quien Mujica sostuvo largas conversaciones que dieron lugar a un documental y un libro.

Tal vez ningún símbolo definió mejor a Mujica que su brillante Fusca azul de 1987. No era solo un medio de transporte, sino una declaración tangible de su rechazo al derroche. En una ocasión, un jeque árabe le ofreció un millón de dólares por el auto, oferta que Mujica rechazó. Explicó que el coche tenía un valor sentimental: había sido un regalo de amigos, y por tanto, era irremplazable.

Según la BBC, incluso condujo ese mismo Fusca para votar en las elecciones presidenciales y legislativas de 2014, sin escoltas especiales, pese a que aún era jefe de Estado. El vehículo se convirtió en un ícono mundial de la frugalidad y la autenticidad, querido por muchos uruguayos que admiraban a su presidente por demostrar que el servicio público podía ir de la mano con una vida sin lujos.

El descanso final junto a Manuela

Cuando el huracán María azotó la región años atrás, la frágil estructura de la humilde casa de Mujica quedó en evidencia. Se realizaron reparaciones, pero el latido de la chacra permaneció intacto. Incluso el plástico transparente del invernadero, que se agitaba con el viento, no lograba opacar el brillo de las flores en su interior—una metáfora perfecta de la resiliencia de Mujica.

En entrevistas posteriores con la BBC, solía llevar a los visitantes hasta una imponente secuoya en su terreno, donde explicaba su deseo de ser cremado y que sus cenizas fueran depositadas bajo ese mismo árbol, donde también reposaban los restos de Manuela, su perra de tres patas. “Cuando llegue mi último viaje, solo crémenme y entiérrenme por aquí”, decía, señalando un rincón tranquilo donde la luz se filtraba entre las ramas. “Manuela fue el miembro más leal que tuve en el gobierno”, bromeó en una ocasión, reafirmando su especial vínculo con su fiel compañera.

Con la muerte de Mujica este martes, Uruguay y el mundo recuerdan una vida que defendió la empatía, priorizó el bienestar social y demostró que la sinceridad personal puede guiar el liderazgo público. La chacra en Rincón del Cerro —escenario de incontables visitas oficiales y no oficiales— quedará para siempre como testimonio del hombre que abrió su humilde hogar tanto a presidentes como a campesinos.

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Aunque José “Pepe” Mujica nunca buscó riquezas ni fama, terminó encontrando ambas a través de su ejemplo. Su historia se convirtió en un llamado por una gobernanza más simple y más humana. Mientras Uruguay honra su legado, aquella pequeña finca de flores en las afueras de Montevideo sigue viva: el invernadero aún se agita con la brisa, la tierra sigue dando frutos. El banco donde se sentaron reyes y revolucionarios permanece vacío, esperando al próximo visitante que busque atisbar el espíritu de un hombre que vivió sus ideales—hasta el final.

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