VIDA

En la selva de Ecuador, mujeres se reúnen para defender la Amazonía con leyes… y hermandad

Cuarenta líderes indígenas, abogadas y organizadoras viajaron la semana pasada al corazón de la Amazonía ecuatoriana, no para protestar ni para generar espectáculo, sino para construir un escudo legal transnacional. Su mensaje desde Sarayaku fue urgente y claro: solo la defensa colectiva puede resistir al petróleo, al patriarcado y a la política.

Un pueblo que se escribió a sí mismo en la ley

Sarayaku, una comunidad kichwa enclavada en los densos bosques de la provincia de Pastaza, no es solo una aldea. Es un hito legal viviente.

En 2012, la Corte Interamericana de Derechos Humanos dictaminó que Ecuador había violado los derechos de la comunidad Sarayaku al autorizar la exploración petrolera en su territorio sin su consentimiento previo. El fallo no solo reivindicó a una comunidad—cambió el derecho internacional.

«Ese fallo todavía protege cada árbol que ves», dijo la lideresa comunitaria Noemí Gualinga, de pie bajo un techo de hojas de palma adornado con pancartas tejidas por mujeres locales.

Para los forasteros, Sarayaku puede parecer remoto. Pero para Cristina Mélo, de la Fundación Pachamama y coorganizadora del evento de la semana—el Encuentro de Mujeres Juristas y Defensoras Indígenas—el lugar era esencial.

«Aquí, el precedente se vive como práctica diaria», dijo Mélo a EFE. «Queríamos que todas pudieran tocar esa ley viva.»

Juristas de la Universidad de Columbia Británica han calificado el fallo de Sarayaku como innovador por reconocer a la Amazonía como “Kawsak Sacha”—un Bosque Viviente con personalidad jurídica. Aquí, la justicia no es una idea. Es un ecosistema.

Cuando la ley se encuentra con la intimidación—y el riesgo de género

Durante las sesiones, el aire vibraba con testimonios—no solo sobre demandas, sino sobre amenazas reales.

Mujeres kichwas, shuar y achuar compartieron historias de casas vandalizadas, teléfonos con llamadas anónimas y niños seguidos por hombres desconocidos.

«Cuando las mujeres se oponen a los estudios petroleros, les dicen que están descuidando a sus familias», explicó Elizabeth García, decana de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador. «El patriarcado es una herramienta de la frontera.»

La investigación publicada en World Development lo respalda: las defensoras indígenas en América Latina tienen un 50% más de probabilidades de enfrentar violencia que sus contrapartes masculinas.
Pero el encuentro no solo trató sobre trauma, sino también sobre tácticas.

La abogada brasileña Júlia Machado dirigió una sesión sobre el Acuerdo de Escazú, el primer tratado vinculante en América Latina para proteger a los defensores ambientales.

Otras, como la colombiana Josefina Klinger, innovadora del ecoturismo, hablaron sobre alternativas económicas:

«Su territorio no es una mina para vaciar», dijo. «Es un banco cultural, que gana intereses cada día que permanece intacto.»

Un mural de resistencia, un mapa de memoria

Entre paneles, las participantes mojaron pinceles en pinturas brillantes y comenzaron a crear un mural sobre un lienzo negro. Manos formaron trenzas, espirales de ríos, huellas de jaguar. Palabras emergieron en tres idiomas: «Vida». «Diversidad». «Futuro.»

No era solo arte. Era testimonio.

Nunkui Tentets, del proyecto de conservación Sharám, dirigido por los achuar, se paró junto a su símbolo pintado—una cadena de hojas. Describió cómo la tala ilegal cerca de Sahramentsa ha adelgazado los bosques, ahuyentado a los animales de caza y disparado los casos de desnutrición infantil, según datos recientes de la Universidad San Francisco de Quito.

«La enfermedad llega con la motosierra», citó de los mayores de su comunidad.

En su pueblo, resistir significa llevar GPS en las muñecas y trazar rutas ancestrales de caza. El taller enmarcó esta combinación de tecnología y conocimiento oral como “tecno-chamanismo”—no fantasía, sino una herramienta legal moderna.

«No puedes probar el uso consuetudinario en la corte sin pruebas», añadió Tentets. «Ahora tenemos mapas. Y memoria.»

EFE/ José Jácome

Aunque la Amazonía se extiende por nueve países, sus defensoras a menudo están aisladas. Las mujeres reunidas en Sarayaku buscaban cambiar eso.

Al final de la semana, redactaron una declaración colectiva que se comprometía a:

  • Equipos legales de respuesta rápida para comunidades criminalizadas por protestar
  • Capacitación de paralegales en los pueblos, para documentar evidencia antes de que lleguen los campamentos petroleros
  • “Salto de jurisdicción” estratégico, llevando casos estancados de tribunales locales a instancias regionales de derechos humanos

«Lo hemos visto funcionar en Perú y Brasil», dijo Mélo, refiriéndose a demandas indígenas exitosas sobre la mina Conga y la reserva Raposa Serra do Sol.

Pero también estuvieron de acuerdo: las demandas son solo una flecha en el carcaj.

«Marchamos, cantamos, cocinamos para quienes protestan», dijo la activista veterana Patricia Gualinga, quien lideró la Marcha de Mujeres Amazónicas de 2013—una protesta de 250 kilómetros hasta Quito durante la última gran ronda de licencias petroleras en Ecuador. «El derecho es el último recurso. Pero lo usaremos si hace falta.»

Al caer la noche final, el mural se secaba bajo la luz de linternas solares. Cerca, las delegadas revisaban un nuevo protocolo de seguridad digital y una red telefónica compartida que conectaba aliadas legales desde Francia hasta Brasil.

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Sabían que podrían anunciarse nuevas concesiones. Podrían llegar más amenazas.
Pero esta vez, no las enfrentarían solas.

«El territorio no es solo espacio», dijo Noemí Gualinga, enrollando el lienzo con cuidado. «Es el futuro. Y ahora el futuro tiene muchas más madres.»

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