El tesoro quijotesco del Perú encuentra nuevos molinos en sueños de tinta real

En una galería de Lima, una rara edición peruana de 1949 de Don Quijote de la Mancha ha vuelto a la luz. Ilustrado por un Fernando de Szyszlo de 22 años, el libro ahora inspira al coleccionista Horacio Rico a soñar con darle una nueva vida pública—con firmas reales y premios culturales para las futuras generaciones.
El primer Quijote impreso en el Perú
Durante décadas, esta edición singular parecía casi mítica, más susurrada que vista. Concebida en 1947 por el periodista Aurelio Miró Quesada y el lingüista Luis Jaime Cisneros, se hizo realidad en 1949 bajo la dirección del editor Pablo Villanueva: el primer Quijote impreso en el Perú. Su ambición fue audaz: anclar el clásico cervantino en la tradición tipográfica peruana, confiando su imaginario a un joven artista que un día sería pilar de la abstracción latinoamericana.
Ese artista fue De Szyszlo, apenas en sus veintes pero ya intrépido. El centenario de su nacimiento, celebrado este año, ha reavivado el libro como homenaje y desafío cultural. Rico, el coleccionista que rescató y restauró cientos de ejemplares, lo llama “un sueño enorme”. Hoy posee unos 400 volúmenes y la mayoría de las imágenes originales que dieron fuerza a la edición. “Teniendo 400 ejemplares y la mayor parte de los dibujos, he pensado en depositar parte de las obras en el Instituto Cervantes”, dijo a EFE, señalando a la institución cultural española como guardiana ideal del próximo capítulo.
Un joven Szyszlo, planchas de acero y musas secretas
La contribución del artista de 22 años fue audaz. En lugar de dibujar sobre papel, creó cuarenta aguatintas en planchas de acero, cada imagen nacida del lento diálogo entre buril, ácido y luz. “Leía el libro y elaboraba los dibujos a medida que avanzaba”, explicó Rico a EFE, describiendo cómo De Szyszlo convivió con la prosa cervantina durante más de dos años.
El resultado sigue siendo sorprendentemente moderno: líneas austeras, siluetas monumentales, paisajes que oscilan entre los Andes y La Mancha. Ocultos en las figuras están los homenajes a su círculo íntimo. Para Sancho Panza, se dice que De Szyszlo se inspiró en su amigo, el poeta Octavio Paz; para Dorotea, disfrazada de pastora, encontró modelo en su esposa, la poeta peruana Blanca Varela.
El Quijote que emergió no fue meramente ilustrado—fue reimaginado. La prosa renacentista de Cervantes colisionó con una sensibilidad latinoamericana de mediados de siglo. Rico custodia veintisiete de las aguatintas junto con los volúmenes intactos, convirtiendo su colección en un raro puente entre la literatura y las artes visuales, entre la tradición nacional y la vanguardia continental.
Un libro archivado por un golpe, rescatado por devoción
La vida posterior de este Quijote ha sido tan quijotesca como el viaje de su héroe. Una reedición en 1992 estaba lista para lanzarse durante el quinto centenario del viaje de Colón. Pero llegó el 5 de abril de 1992: el autogolpe del presidente Alberto Fujimori. Los programas culturales se congelaron, las instituciones cerraron, y el libro desapareció en armarios y depósitos.
“Tuvo tan mala suerte que el libro quedó guardado por 33 años”, recordó Rico a EFE. Encoge los hombros al recordarlo, mitad lamento, mitad alivio. “Lo he rescatado, y para mí es una gran alegría que todo esto haya pasado porque creo que el libro va a tener un final hermoso—y quiero que ese final sea para todos”.
Revivir la edición de 1949 también honra a sus padrinos intelectuales. Cisneros, quien más tarde recibió las Palmas Magisteriales en el grado de Amauta, y Miró Quesada, que luego dirigió El Comercio y presidió la Academia Peruana de la Lengua, soñaban con vincular la cultura tipográfica peruana con la obra maestra universal. Su ambición resuena con urgencia hoy, en una era de atención fragmentada y lectura fugaz: enraizar la literatura global en suelo y prensa locales.

De la bóveda del coleccionista al premio público
El plan de Rico es tan teatral como práctico. Quiere que los volúmenes no queden encerrados, sino tejidos en la vida cívica. “Quiero que la princesa Leonor y su padre, el rey Felipe, firmen este libro”, dijo a EFE. “Que estos libros sean premios, que deban ganarse con un poema o una acción cultural”.
Es una idea cervantina: convertir el tesoro de un bibliófilo en premio vivo. Rico imagina una alianza con el Instituto Cervantes, un depósito parcial de planchas y copias, y una ceremonia anual donde el libro sea a la vez galardón y provocación. En su visión, el primer gran poema de un adolescente o el proyecto cultural de una comunidad podría ser honrado con un ejemplar de este Quijote peruano, que llevaría no solo las aguatintas de De Szyszlo, sino también tinta real.
Un gesto así transformaría el archivo en motor cívico: un clásico que inspira nuevos clásicos, un libro que engendra más libros. “Lo importante”, dijo Rico mirando las páginas en blanco y negro, “es que este es el único libro en el Perú impreso con la figura del maestro del siglo. El maestro del siglo cumplió 100 años, y creo que este homenaje se le debe”.
El “maestro”, por supuesto, es De Szyszlo. Pero las palabras de Rico recaen, inevitablemente, también en Cervantes—en la obstinada resistencia de un caballero que arremete contra molinos y un escudero que nunca deja de seguirlo. Su historia tiene ahora una nueva ruta: desde un taller limeño en 1949 hasta una firma en palacio en Madrid, de las planchas de acero a los premios escolares, de décadas de exilio en un almacén a una vida pública entre lectores.
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Un libro volvió a pisar una galería este verano y pidió ser releído, en voz alta y en compañía. Si Rico tiene éxito, el Quijote peruano seguirá cabalgando—armado de aguatintas, un toque real y la convicción de que la literatura no solo se consume, sino que se recrea con cada generación.