Los antiguos fuertes estadounidenses de Panamá inspiran una protesta artística contra las ocupaciones

La artista panameña Ana Elena Tejera insufla nueva vida a reliquias de la influencia militar estadounidense, entretejiendo hilo rojo y performance personal en antiguos fuertes y búnkeres. En este provocador proyecto, cuestiona los renovados acuerdos de seguridad que evocan una historia compleja y persistente.
Fortalezas reimaginadas, memorias reabiertas
Las enormes murallas de piedra que flanquean las entradas del Canal de Panamá alguna vez estuvieron repletas de artillería estadounidense; hoy, resuenan principalmente con aves marinas y el susurro de las lianas. En ese silencio irrumpe Ana Elena Tejera, carrete de hilo carmesí en mano, decidida a hacer hablar de nuevo a las ruinas.
Su exposición “1.432 km² de humillación: gestos contra el mal de ojo”—que se inaugura esta semana en el Museo del Canal—transforma fuertes costeros medio olvidados y los restos de la infame Escuela de las Américas en un vívido archivo de gesto, color y resistencia. Durante un recorrido con EFE, Tejera señala una fotografía aérea antigua del Fuerte Amador: sobre la imagen gris desvaída corre una brillante línea de hilo en zigzag. “Cada puntada es un recordatorio”, dice, “de que la ocupación nunca está del todo en el pasado”.
La Zona del Canal, de 1.432 kilómetros cuadrados, cedida al control estadounidense en 1903, fue devuelta a Panamá recién en 1999. Sin embargo, Tejera sostiene que la transferencia psicológica sigue inconclusa—especialmente tras la firma, el año pasado, de nuevos memorandos bilaterales de seguridad que señalan que tropas estadounidenses podrían volver a entrenar en zonas como el Fuerte Sherman. “La gente pensó que ese capítulo estaba cerrado”, comenta a EFE. “Y de pronto, el mismo lugar vuelve a ser noticia. Mi obra pregunta: ¿qué aprendimos realmente?”
Tejera es artista, archivista y nieta de un soldado panameño que alguna vez se entrenó en esas bases. Ese hilo familiar enlaza la historia personal con la memoria nacional—y se convierte en hilo literal en sus instalaciones. Pasó meses hurgando en archivos nacionales, grabando historias orales y cartografiando antiguos emplazamientos de artillería en ambas costas. A veces trabajaba sola bajo aguaceros tropicales; otras veces, reclutaba a pescadores locales para cruzar canales encogidos por la marea, que dejaban al descubierto hormigón cubierto de moluscos, vestigio de la maquinaria bélica.
Líneas escarlatas de resistencia
El vocabulario material de Tejera es sencillo: algodón rojo, fotografías antiguas y su cuerpo. Pero el efecto es desconcertante. En un video proyectado en el museo, aparece de pie frente a la boca de un búnker abandonado, enrollando el hilo alrededor de sus muñecas, luego sobre una tronera corroída, y luego otra vez alrededor de su torso—una especie de “elástico” improvisado sin salida posible. “Es un ritual contra el mal de ojo”, explica, aludiendo a la creencia popular de que la envidia o la mala intención pueden debilitar a una persona. En su lectura, el “mal de ojo” es el poder estructural—ese que reclamó territorios, dictó manuales de entrenamiento y exportó técnicas de interrogatorio por toda América Latina.
Los visitantes recorren transparencias colgantes donde imágenes de archivo—cadetes graduándose en el Fuerte Gulick, ingenieros estadounidenses cartografiando selvas—están atravesadas por puntadas paralelas de hilo escarlata. Las costuras recuerdan rutas de navegación, pero también evocan heridas suturadas pero no sanadas. En toda la galería, segmentos de hilo conectan vigas del techo con el suelo, obligando a las personas a agacharse o cambiar de rumbo. “Quiero que el cuerpo sienta el obstáculo”, dice Tejera a EFE. “Hablamos de la historia como ideas, pero los cuerpos la vivieron”.
Su residencia artística coincidió—de forma serendípica o profética—con el anuncio del gobierno panameño de que el Fuerte Sherman podría albergar operaciones conjuntas contra el narcotráfico. Aunque las autoridades insisten en su alcance limitado, el momento agudizó la urgencia de Tejera. Viajó al norte, a Sherman, esa misma semana, tendiendo hilo entre palmas y barracones abandonados hasta que los guardias de seguridad le pidieron que se retirara. Dejó el hilo ondeando. “El arte no puede detener una política”, reconoce, “pero sí puede hacer imposible el silencio”.
Ecos de ocupación y luchas por venir
La directora ejecutiva del Museo del Canal, Ana Elizabeth González, afirma que el proyecto de Tejera encaja con el esfuerzo institucional por confrontar el legado complejo del canal. “Recibimos visitas escolares todos los días”, comenta a EFE. “Los jóvenes panameños conocen los tratados, pero rara vez visitan los fuertes. Ana trae esos espacios a la ciudad, al debate”.
González destaca que la exposición mezcla obras de nuevos medios de Tejera con mapas desclasificados y cables diplomáticos, permitiendo a los visitantes trazar cómo la estrategia extranjera definió la geografía local.
Fuera del museo, el debate sobre la cooperación en seguridad internacional se intensifica. Grupos ambientalistas cuestionan si reabrir Sherman podría afectar humedales caribeños frágiles. Historiadores recuerdan a los legisladores que la Escuela de las Américas—rebautizada pero aún operativa en Georgia, EE.UU.—formó a figuras vinculadas a golpes de Estado, desde Chile hasta Honduras. Para Tejera, las implicaciones personales son inmediatas: “Mi abuelo volvió condecorado”, dice, “pero su generación también cargó con traumas. La repetición sin reflexión no es seguridad; es amnesia”.
Aspira a que la exposición genere foros públicos, no solo selfies con instalaciones de hilo carmesí. Durante los tres meses de exhibición, se planifican talleres que inviten a exsoldados, líderes comunitarios kuna y emberá, y estudiantes de secundaria a anotar sobre mapas a gran escala sus memorias familiares de la Zona—buenas y malas. El museo se ha comprometido a catalogar estos testimonios y conservar los mapas junto a documentos oficiales, ampliando así el registro histórico.
Lejos de las luces del museo, Tejera sigue haciendo cine. Su documental Panquiaco (2020), candidatura panameña a los Premios Goya, retrató el viaje migratorio invertido de un pescador indígena—de Europa de regreso al río Sambú. Su próximo largometraje, coproducido con Francia y Chile, explorará cómo los archivos familiares se convierten en campos de batalla de la identidad colectiva. El rodaje comienza en primavera, aunque bromea diciendo que quizás el hilo rojo también se cuele en ese set.
Al preguntarle qué viene después de la exposición, Tejera sonríe y toca el carrete atado a su cinturón. “Los fuertes no van a desaparecer”, dice. “Tampoco la conversación. Yo seguiré tirando hasta que se vean los nudos”.
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En la última sala de la galería, un foco ilumina un ovillo de hilo escarlata perfectamente enrollado. A su lado, una placa deja una invitación simple: Tire del hilo. Uno a uno, los visitantes lo hacen, desenredando un poco más la madeja, preguntándose qué más podría soltarse si siguen tirando.