La próxima revolución de Palenque: el primer pueblo libre de negros en Colombia busca liberarse del Ayuntamiento

San Basilio de Palenque, reconocido desde hace siglos como el primer territorio libre de personas negras en América, se prepara para otra emancipación —esta vez de la burocracia. El histórico poblado, situado a las afueras de Cartagena, está listo para romper con el control municipal y exigir el poder político que su legado cultural ya merece.
Una segunda independencia: esta vez del Ayuntamiento
Más de tres siglos después de que la Corona española reconociera oficialmente a San Basilio de Palenque como un refugio autónomo para esclavos fugitivos, sus 4.000 habitantes se preparan para votar por algo que sus antepasados nunca habrían imaginado: la autonomía del municipio de Mahates.
El simbolismo es casi cinematográfico: los descendientes de rebeldes que alguna vez fueron perseguidos con cadenas ahora deciden si se gobernarán a sí mismos. Pero para los palenqueros, esto no se trata de nostalgia. Se trata de supervivencia.
“Convertirse en ciudad es algo positivo porque traerá más autonomía al pueblo, pero también podría dividir a la comunidad”, dijo Bernardino Pérez, un cineasta de 25 años que documenta la cultura palenquera, en declaraciones a The Guardian. Su nombre africano, Ashanty, lo conecta con el pasado del pueblo; su preocupación por la división lo ancla en su futuro.
Hoy, la distancia entre la fama de Palenque y su realidad es abrumadora. Los murales estallan de color y su lengua de raíces africanas, el palenquero, todavía resuena en sus callejones angostos. Pero solo unas pocas calles están pavimentadas. La basura se acumula donde debería haber desagües. El agua corriente se corta durante días. Un lugar que enseñó al mundo el significado de la liberación aún lucha por lo básico.
Si los habitantes votan “sí” en el referendo del 30 de noviembre, la independencia significará alcaldes, presupuestos y rendición de cuentas: una traducción de la grandeza histórica en los detalles concretos del autogobierno. Ahí es donde siempre se esconde la verdadera libertad: no en los discursos, sino en quién arregla las tuberías.
El patrimonio habla su propio idioma
Para Palenque, la autonomía no es solo una reclamación legal: es también cultural. Su lengua, el palenquero, es un archivo vivo de resistencia, que mezcla el español, el portugués y lenguas bantúes de África Central como el kikongo y el kimbundu. “Quienes solo hablan portugués, español o lenguas africanas no pueden entender el palenquero, porque es un idioma único que mezcla todos ellos”, explicó Manuel Pérez Salinas, director del legendario Festival del Tambor y Expresiones Culturales, en entrevista con The Guardian.
El lenguaje, como las carreteras o los pozos, es infraestructura. Pero durante siglos, el palenquero fue tratado como un defecto. “La gente decía que hablábamos un español roto”, recordó Regina Miranda Reyes, maestra de 59 años. “Nos discriminaban por tener un idioma de ascendencia africana, pero nunca dejamos de hablarlo”, dijo a The Guardian.
Cuando el palenquero fue incorporado a los planes escolares a finales de los años 90, todo cambió. Hoy, más de la mitad de los habitantes lo hablan con fluidez. Raperos como Kombilesa Mi rimaban en él. Los niños hacen TikToks en ese idioma. La independencia podría consolidar lo que el renacimiento comenzó: financiar maestros, preservar la historia oral y asegurar que la supervivencia del idioma no dependa solo del voluntariado.
En el centro del pueblo, una estatua de Benkos Biohó —el rebelde originario de lo que hoy es Guinea-Bisáu que lideró a los africanos fugados hacia la libertad— permanece vigilante. Su placa, agrietada y descolorida, resume por qué Palenque quiere controlar su propio mantenimiento. “La lucha por recuperar y afirmar esa historia es una lucha por reivindicar la humanidad”, dijo el historiador Javier Ortiz Cassiani a The Guardian. Que Palenque o Yanga (México) haya sido primero importa menos que esto: ambos demostraron que la libertad puede construirse desde abajo, y ahora uno de ellos quiere demostrarlo de nuevo.
