VIDA

El sapo concho de Puerto Rico salta de cameo pop a cruzada por la conservación

Catapultado al centro de atención por el exitoso documental de Bad Bunny, el único sapo endémico de Puerto Rico, el sapo concho, ha pasado de la oscuridad a la celebridad. Como cuentan conservacionistas a EFE, su nueva fama está impulsando esfuerzos de décadas para salvar a una especie que aún sigue al borde del abismo.

De la anonimidad al ícono, cortesía de Bad Bunny

Durante la mayor parte de la historia moderna de Puerto Rico, el sapo concho vivió en una especie de anonimato ecológico: presente, peculiar, querido por especialistas, pero apenas reconocido por el público general de la isla. Luego llegó su sorpreso cameo en el documental de Bad Bunny Debí tirar más fotos, donde el personaje animado “Concho” pronunció la ahora viral frase, “Acho PR es otra cosa.”

Casi de la noche a la mañana, el sapo se convirtió en personaje de la cultura pop y en mascota de la conservación. “El personaje del concho, a través de la producción de Bad Bunny, se ha hecho visible y de cierta manera ha salido del anonimato,” dijo la bióloga Sondra Vega de la Universidad de Puerto Rico en Arecibo. “Es una especie que siempre ha sido parte de la biodiversidad de Puerto Rico, de nuestra fauna,” contó a EFE, agregando que la atención ha abierto puertas que nunca imaginó. Las charlas educativas que antes ofrecía para un puñado de estudiantes de repente se llenaron de familias, maestros y fanáticos curiosos por conocer al sapo detrás del meme.

Pero la fama no equivale a seguridad. El sapo concho sigue siendo una especie en peligro, con una esperanza de vida en estado silvestre que es aproximadamente la mitad que la de sus pares en cautiverio. Es vulnerable a la pérdida de hábitat, especies invasoras e incluso depredadores sigilosos como las libélulas, que atacan sus primeras etapas de vida. Su historia refleja la encrucijada ambiental de Puerto Rico, un símbolo nativo querido por la imaginación isleña pero que aún lucha por sobrevivir en los lugares que lo vieron nacer.

Reproducción asistida y la ciencia de la supervivencia

La larga resistencia del sapo concho a la extinción no ocurrió por casualidad. Se basa en más de 40 años de trabajo meticuloso, muchas veces invisible de herpetólogos locales e internacionales. La reproducción asistida comenzó en 1984; para 2006, ya se había convertido en una red que une a Ciudadanos del Karso, la Universidad de Puerto Rico, el Departamento de Recursos Naturales y Ambientales (DRNA) de la isla, socios federales estadounidenses y 14 instituciones zoológicas en Estados Unidos y Canadá.

Durante décadas, la reproducción se realizó casi exclusivamente en el extranjero. “Hasta ahora, la reproducción ocurre en zoológicos de Estados Unidos y Canadá,” dijo Abel Vale Nieves, presidente de Ciudadanos del Karso. “Los traen en avión en cajas, con agua y oxígeno… y luego los liberan en charcas.” Contó a EFE que ha llegado el momento de tener un centro de reproducción local, que conserve el conocimiento, los empleos y los sapitos jóvenes en la isla.

Vale Nieves ya comenzó a preparar su finca El Tallonal para el más reciente esfuerzo de reintroducción, reuniendo a nueve científicos para liberar 20 sapos conchos adultos y 106 juveniles, todos equipados con diminutos radiotransmisores. Cada sapo se convierte en un pequeño y movedizo dato que recorre el paisaje, permitiendo a los investigadores rastrear su supervivencia, rutas de dispersión y éxito reproductivo.

Las imágenes pueden ser surrealistas: anfibios frágiles volando por el Caribe en contenedores oxigenados, transportados en camión hasta charcas construidas a mano en el campo kárstico. Pero esta fusión de alta tecnología y hábitat humilde es la columna vertebral de una estrategia que ha tomado décadas perfeccionar: aumentar los números en condiciones controladas, liberar con cuidado y monitorear sin descanso.

