VIDA

México llora a su último veterano de la Segunda Guerra Mundial y reflexiona sobre su papel en el conflicto

En un mundo que a menudo olvida los actos valientes de México más allá de sus fronteras, hacemos una pausa para honrar el fallecimiento del sargento César Maximiliano Gutiérrez Marín, un veterano centenario cuya destacada participación en la Segunda Guerra Mundial permanece como un testimonio duradero.

El último saludo de un héroe

El sargento César Maximiliano Gutiérrez Marín, fallecido a los 100 años de edad, fue el último integrante sobreviviente del célebre Escuadrón 201, una unidad de la Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana (FAEM) que luchó con valentía durante la Segunda Guerra Mundial. Su muerte, ampliamente difundida en todo México, trajo nuevamente a la memoria una época de guerra mundial en la que el papel de México a menudo es olvidado. Gutiérrez Marín demostró valentía, amor por su patria y un profundo sentido del deber.

Nació en una época de grandes transformaciones globales, y pronto inició un periodo de servicio militar. México se unió formalmente a las fuerzas aliadas en 1942. El registro oficial de su incorporación data del 20 de julio de ese año, marcando su entrada a eventos cruciales de la historia. Fue entonces asignado al recién creado Escuadrón Aéreo 201, un contingente que dejaría su huella en el Teatro del Pacífico.

En un comunicado para honrar su fallecimiento, la Secretaría de la Defensa Nacional elogió su devoción constante y su servicio ejemplar, subrayando que “su legado perdura y es ejemplo de servicio, espíritu de cuerpo y patriotismo para las presentes y futuras generaciones que portan el uniforme de la nación”. La historia de Gutiérrez Marín no es solo la de un veterano, sino parte integral de una narrativa más amplia y olvidada sobre la participación de México en la Segunda Guerra Mundial.

El camino de México hacia la guerra

Los Aliados incluyeron a Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética. Pocos saben que México también desempeñó un papel importante. Al inicio del conflicto, el gobierno mexicano optó por mantenerse neutral, buscando preservar su independencia, mantener el comercio y superar conflictos internos que forjaban la nación.

La neutralidad fue puesta a prueba con el hundimiento de dos petroleros mexicanos, entre otros barcos, por submarinos del Eje. Este acto forzó a México a reconsiderar su posición diplomática. El 30 de mayo de 1942, el Congreso de la Unión declaró oficialmente el estado de guerra contra Alemania, Italia y Japón. El presidente Manuel Ávila Camacho, al dirigirse al pueblo, calificó tales ataques como una grave violación del derecho internacional. En junio, un decreto formalizó la hostilidad con las Potencias del Eje desde el 22 de mayo.

El país manejó una situación delicada. Quería alinearse con los Aliados, especialmente con Estados Unidos, sin comprometerse plenamente en combate directo. Esta postura requería una cuidadosa estrategia de comunicación para mantener el orden y la unidad. El gobierno expresó que México se oponía a la agresión autoritaria, mientras la nueva Comisión de Defensa México-Estados Unidos organizaba entrenamiento, logística y recursos para la fuerza expedicionaria.

Una parte de esta colaboración consistió en enviar personal militar mexicano a Estados Unidos para recibir entrenamiento avanzado. Muchos historiadores sitúan erróneamente este intercambio en 1944, cuando en realidad los primeros contingentes llegaron en 1942. Registros de los Archivos Nacionales de EE.UU. muestran que mexicanos arribaron a bases como Fort Monmouth, en Nueva Jersey, y Chanute Field, en Illinois, donde se entrenaron en mantenimiento de aeronaves, comunicaciones por radio y operaciones de vuelo.

La formación del Escuadrón 201

A medida que avanzaba la guerra, cobró fuerza la idea de crear una unidad aérea mexicana especializada. El 20 de julio de 1944 se formó el Grupo de Perfeccionamiento de Aeronáutica, que se convertiría en el célebre Escuadrón 201, liderado por el coronel piloto aviador Antonio Cárdenas Rodríguez. La estructura final incluyó una unidad de mando, personal de apoyo y eventualmente el Escuadrón Aéreo 201, con un grupo de reserva que nunca entró en combate.

El sargento Gutiérrez Marín fue uno de los seleccionados para esta ambiciosa empresa. Muchos eran soldados de carrera, aunque también había civiles y técnicos del sector armamentista, atraídos por el patriotismo o por los salarios, que se igualaban con los del ejército estadounidense. Las diferencias de formación generaron tensiones, pero al partir hacia el Pacífico, todos se unieron bajo una misma bandera, impulsados por el deseo de representar con honor a su país.

El Escuadrón 201, apodado “Las Águilas Aztecas”, fue enviado al Teatro del Pacífico, inicialmente a Filipinas. Participaron en 53 misiones durante la batalla de Luzón en 1945, brindando apoyo aéreo crucial contra posiciones japonesas. Que una nación oficialmente neutral poco tiempo antes movilizara una unidad en una fase decisiva del conflicto demuestra el cambiante papel de México en el escenario global.

Superar los obstáculos del entrenamiento

Transformar trabajadores comunes en especialistas en aviación fue necesario. El entrenamiento en EE.UU. presentó desafíos: diferencias culturales y lingüísticas, procedimientos de vuelo exigentes y la urgencia de la guerra crearon un entorno complejo.

El sargento Gutiérrez Marín y sus compañeros recibieron formación en combate aéreo, mantenimiento mecánico y otras áreas. Instructores estadounidenses y mexicanos trabajaron juntos, forjando vínculos de camaradería. A pesar de los desafíos logísticos—como la escasez de aeronaves modernas—el Escuadrón 201 se consolidó como una unidad capaz de apoyar el avance aliado en el Pacífico.

