La prohibición del vapeo en México es ley… pero el humo no se ha disipado

La prohibición constitucional de los cigarrillos electrónicos en México fue diseñada para proteger a la juventud de la adicción a la nicotina. En cambio, ha dejado un vacío de poder que criminaliza a los usuarios, fortalece a los cárteles y permite que la policía explote una ley sin reglas—y a un público sin protección.
Una prohibición sin plan
En diciembre, los legisladores mexicanos hicieron historia. Con el respaldo del presidente Andrés Manuel López Obrador, el Congreso reformó el Artículo 4 de la Constitución para prohibir los cigarrillos electrónicos, los vapeadores y los “dispositivos análogos”, un movimiento sin precedentes que ningún otro país había plasmado de manera tan permanente en su carta magna.
Se vendió como una victoria para la salud pública. Pero seis meses después, nada funciona.
No hay lineamientos de aplicación. No hay estatutos penales. No hay sanciones definidas. Solo una vaga nube legal.
“Se aprobó la reforma”, dijo Julia Anguiano, directora de investigación del Instituto RIA, una organización sin fines de lucro especializada en política de drogas, “pero no escribieron el reglamento. Ahora vivimos en un vacío peligroso”.
En entrevista con Wired, Anguiano comparó la prohibición con una puerta cerrada sin llave. La policía ondea la cláusula constitucional como una placa, deteniendo o multando a ciudadanos en la calle. Pero sin supervisión judicial ni definiciones legales, esos decomisos son a menudo improvisados y sin control.
“Esta ley es de papel”, afirmó. “No beneficia a nadie—ni a los usuarios, ni a la salud pública, ni siquiera a las fuerzas del orden”.
Policías contra el humo, mientras los cárteles se benefician
Basta entrar a un puesto en el tianguis de Tepito o desplazarse por Facebook Marketplace en Monterrey para ver lo mismo: Peach Ice. Mango Freeze. Watermelon Bubble. Todos en existencia. Sin preguntas.
Pese a la prohibición nacional, los vapeadores desechables están por todas partes. Pero ahora han caído por completo en el mercado informal—uno que responde solo a quien tenga músculo, no licencias.
Por eso Anguiano cree que la prohibición ha hecho más daño que bien. “Se le entregó la cadena de suministro a quien pueda sobrevivir a las extorsiones policiales”, dijo a Wired. Y en México, eso a menudo significa crimen organizado.
Una investigación de julio de 2024 de la Agencia de Investigación Ambiental identificó coincidencias en el contrabando entre las rutas de cocaína y los envíos de dispositivos de vapeo. Con los distribuidores legales expulsados, los actores del mercado negro ocuparon su lugar. Algunos estados—Aguascalientes, Hidalgo, Ciudad de México—han intentado prohibiciones parciales, pero el resultado es caos legal.
“Imagínate que te detengan con un vapeador en Aguascalientes”, señaló Anguiano. “Podrías ser arrestado. Maneja 45 minutos a Zacatecas, y solo es una multa. Eso no es aplicación de la ley—es una lotería”.
Y en ese caos, la extorsión prospera.
Un estudiante universitario en Puebla contó a Wired que la policía de tránsito lo detuvo fuera de un bar, mostró la cláusula del Artículo 4 y le exigió 1,000 pesos para evitar ir a la cárcel. Pagó. Aún no sabe si el cartucho con sabor a mango en su chaqueta contenía nicotina de grado farmacéutico o un cóctel de solventes industriales.
Ignorando la evidencia, extendiendo el daño
Cuando los legisladores aprobaron la prohibición, la salud pública fue su bandera. Pero según los investigadores, la ciencia detrás de la decisión era débil—y más impulsada por el miedo que por los hechos.
El Instituto RIA, que ha analizado durante años datos internacionales sobre vapeo, instó al Congreso a regular, no a prohibir. Citaron al Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, a Public Health Scotland e incluso a la FDA, todos los cuales reconocen que vapear es menos dañino que fumar y potencialmente útil para dejar el tabaco.
En cambio, México metió a los vapeadores en la misma conversación legislativa que el fentanilo ilícito, alimentando el miedo público y equiparando las cápsulas frutales de nicotina con opioides mortales.
“Se montaron en el pánico al fentanilo para impulsar una prohibición de la nicotina”, dijo Anguiano. “Fue cálculo político, no una decisión de salud pública”.
Y las consecuencias se acumulan—especialmente para los jóvenes que la prohibición se suponía iba a proteger.
Sin puntos de venta verificados por edad, los menores compran directamente a vendedores informales. No hay divulgación de ingredientes. No hay pruebas. No hay regulación. Solo lo que llegue a la puerta de la escuela.
Los defensores de la reducción de daños señalan a Estados Unidos, donde las regulaciones se han endurecido: límites de sabor, empaques a prueba de niños y registro de productos. El vapeo juvenil ha disminuido. También el tabaquismo adulto.
En México, la prohibición cambia ingresos, seguridad y responsabilidad por improvisación callejera.
“Es una nube de buenas intenciones”, dijo Anguiano a Wired, “y sin ejecución”.

EFE
El camino a seguir: regular antes de que el mercado decida
Entonces, ¿cómo se vería una política inteligente? Según el Instituto RIA, la respuesta no es la prohibición—sino la precisión.
Legalizar los vapeadores, sí—pero bajo licencias estrictas. Exigir pruebas de fábrica y divulgación de todos los ingredientes. Obligar sistemas de verificación de edad para ventas en línea y presenciales. Imponer impuestos escalonados que incentiven a los fumadores adultos a cambiar, mientras se dificulta el acceso a menores.
No es reinventar la rueda. México ya regula la cerveza, el tequila y los cigarrillos. Cada cajetilla de Marlboro lleva una advertencia. Cada botella de mezcal paga impuestos. ¿Por qué no aplicar la misma estructura al vapeo?
La respuesta, como siempre, es política. Anguiano duda que el Congreso toque el tema antes de las elecciones intermedias de 2026. Pero la presión crece.
Una coalición de neumólogos, grupos de derechos del consumidor y dueños de vape-shops planea presentar una petición ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación, argumentando que la prohibición viola los principios de igualdad de trato y protección al consumidor. Funcionarios locales, cansados de perseguir vapeadores tirados en patios escolares, presionan por una regulación federal que les dé un marco de trabajo real.
“Si la meta es la salud”, dijo Anguiano, “la regulación es inevitable. La única pregunta es cuántas personas serán extorsionadas, criminalizadas o enfermadas antes de llegar allí”.
Por ahora, la política de vapeo en México es una contradicción en movimiento. En el papel, está prohibido. En TikTok, se anuncia. En las esquinas, se vende.
Cada inhalación lleva no solo nicotina o sabor, sino incertidumbre—sobre legalidad, seguridad y el origen de ese dispositivo.
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Hasta que los legisladores cierren la brecha, México seguirá siendo el primer país en prohibir los vapeadores por decreto constitucional—y el último en hacerlo cumplir.
—Todas las citas y entrevistas fueron proporcionadas a Wired.