La promesa de la autonomía… y el miedo a la fractura
Si el patrimonio define el alma de Palenque, su modelo de seguridad define su espíritu. El pueblo no tiene estación de policía formal; en su lugar, una guardia comunitaria desarmada, conocida como la Guardia Cimarrona, resuelve disputas. Es un vestigio vivo de gobernanza colectiva, y también una prueba para la autonomía. “Aún no sabemos qué pasará con nuestro sistema ancestral de justicia”, dijo Pérez.
La pregunta no es académica. Si las leyes colombianas imponen una policía externa, podrían borrar uno de los sistemas más dignos y funcionales de la comunidad. Pero si Palenque logra reconocer legalmente el papel de la Guardia, podría convertirse en pionero de un modelo de justicia comunitaria basado en los derechos, que otras comunidades afrocolombianas e indígenas podrían seguir.
La diáspora observa con atención. En Cartagena, muchas mujeres palenqueras ganan la vida como vendedoras ambulantes o posando para fotos, con sus vestidos coloridos que se han vuelto símbolos globales de la identidad caribeña, aunque con ingresos precarios. “Nuestra cultura había ido desapareciendo, pero hemos hecho un gran esfuerzo por recuperarla a través de la tradición oral y la historia”, dijo Lauriana Hernández Pérez, de 50 años, dueña de una tienda de ropa africana en la ciudad, citada por The Guardian.
La independencia podría canalizar los ingresos del turismo y la inversión en infraestructura directamente hacia Palenque, en lugar de perderse en la burocracia de Mahates. Pero la autonomía también corre el riesgo de sustituir una autoridad lejana por otra cercana, si el gobierno local se convierte en otro sistema clientelista. Para tener éxito, la nueva administración deberá publicar cada peso que gaste y tratar la participación ciudadana como algo sagrado.
Las apuestas son tanto económicas como emocionales. Si la autonomía trae más impuestos pero no más servicios, más discursos pero no más empleos, Palenque perderá lo que más ha protegido: su unidad.

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De la placa a la nómina: lo que un nuevo pueblo debe construir
Si el referendo se aprueba, las celebraciones serán breves; el trabajo, interminable. La libertad ahora significa construir instituciones que funcionen. El agua, el saneamiento y las calles pavimentadas deben ser las primeras prioridades, no las últimas. Luego viene la infraestructura cultural: programas lingüísticos, becas para artistas, medios comunitarios y una carta cívica que declare el palenquero idioma oficial del gobierno local.
La seguridad también debe reflejar el ADN de Palenque. La Guardia Cimarrona debería formalizarse por ley, con capacitación, recursos y coordinación con las fuerzas de seguridad nacionales, pero sin perder su espíritu de mediación.
El turismo —tan a menudo un arma de doble filo— debe reinventarse como una alianza, no un espectáculo. Las mujeres palenqueras no deberían limitarse a posar para los visitantes; deberían ser propietarias de los negocios turísticos que se benefician de su imagen. Las visitas guiadas, las presentaciones con salario justo y las cooperativas pueden mantener el valor dentro de la comunidad.
Por encima de todo, el liderazgo debe mantenerse transparente y humano. “Estamos tratando de preparar a la gente para afrontar estos desafíos sin conflicto físico, verbal o social”, dijo Andreus Manuel Valdés Torre, líder local de 46 años, a The Guardian. “Esperamos convertirnos en un municipio modelo para toda Colombia y, por qué no, para las Américas.”
Esa esperanza no es ingenua. Palenque ya cambió las Américas una vez, al demostrar que las personas esclavizadas podían construir libertad a la sombra del imperio. Ahora busca demostrar que los descendientes de esos rebeldes pueden gobernarse mejor que los funcionarios distantes que los olvidaron.
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Algunos escépticos dicen que el simbolismo no pavimenta calles. Pero en Palenque, el simbolismo siempre ha sido la chispa que mueve montañas. El pueblo que una vez hizo la libertad real ahora quiere hacerla funcional: convertir la memoria en presupuestos, los murales en alcaldes y una placa agrietada en una promesa, por fin, cumplida.