EFE/Thais Llorca

Liberaciones, radiotransmisores y vida en el país del karso

El Tallonal se ubica en el borde seco de la región kárstica de Puerto Rico, un paisaje de mogotes y sumideros de piedra caliza que prefiere el sapo concho, especialmente en el sur, donde los bosques áridos alguna vez ofrecieron su mayor refugio. Las tres charcas artificiales de la finca han sido excavadas para imitar estas depresiones naturales. El tiempo lo es todo. El sapo se reproduce en ráfagas cortas y explosivas tras lluvias intensas, cuando una sola hembra puede liberar de 1,000 a 3,000 huevos, y algunas llegan a producir hasta 15,000.

Cifras así suenan alentadoras, pero la mayoría de los renacuajos nunca llega a la adultez, por eso los totales importan. Según datos compartidos con EFE, los equipos de conservación habían liberado 751,938 renacuajos de sapo concho hasta junio de 2025, casi 59,000 solo durante el verano. Cada liberación masiva es una apuesta: que los depredadores naturales, las lluvias cambiantes y la presión humana cobren menos vidas de las que la especie puede reponer.

Vega dice que el momento pop del sapo ya se ha traducido en más manos dispuestas a ayudar. Llegan voluntarios con ganas de construir charcas, plantar vegetación nativa o aprender a rastrear juveniles con radiotransmisores. Pero les recuerda que esto es trabajo a largo plazo. “Tenemos que involucrar a todos,” dijo a EFE, señalando que la recuperación real depende de la diversidad genética, la preservación del hábitat y el compromiso comunitario. “Los sapos que liberamos no son mascotas, son parte de un experimento vivo sobre cómo mantener a nuestros anfibios nativos en su propio terreno.”

Construyendo el primer centro de cría de Puerto Rico y una audiencia mayor

Incluso con su nueva fama, el sapo concho sigue siendo en gran parte desconocido para la mayoría de Puerto Rico. “Menos del cinco por ciento de los puertorriqueños lo conocía antes de su estrellato con Bad Bunny,” dijo Ramón Luis Rivera, asesor técnico de la División de Ecología del DRNA. La repentina popularidad del sapo, contó a EFE, es una oportunidad única para convertir la curiosidad en responsabilidad. Un centro de cría dedicado en la isla podría hacer más que salvar una especie; también serviría como aula práctica para estudiantes, familias y naturalistas aficionados.

El DRNA ya aprobó el centro; solo falta la firma de la Oficina de Gerencia de Permisos antes de iniciar la construcción. Rivera estima que la obra tomará de uno a un año y medio y ofrecerá “la oportunidad para que muchos estudiantes y miembros de la comunidad se involucren y conozcan al sapo concho.

Para Vale Nieves, el centro también es una cuestión de soberanía. Enviar anfibios delicados desde Norteamérica es costoso y riesgoso. Criarlos localmente permite responder más rápido a los cambios ambientales, mantener ciclos reproductivos más estables y formar una cantera de técnicos puertorriqueños que conozcan íntimamente la especie.

Y para Vega, está la cuestión de contar historias. Espera que “Concho”, el personaje del documental, incluso haga un cameo durante la gira internacional de Bad Bunny, extendiendo el alcance del sapo mucho más allá de los laboratorios de Arecibo y las charcas de El Tallonal. “Conectar con la gente a este nivel abre puertas que antes no podíamos alcanzar,” dijo a EFE.

El regreso del sapo concho no es un cuento de hadas, sino una contabilidad: huevos contados, charcas mantenidas, permisos tramitados, vuelos coordinados. También es un recordatorio de que, en la era de la celebridad global, un pequeño sapo con gran personalidad puede servir de puente entre la ciencia y la cultura. Si el centro de cría se levanta, si las charcas se mantienen y si las comunidades siguen regresando con curiosidad en vez de miedo, Puerto Rico podría convertir una chispa pop en un fuego sostenido de conservación.

Y en algún lugar entre una mesa de laboratorio y un escenario de concierto, el único sapo endémico de la isla podría encontrar un futuro digno de su nueva fama, prueba de que incluso las criaturas más pequeñas pueden saltar lejos cuando toda una comunidad salta con ellas.

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