Gloria Estefan despierta el orgullo latino con un poderoso renacer tropical

Gloria Estefan —pionera eterna del pop bilingüe— regresa con Raíces, un exuberante homenaje a su herencia cubana que funciona también como grito de resistencia. Mientras la política estadounidense se fragmenta en torno a la identidad, ella planta una bandera inequívoca: las raíces latinas no serán silenciadas.
De vuelta a la música que la formó
Cincuenta años después de que los garajes de Miami resonaran por primera vez con sus armonías adolescentes, Gloria Estefan se coloca los audífonos de estudio y deja que una conga fantasmal recorra los altavoces. El arreglo es crudo: un contrabajo golpeando como un atardecer habanero, bongós retumbando contra la madera, trompetas coqueteando con un riff de son montuno. Cierra los ojos y escucha la infancia: una madre tarareando a Celia Cruz mientras plancha, una abuela enseñando pasos de bolero sobre baldosas, la estática de la radio dando paso al desgarrador terciopelo de Olga Guillot.
Ese torrente sensorial enciende Raíces, su primer álbum completamente en español en casi dos décadas, y que ella describe como “mi carta de amor a la cultura que me formó”. En una entrevista con EFE, Estefan admite que el disco es una especie de protesta. La retórica antiinmigrante ha vuelto a intensificarse; los cursos de historia latina están siendo cuestionados en juntas escolares de Texas a Wisconsin. “Cuando alguien intenta volvernos invisibles”, dice, “la música es cómo enciendo la luz”.
Ella y su esposo y productor, Emilio Estefan, mantuvieron las sesiones íntimas: percusión en vivo, sin Auto-Tune, secciones de metales grabadas directamente en cinta. Cada canción recorre un carril de la memoria: “Bajo un Solo Son” reimagina las serenatas callejeras de La Pequeña Habana; “Mi Niño Bello” es una nana bilingüe que escribió para su nieto Sasha, cuyo coro se desliza entre la ternura del inglés y la devoción del español. El espíritu de Celia Cruz deambula por “Guarachera del Alma”, un tributo cargado de trompetas que gritan y ritmos de caña de azúcar que chasquean. En “La Vecina”, canta desde los escalones de su antiguo edificio en Miami, el mismo que albergó a madres cuyos esposos fueron encarcelados tras Bahía de Cochinos.
Las composiciones pueden sonar vintage, pero la intención es urgente. “Estas canciones dicen: ‘Estamos entretejidos en este país’”, insiste Estefan. “Bórranos si te atreves —nuestro coro seguirá flotando con el viento.”
Hilos familiares y sueños inconclusos
Raíces no es solo nostalgia; es un asunto familiar en el sentido más puro. Emilio, su compañero musical y de vida desde hace cuarenta y nueve años, diseñó la mayoría de los arreglos durante sesiones de madrugada en su cocina —el café burbujeando, las partituras curvándose bajo los ventiladores de techo. “Cada demo parecía una nota de amor escrita a mano que él deslizaba bajo la puerta”, dice, sonriendo al recordarlo.
Su hija Emily Estefan, músico nominada al Grammy, tocó la guitarra en varias pistas mientras ensayaba Basura, el musical que madre e hija coescriben sobre una orquesta juvenil paraguaya que convierte basura de vertederos en violines. Basura se estrena en 2026, pero su latido ya resuena en Raíces: la resiliencia como melodía, la creatividad como oxígeno.
La nieta de Estefan aún no ha nacido; sin embargo, la cantante ya planea una futura versión de “Mi Niño Bello” con pronombres modificados. “El legado significa plantar semillas que tal vez nunca coseches”, reflexiona. Ese tema vuelve a surgir en el video de “La Vecina”, filmado en “El Cuartelito”, el bloque de apartamentos de concreto donde exiliados cubanos recién llegados se reunían en torno a radios de transistores para oír noticias de la isla. Estefan se detiene en el mismo pasillo donde practicaba armonías de niña. Las paredes están repintadas, pero el eco de la esperanza permanece.
Siente a esas mujeres —su madre y sus tías— cada vez que se detiene en una nota grave. “Ellas cargaron familias enteras sobre sus hombros mientras el mundo miraba hacia otro lado”, dice. “Todavía cantan a través de mí.”
Raíces como resistencia, ritmo como puente
Camina por cualquier calle de EE. UU. en 2024 y la banda sonora puede pasar del bajo del reguetón al banjo apalache en un solo coche. Estefan cree que la fusión es la promesa más poderosa de Estados Unidos —y también su territorio más disputado. Cuando un gobernador arremete contra la “cultura woke”, cuando los legisladores recortan presupuestos de programas bilingües, ella escucha el estruendo del borrado. Su respuesta: amplificar precisamente los sonidos considerados foráneos.
Cada pista de Raíces mezcla épocas y fronteras. Un verso de bolero se desliza hacia un solo de metales salseros; una guitarra tres cubana conversa con tambores de cumbia colombiana; frases en inglés asoman como vecinos que se saludan desde los balcones. “¿Por qué elegir una sola lengua?”, encoge los hombros. “Nunca he soñado en un solo idioma.”
El álbum llega justo cuando los hispanos en EE. UU. superan los 62 millones. Estefan no ve esa cifra como un número, sino como un coro: trabajadores agrícolas en Yuma, cirujanos en Houston, drag performers en Nueva York, cada uno con un fragmento rítmico distinto. Su labor, dice, es entrelazarlos en algo que retumbe en los altavoces del auto, de Florida a Oregón. Ya está trazando una posible gira —pequeños teatros al principio, grandes arenas si la demanda lo permite. Se imagina un repertorio que oscile entre la intimidad acústica de Raíces y la exuberancia de “Conga”. “Quiero abuelas limpiándose las lágrimas con un bolero un minuto, y a sus nietos brincando con el siguiente beat.”
Mientras tanto, los vientos políticos siguen cambiando. Estefan participa en consejos de arte, respalda campañas por el derecho al voto y financia en silencio becas para estudiantes DACA. Cuando los periodistas le preguntan si se lanzará a la política, se ríe —“La música es mi jefa de campaña”—, pero su postura es clara: la cultura puede ablandar corazones mucho antes de que las boletas endurezcan posiciones.
En las notas de Raíces solo escribe una dedicatoria: “Para los que vinieron antes y los que vendrán.” Esa frase parece un puente suspendido entre generaciones, lenguas y fronteras —igual que el disco mismo.
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¿Un solo álbum acabará con la división cultural? Por supuesto que no. Pero Estefan nunca reclamó el poder de las leyes. Reclama el poder de un coro que no puedes dejar de tararear camino al trabajo, el vaivén de caderas que traiciona la alegría incluso en días de malas noticias. Cincuenta años después de su primer concierto, sigue creyendo que una campana sincopada puede poner en armonía a desconocidos. Raíces es su última prueba de fe, vibrando con la convicción de que, una vez entonadas, las raíces no dividen: entrelazan.
Sube el volumen. La fila de conga vuelve a sonar, y esta vez es lo bastante ancha para todos los acentos de América.