Los Guardianes del Mar de Brasil extraen esperanza del lodo
Los manglares vuelven a respirar. En la vasta Bahía de Guanabara, en Río de Janeiro —un lugar asfixiado durante décadas por el plástico—, las mareas vuelven a ondular entre raíces que antes estaban sepultadas bajo la basura. Las garzas se posan donde antes flotaban botellas, y destellos rosados —el regreso del espátula rosada— cruzan la luz de la mañana.
Esta silenciosa resurrección es obra de pescadores, recolectores de cangrejos y familias indígenas que se autodenominan Guardianes del Mar. Sus herramientas son guantes, bolsas y terquedad. Su recompensa: el sonido del agua moviéndose libre otra vez.
Donde la limpieza se convierte en renacimiento
En el municipio de Guapimirim, el último manglar intacto de la bahía se ha convertido en un caso ejemplar de recuperación. La ONG Guardianes del Mar lanzó un proyecto llamado Del Mangle al Mar para extraer los desechos sólidos de las venas del estuario.
En dos años, los voluntarios han retirado más de 100 toneladas de basura de aproximadamente 60 hectáreas, la mayoría de plástico.
Los resultados se ven y se escuchan. Los cangrejos han vuelto. Los espátulas remueven las aguas poco profundas con sus anchas y rosadas cucharas. Más allá, los delfines grises persiguen lisas en cardúmenes tan densos que la superficie tiembla.
“Hoy, después de ver el desastre del impacto humano en nuestra costa, aprendí cómo podemos revitalizar la naturaleza”, dijo el pescador Marcelo Pereira de Oliveira a EFE. “Llegamos aquí, quitamos el plástico en una semana, y a la siguiente los cangrejos ya están brotando.”
Cada neumático retirado, cada botella recogida, se siente como oxígeno devuelto a la bahía. El proyecto ha convertido un pequeño rincón de Guapimirim en una prueba viviente: un recordatorio de que cuando la gente deja de esperar una salvación desde arriba, la marea puede empezar a subir.
Pescadores e indígenas, hombro con hombro
Esta limpieza no es una campaña caritativa con pancartas brillantes. Es el propio pueblo de la bahía reclamando el suelo bajo sus pies.
Los equipos incluyen caiçaras —familias costeras tradicionales—, así como grupos indígenas y pescadores de cangrejo que han vivido de estas mareas durante generaciones.
Avanzan a mano entre el lodo, trabajando en parejas, retirando los desechos capa por capa: neumáticos, cascos, muñecas, sillas e incluso sofás enteros. El ritmo es lento pero constante.
“Pocos imaginan la enorme cantidad de vida que todavía existe aquí”, dijo el pescador Alaido Malafaia, con cuatro décadas en estas aguas. “Todo depende de nosotros, y nosotros de ellos. Por eso no nos rendimos”, contó a EFE.
El proyecto paga modestos estipendios durante la veda del cangrejo —unas dos mañanas de trabajo por semana—, de modo que la conservación no compita con la supervivencia.
“Donde hay un sofá, donde hay un neumático, no hay madrigueras de cangrejos”, explicó el coordinador del proyecto Pedro Belga, presidente de Guardianes del Mar. “Los residuos sólidos actúan como una barrera que impide que brote la vida.”
Su método es simple, sus resultados medibles y su lógica irrefutable: el manglar revive porque las personas que dependen de él, al fin, son pagadas por sanarlo.
Una isla de basura… y el costo de ignorarla
No muy lejos de Guapimirim, la misma bahía muestra un panorama más oscuro. A unos veinte kilómetros flota la llamada “Isla de la Basura”, una balsa de desechos mantenida unida por las corrientes y la indiferencia. Botellas plásticas, zapatos, refrigeradores y muebles se funden en un mosaico del tamaño de varios campos de fútbol.
En trece meses, los equipos de Guardianes del Mar retiraron casi 43.000 kilos de basura solo de ese sitio.
En la vecina Bahía de Sepetiba, veinte caiçaras recogieron y eliminaron otros 3.000 kilos de desechos en tres meses. Las cifras pesan tanto como las bolsas que cargan. Pero lo más impactante no es lo que se saca, sino lo que ocurre después: en pocas semanas reaparecen los peces, las raíces de los manglares respiran y el olor a podredumbre cede al de la sal.
Este trabajo se realiza, silenciosamente, desde 2001. La persistencia de los voluntarios los ha convertido en expertos locales sobre cómo reparar lo que el Estado ignora. Saben que la basura se acumula donde falla la planificación: en desagües pluviales, bajo puentes, en manglares que alguna vez fueron los riñones de la bahía.
Cuanto más limpian, más exponen una verdad más grande que la propia bahía: la contaminación no es un misterio, es un hábito.

Del manglar a la COP30: lecciones para una nación
El manglar es el ingeniero olvidado de Brasil. Filtra sedimentos, amortigua tormentas, da refugio a las aves, cría peces y entierra carbono en su negro lodo. También refleja las contradicciones del país: riqueza ambiental, pobreza burocrática.
Cada pedazo de basura dejado entre sus raíces es un pequeño acto de rendición. Cada pedazo retirado, una declaración de que rendirse no es definitivo.
Con la COP30 acercándose en Belém, Guardianes del Mar ofrece un ejemplo de acción climática que no necesita discursos ni cumbres. Se mide en el peso de lo que sacan y en la vida que regresa.
“Es esencial que el manglar esté en condiciones dignas para recibir a visitantes interesados en especies como el cangrejo-uça”, dijo Rafael dos Santos, presidente de la Asociación de Recolectores de Cangrejo de Magé, en declaraciones a EFE. “Esta limpieza es fundamental para mostrar el respeto que tenemos y la enorme relevancia de este ecosistema.”
Esa frase es mitad orgullo, mitad manifiesto. En la quinta economía más grande del mundo, la verdadera política ambiental comienza con la dignidad local:
Pagar a los pescadores durante la veda para que conserven, no exploten.
Convertir a los recolectores de cangrejo en guías, no en cazadores furtivos.
Hacer del manglar un aula viva, no un vertedero.
Lo que ocurre en la Bahía de Guanabara no es un milagro: es un manual.
Demuestra que la salud de la costa de una nación puede reconstruirse una bolsa de basura, una madriguera de cangrejo y una marea a la vez.
Y cuando el sol se pone sobre Guapimirim, la superficie de la bahía refleja destellos de rosa y plata —espátulas y delfines pasando lista.
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Ningún comunicado lo podría decir mejor.
La naturaleza, cuando se le da espacio, sabe cómo agradecer a sus rescatadores.




