VIDA

Foco y lentejuelas: el Festival de Inclusión de Venezuela reescribe el guion de la discapacidad y el arte

Las luces de la sala se atenúan y veinte actores, vestidos al estilo de mediados del siglo XX, se agrupan en un corro detrás del escenario. En pocos minutos, darán un salto a la Venezuela de los años cincuenta… y a una conversación nacional sobre quién tiene derecho a pertenecer en las tablas. Su respuesta será sin disculpas, alegre e imposible de ignorar.

Entre bastidores, antes de que se abra un telón viajero en el tiempo

Suena la campana de llamada y la Compañía Nacional de Teatro Down se aprieta un poco más. Afuera, el público espera por La radionovela. La obra gira en torno a una joven campesina llamada Manuela, un embarazo inesperado y el peso de una dictadura que silencia las ondas radiales.

Para Andreína Lovaton, quien interpreta a Manuela, este momento es la realización de un sueño alimentado desde la infancia. “Esta es mi condición, que mi madre aceptó, y tengo el talento”, dijo a EFE la actriz de 33 años, con voz firme y convencida. Lovaton creció “jugando con personajes” y más tarde perfeccionó sus habilidades en Apoye, una asociación civil dedicada a formar en las artes a personas con síndrome de Down. “Me siento plena haciendo lo que he amado desde que era niña”, afirmó.

Cuando se levanta el telón, la diferencia cromosómica que comparten los actores no es una barrera: es parte de la verdad que traen a la historia. Suena música de época, los vestidos se mecen y la representación carga con el peso de la historia y del presente.

La inclusión pisa el escenario

Justo antes de la primera señal, la productora y coordinadora del festival, Daniela Vielman—también directora de la Compañía Nacional de Teatro Down—lanza un último aliento a su elenco: “Sigan adelante. Si olvidan algo, no importa. Lo importante es el trabajo en equipo… Ustedes son los mejores del mundo, nunca lo olviden”, les dijo, citada por EFE.

La obra inauguró el primer Festival de Arte y Discapacidad de Venezuela, una celebración de diez días que se extiende hasta el 17 de agosto. Más de 100 artistas de Venezuela y Argentina participan en teatro, danza, música y artes visuales. La entrada es gratuita, gracias a lo que Vielman llama “aliados maravillosos” que quisieron que el festival fuera “especialmente para beneficiar a las personas con discapacidad, pero realmente para todo el que en Caracas muchas veces no puede gastar en entretenimiento”.

Esa decisión cambia la dinámica del público. Familias que pocas veces han visto a sus parientes con discapacidad intelectual como protagonistas se mezclan con curiosos que llegaron atraídos por la novedad. En ambos grupos se percibe la sensación de que algo esperado desde hace tiempo por fin está ocurriendo.

Un intercambio de creadores sin fronteras

El alcance del festival va más allá de Caracas. Con apoyo de la Embajada de Francia, el Museo de Bellas Artes acoge una exposición con obras de más de 50 artistas neurodivergentes, prueba de que las paredes de un museo pueden contener más de un tipo de historia.

En escena, artistas invitados enriquecen el intercambio. La bailarina argentina Alejandra Sponda, miembro del colectivo Andares, presenta dos piezas: Papelita Payasa, una payasa con discapacidad cuyo humor aborda de frente la sexualidad, el arte y la inclusión, y otra inspirada en madres cuyas vidas giran en torno al cuidado y el talento de sus hijos.

“El trabajo de la comunidad de personas con discapacidad debe conocerse y difundirse”, dijo Sponda a EFE. Ve el festival como un punto de encuentro para “distintos equipos, compañías o grupos independientes” que persiguen el mismo objetivo: “amplificar, dar lugar, dar espacio, voz, palabras y proyección”.

La semana se convierte en algo más que una vitrina: es un taller sobre acceso y arte. Las compañías intercambian ideas sobre montaje, interacción con el público y cómo hacer giras sin perder de vista la accesibilidad. Esas conversaciones podrían extenderse mucho más allá de la noche de clausura del festival.

EFE/ Miguel Gutiérrez

Un modelo de pertenencia que va más allá del escenario

En un país donde las brechas de transporte, la escasa financiación pública y una infraestructura desigual pueden excluir a la gente, el festival también es un experimento: ¿y si la accesibilidad fuera lo primero?

Aquí, eso significa salas de ensayo adaptadas a necesidades sensoriales, regidores que incluyen tiempos extra para las transiciones, planes de asientos que priorizan las sillas de ruedas antes de completar el resto y carteles que muestran la discapacidad sin recortarla.

“Ha tomado tiempo”, dijo Marisela Ramírez, directora artística de Apoye, “pero por fin se está materializando para promover la inclusión real”, comentó a EFE mientras observaba a los voluntarios guiar a los espectadores hasta sus lugares.

Incluso la dramaturgia lleva una metáfora. Al situar La radionovela en los años cincuenta—una época de represión política y rápidos cambios culturales—la obra refleja el presente: voces bajo presión, comunidades encontrando maneras de hacerse oír. Cuando los actores saludan al final, los aplausos son largos y de pie—no por lástima, sino por reconocer que la actuación lo merecía.

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Cuando el público sale al vestíbulo, queda la sensación de que la ciudad ha cambiado, aunque sea por una noche. El elenco rompe su círculo de camaradería en abrazos. Afuera, Caracas sigue con su bullicio habitual, pero dentro del teatro, algo esencial ha quedado demostrado: cuando se ofrece acceso y un escenario, el talento no solo aparece—florece, y transforma el lugar.

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