Honduras debate el antiguo reloj, en busca de la verdad histórica

En la capital colonial de Honduras, Comayagua, un curioso reloj ubicado en una catedral centenaria despierta entusiasmo y debate. Aunque muchos lo consideran el más antiguo de América —o incluso del mundo—, los historiadores cuestionan la falta de registros que confirmen su misterioso pasado.
Una afirmación audaz desde lo alto de la torre
Escondido tras gruesos muros de piedra blanqueada, el reloj de la Catedral de la Inmaculada Concepción de Comayagua atrae a viajeros curiosos. Sus manecillas verdes y números romanos poco convencionales le otorgan un aire pintoresco y antiguo. El guía local Ever Villanueva lo llama “el reloj en funcionamiento más antiguo del hemisferio occidental”, o quizás “el más antiguo del mundo”. Los empleados municipales discrepan de esa afirmación. Ellos sostienen que se trata solamente del “reloj funcional más antiguo de América”. El récord Guinness reconoce al reloj de la Catedral de Salisbury, en Inglaterra, como el más antiguo en funcionamiento, con origen en 1386.
Para los habitantes de Comayagua, el hecho de que su reloj sea mucho más antiguo de lo que indican los documentos oficiales es motivo de orgullo. La leyenda abunda: algunos dicen que los árabes lo construyeron en el sur de España alrededor del año 1100, destinado a la Alhambra de Granada, antes de llegar a suelo hondureño en 1636. “Cuando la reina Isabel I de Castilla envió a Colón, los botines se repartieron, y un pariente donó el reloj”, contó Villanueva a EFE. La historia, cargada de romanticismo y conquista, se transmite de generación en generación, alimentando el orgullo local y el turismo.
Sin embargo, historiadores como Rubén Darío Paz se muestran cautelosos. “Nos falta una prueba concreta”, declaró a EFE. Aunque todos coinciden en que es indudablemente antiguo, posiblemente del siglo XVI o XVII, no existe una sola evidencia concluyente sobre cómo llegó realmente. Puede que simplemente haya sido un regalo habitual de las autoridades españolas o de cardenales católicos, destinado a Comayagua, entonces un importante centro de poder colonial.

Una vida sin electricidad
A pesar de su origen nebuloso, el mecanismo fascina tanto a visitantes como a residentes. A diferencia de los relojes modernos, este dispositivo no necesita electricidad ni baterías. “Funciona únicamente por gravedad”, explicó Villanueva. Péndulos con peso y grandes engranajes forjados a mano impulsan la esfera principal. Una peculiaridad que hipnotiza a muchos es la representación del número cuatro como “IIII” en lugar de “IV”, reflejo de cómo algunos relojes medievales o renacentistas omitían la forma sustractiva de los números romanos.
Para contemplar este alma mecánica, los visitantes suben por empinadas escaleras de piedra hasta una cámara en el segundo piso del campanario. Detrás de una vitrina de madera y vidrio, los complejos engranajes giran constantemente, regulados por un péndulo que nunca se detiene. La luz del sol que entra por ventanas arqueadas ilumina sus piezas metálicas bruñidas—un eco de siglos pasados, ajeno a las concepciones modernas del tiempo. Desde allí también se obtiene una vista panorámica de la plaza de Comayagua, llena de vendedores de café y comerciantes que animan el ambiente con su bullicio.
Aunque el debate persiste sobre si data del año 1100 o de una época posterior, este mecanismo tiene un significado diario para los lugareños. Cada 31 de diciembre, las campanadas del reloj dan la bienvenida al Año Nuevo, atrayendo a cientos de personas bajo la torre. Los niños miran con asombro, los abuelos recuerdan cómo el reloj sobrevivió a tormentas de siglos pasados, y los recién llegados descubren con asombro el orgullo de Comayagua: “el centro de Honduras, el centro de Centroamérica y el corazón de las Américas”, como lo llaman los locales.
Entre el misterio y el patrimonio
Para el historiador Paz, el reloj de Comayagua no trata tanto de cronologías verificadas, sino de cómo las comunidades forjan una memoria colectiva. “La gente quiere creer que tenemos el reloj más antiguo del mundo”, dijo a EFE. “No hay una prueba archivística oficial, pero la leyenda atrae visitantes y fortalece la identidad local”. A veces, los mitos románticos superan el rigor histórico, creando una narrativa potente que une la España mora, las expediciones coloniales y la asimilación indígena.
En la práctica, el uso diario del reloj es mínimo—sus campanadas y su melodía sonoras están eclipsadas por los dispositivos digitales modernos. Aun así, la ciudad invierte en su mantenimiento, con técnicos especializados que engrasan los engranajes y calibran las manecillas con regularidad. Los guías insisten en que, en términos funcionales, ha marcado el tiempo durante siglos, con solo reparaciones ocasionales. Como resultado, el reloj es tanto un imán turístico como una pieza viva del patrimonio que merece ser honrada.
Los visitantes salen de la catedral reflexionando sobre el remolino de rumores y erudición. ¿Realmente el reloj precede las influencias españolas del siglo XII, o fue un regalo tardío de funcionarios reales o eclesiásticos? La pregunta sigue abierta. Para muchos, sin embargo, la emoción reside en el misterio sin resolver. En el futuro, documentos podrían aclarar su verdadera edad. El reloj demuestra la mezcla cultural de Comayagua. Aquí se fundieron la cultura española con la africana.
Las familias se sientan en los bancos de la plaza bajo el sol. Comentan la historia confusa del reloj. Algunos admiran cómo, siglos atrás, en una era de tecnología limitada, se fabricó una pieza así y logró sobrevivir al cruce del océano. La torre, ya sea antiquísima o simplemente muy antigua, ofrece una sensación de tiempo en una región en constante cambio. Esto basta para quienes desean preservar esa sensación ambigua que los atrae año tras año a la torre de Comayagua.
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El reloj de Comayagua funciona, aunque su estatus como el “más antiguo” siga en duda. Tiene engranajes operativos y un péndulo que oscila. Esto refleja la dedicación al pasado colonial de Centroamérica, así como a sus elementos culturales menos definidos. El ritmo constante de la torre va más allá del orgullo local. Recuerda que las leyendas adquieren autoridad cuando lo desconocido del pasado se mezcla con la experiencia cotidiana.