El latido latino de Harlem sigue sonando para Eddie Palmieri

En el cálido pulso de El Barrio, un día después del fallecimiento de Eddie Palmieri a los 88 años, el aire estaba cargado con la voz de su piano: notas derramándose en las calles que lo vieron crecer, llevando tanto duelo como gratitud en cada acorde.
Una mañana envuelta en música y memoria
En la esquina de la calle 116 con la avenida Lexington, las inconfundibles notas de Verdict on Judge Street flotaban desde el El Barrio Music Center, la última tienda de música latina que sigue en pie en Manhattan. Adentro, el dueño, Reynaldo Meléndez, iba y venía entre la caja registradora y el tocadiscos, atendiendo a clientes que no solo compraban discos, sino que confirmaban la pérdida de un hombre cuya música había sido la banda sonora de sus vidas.
«Por horas, la gente ha venido preguntando: “¿Es cierto? ¿Tienes su música?”», contó Meléndez a EFE, con una voz que llevaba tanto orgullo como pesar. Durante 35 años, su tienda había resistido el lento borrado de los referentes musicales de El Barrio, aguantando frente a las plataformas de streaming, la presión inmobiliaria y la partida de los mismos artistas cuyas grabaciones llenaban sus estantes.
Palmieri, ganador de diez premios Grammy, había crecido a solo unas cuadras de allí. Ahora, los compradores hojeaban sus CD o sacaban camisetas de un perchero, cada una con su imagen, los dedos congelados en pleno vuelo sobre las teclas. Las fotos lo mostraban junto a gigantes como su hermano Charlie, “El Gigante de las Negras y las Blancas”, y compañeros de la Fania All Stars como Papo Lucca y Larry Harlow.
El último sol de la música latina
«Hemos perdido una leyenda, un pilar de nuestra música, uno de los últimos», dijo Meléndez mientras desplegaba sobre el mostrador los álbumes de Palmieri: el bronce fiero de Justice, el vaivén elegante de Lindo Yambú. Esa salsa con toques de jazz lo hacía imposible de encasillar.
Para Meléndez, el mejor homenaje era la propia música. Las composiciones de Palmieri fluían por la puerta abierta, rodando por la acera y mezclándose con el murmullo del barrio. Su sonido —a partes iguales ritmo de clave y atrevimiento bebop— nació en la ola migratoria puertorriqueña de los años cincuenta, cuando las calles de El Barrio latían con una nueva mezcla de salsa, jazz, plena y bomba.
Meléndez no podía elegir una sola favorita. Aun así, mencionó Vámonos pa’l monte, Muñeca y Puerto Rico como esenciales, cada una fruto de colaboraciones con voces ya desaparecidas como Ismael Quintana y Lalo Rodríguez. «Ya todos se han ido», dijo en voz baja, «pero cuando baja la aguja, siguen aquí».
Un genio del vecindario
Uno de los que se detuvo en la tienda fue Enrique Carrillo, vecino de El Barrio desde hace mucho tiempo. «A veces pasaba por el vecindario», dijo Carrillo a EFE, «y era muy accesible. Se detenía, conversaba, escuchaba—sin ego».
Esa cercanía no le quitaba filo como artista. La escritora e historiadora Aurora Flores lo describió como «nunca predecible—controversial, pero cocreador y defensor de la música latina». Integró ritmos folclóricos como la plena y la bomba puertorriqueña en sus arreglos, ampliando la música afrocaribeña sin diluir sus raíces.
Flores recordó que llamó al productor Harvey Averne al enterarse de la noticia. Averne había producido El Sol de la Música Latina, el primer álbum con el que Palmieri ganó un Grammy, y escrito las notas de Sentido. «El mundo ha perdido a otro artista creativo, director de orquesta, compositor y gran figura de la música latina», le dijo. Averne fue el primero en llamarlo «el sol de la música latina», un título que se quedó porque encajaba: su música iluminaba una sala desde el primer acorde.

Nombrar la calle, mantener la luz
Ahora, avanza en la ciudad una propuesta para renombrar la calle East 112 tanto para Eddie como para Charlie Palmieri. El nombre de Charlie ya adorna la cuadra desde 2014; pronto, los hermanos podrían quedar unidos allí para siempre, en el lugar donde aprendieron el arte que cambiaría el sonido de dos continentes.
Pero en este día, los homenajes no eran placas ni proclamaciones oficiales. Estaban en las cabezas que se mecían suavemente con un solo de metales, en los desconocidos que intercambiaban recuerdos sobre el mostrador de la tienda de Meléndez, en la manera en que un montuno de Palmieri podía disolver momentáneamente los bordes de la ciudad hasta que solo quedaba el ritmo.
El Barrio ha resistido oleadas de migración, pobreza, gentrificación y pérdidas. Sin embargo, por unas horas, la música de Palmieri sostuvo al vecindario en algo parecido a la antigua unidad: gente riendo en dos idiomas, balanceándose en su sitio, llevando discos a casa como tesoros.
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Eddie Palmieri puede haberse bajado del escenario, pero en el barrio que lo formó, el sol sigue brillando: sus rayos en cada tumbao, su calor en cada corrida de piano que se escapa de una tienda de discos hacia una calle de Harlem.
Citas y entrevistas cortesía de EFE.