Imágenes de archivo y documentos oficiales muestran a altos mandos de ambos países despidiendo a estos hombres en ceremonias solemnes. Sin embargo, el gobierno mexicano manejó con cautela la percepción pública, sabiendo que involucrarse directamente en combates extranjeros era inédito. Aunque los periódicos hablaban de “orgullo nacional”, la complejidad del compromiso, el largo entrenamiento y la realidad de enviar mexicanos a luchar al extranjero eran asuntos delicados.

Las dudas sobre el valor o capacidad de las fuerzas mexicanas se disiparon gracias al servicio de Gutiérrez Marín y sus compañeros. En Filipinas realizaron misiones de ametrallamiento y apoyo táctico contra fuerzas japonesas atrincheradas. Comandantes aliados y poblaciones locales los respetaron. Al regresar en noviembre de 1945, recibieron la medalla “Servicio en el Lejano Oriente”, reconociendo su “abnegación, valor y honor en el cumplimiento de la misión encomendada por la patria”.

EFE/ Secretaría de la Defensa Nacional

El legado perdurable de los veteranos mexicanos de la Segunda Guerra Mundial

La vida del sargento Gutiérrez Marín no terminó con la guerra. Regresó a un México con mayor prestigio internacional por haber demostrado su capacidad en conflictos lejanos. Continuó su servicio militar hasta su retiro el 31 de marzo de 1970. Con el paso de las décadas, su historia y la de otros veteranos casi se perdieron.

Es curioso que otros países latinoamericanos, como Brasil, reciban más reconocimiento por su papel en la guerra. Brasil envió tropas a Italia como parte de su Fuerza Expedicionaria. México participó con un solo escuadrón, pero simbólicamente poderoso. Los hombres del Escuadrón 201 demostraron su valor frente a la duda y el escepticismo, ganándose un lugar especial en la historia militar aliada.

Aunque en número fueron pocos, su impacto fue significativo. México apoyó la seguridad hemisférica y demostró su compromiso. Bajo el presidente Ávila Camacho, el abandono de la neutralidad redefinió el papel global de México, acercándolo a Estados Unidos y sentando las bases para futuras colaboraciones de defensa. En ese sentido, Gutiérrez Marín y los miembros de la FAEM fueron pioneros de la diplomacia militar mexicana moderna.

Como último vínculo viviente con el Escuadrón 201, Gutiérrez Marín encarnó un legado que a menudo queda opacado por las operaciones aliadas en Europa y Asia. Sin embargo, su fallecimiento—y el reconocimiento que genera—nos recuerda que los veteranos mexicanos lucharon, se sacrificaron y, en muchos casos, murieron bajo la misma bandera aliada que otros ejércitos más conocidos. Su vida marcó el final de una era y un puente hacia generaciones que deben recordar por qué la libertad y la unidad a veces exigen aliarse con naciones extranjeras.

Su funeral, cargado de tradición militar, simbolizó ese espíritu. Ejército, Fuerza Aérea y Guardia Nacional lo honraron. El espíritu de unidad y patriotismo que representó hoy es esencial. Su sacrificio quedó plasmado en la bandera doblada, el último toque de corneta y los guardias solemnes.

Quedan amigos y compañeros. Ellos esperan que México reconozca y estudie el valor histórico del Escuadrón de Caza 201. Historiadores y entusiastas han documentado sus misiones, entrenamiento y despliegue a Filipinas. El conocimiento público, sin embargo, sigue siendo limitado. La muerte de Gutiérrez Marín podría cambiar eso.

Para las generaciones jóvenes, que aprenden sobre la Segunda Guerra Mundial principalmente a través del cine de Hollywood, el papel de América Latina puede parecer una nota al pie. Pero la decisión de México de abandonar la neutralidad y enfrentarse al Eje fue audaz. Señaló un deseo de cooperación con fuerzas globales contra regímenes totalitarios. También inició una relación posbélica con EE.UU., que se seguiría transformando en décadas posteriores.

Para comprender verdaderamente el lugar de Gutiérrez Marín en la historia, hay que considerar no solo las misiones sobre los cielos de Luzón, sino también el peso simbólico del verde, blanco y rojo en las alas de los aviones mexicanos. Cada misión, bombardeo y vuelo de apoyo representó el firme respaldo de México a la libertad y la seguridad colectiva en uno de los momentos más oscuros del siglo XX.

La vida de este hombre es difícil de olvidar, como también lo son las de muchos otros que colaboraron en el esfuerzo bélico de formas menos reconocidas. Civiles que trabajaron en fábricas, agricultores que alimentaron a los soldados, enfermeras que cuidaron a los heridos: todos ellos, a su manera, participaron en el esfuerzo de guerra mexicano.

Aunque la participación de México en la Segunda Guerra Mundial no iguale en magnitud a la de otras naciones aliadas, las contribuciones de hombres como César Maximiliano Gutiérrez Marín prueban que ningún esfuerzo es pequeño cuando están en juego los ideales de la libertad. Su muerte cierra un capítulo específico de la historia militar mexicana, pero también inicia un tiempo de reflexión sobre el coraje y los sacrificios de una generación que casi ha desaparecido. Este homenaje a su muerte es también un homenaje a su vida.

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Y debería, además, ayudar a que la memoria de la participación de México en la Segunda Guerra Mundial perdure. “Su legado perdurará”, declaró la Secretaría de la Defensa. En efecto, el último saludo al sargento Gutiérrez Marín es también un renovado saludo a todos los mexicanos que sirvieron con valentía en una guerra que dio forma al mundo moderno.

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