VIDA

México recuerda a través del cine mientras las voces se niegan a silenciarse

Medio siglo después de la masacre de Tlatelolco, una nueva película mexicana revive las demandas inconclusas de verdad, entrelazando las matanzas de 1968, la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa y la asombrosa cifra actual de personas desaparecidas. En No nos moverán, la actriz Luisa Huertas encarna la memoria, la furia y la inquebrantable esperanza de una nación.

El día en que las bayonetas entraron al aula

El 2 de octubre de 1968, Luisa Huertas tenía apenas 17 años y estudiaba en la Escuela Nacional de Arte Teatral de la Ciudad de México. De repente, irrumpieron soldados —con bayonetas caladas, tanques al acecho afuera, perros tensando las correas—. “¿Cómo olvidar el momento en que el Ejército entró a las escuelas?”, contó a EFE, al evocar aquel día que calificó como “un parteaguas en la historia de México”.

Afuera, la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco se había llenado de una protesta estudiantil pacífica. Al caer la noche, los disparos arrasaron la plaza. Cientos murieron. Ese trauma, aún vivo, es el pulso de No nos moverán, un drama en blanco y negro que rehúsa el espectáculo y niega el cierre.

La cinta, dirigida por Pierre Saint-Martin, no recrea la masacre. En cambio, plantea qué hacen cinco décadas de preguntas sin respuesta a quienes quedaron atrás. Esa elección le da a Huertas, hoy de 74 años, el papel más urgente de su carrera: Socorro, una abogada que lleva 56 años buscando al hombre que asesinó a su hermano Jorge en Tlatelolco. “No quisimos volver a montar el movimiento”, dijo a EFE. “Queríamos preguntar qué pasó con quienes perdieron a alguien y aún no saben quién fue responsable”. El expresidente Gustavo Díaz Ordaz es “solo el rostro visible”, añadió, sugiriendo una cadena de mando más profunda que sigue oculta.

La búsqueda de una hermana se convierte en trama

La investigación de Socorro dobla el tiempo. En su persistencia, el público reconoce a las madres que hoy cavan barrancas con palas y estampitas; a los padres de los 43 estudiantes desaparecidos en Iguala en 2014; a las familias que siguen fijando fotocopias de rostros en cercas. Huertas se asume dentro de esa continuidad. “Su constancia y su fuerza nos restriegan la ineficiencia o las mentiras que nos dicen”, expresó a EFE, subrayando que la exigencia de justicia ha sobrevivido a once administraciones presidenciales.

El director echó mano de su propia historia familiar: la militancia de su madre y un tío asesinado en 1968. Filmada en un monocromo luminoso, la película funciona como un cuarto oscuro. Imágenes sumergidas por décadas reaparecen: el Batallón Olimpia desplegado junto a soldados, las listas murmuradas de muertos, los pasillos llenos de encogimientos burocráticos.

Sin embargo, Saint-Martin se resiste a la desesperanza. Pequeños actos —una pregunta terca, una risa dolorosa— mantienen la pantalla viva. La película ya dejó huella: se estrenó en Cinélatino Toulouse, ganó el premio a mejor largometraje mexicano en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara y obtuvo una nominación al Ariel 2025. Los reconocimientos importan, pero lo que conmueve a Huertas es el silencio tras las funciones, cuando los adolescentes se quedan a hablar. “Los jóvenes no están tan politizados”, admitió a EFE, “pero comprobamos que mueve a los menores de 18”. Ese, dijo, es el anhelo de cualquier artista: provocar algo que no permita al público salir igual.

De Tlatelolco a Ayotzinapa, la memoria se niega a sentarse

El título de la película, No nos moverán, es menos un eslogan que una exigencia. Se extiende a través de épocas no para confundir tragedias, sino para marcar su raíz común. Tlatelolco, Ayotzinapa, las más de 130,000 personas oficialmente registradas como desaparecidas: todas conducen a una sola palabra, injusticia.

“No se puede seguir gobernando solo con represión para silenciar el disenso”, dijo Huertas, recordando el férreo control del PRI en los años sesenta. Pero la maquinaria del borrado —archivos sellados, órdenes difusas, responsabilidades diluidas— ha sobrevivido al dominio de ese partido. El México actual suma nuevas víctimas mientras los casos antiguos siguen estancados.

El vínculo con Ayotzinapa es explícito. La búsqueda incansable de Socorro refleja a los padres que aún duermen en carpas frente a edificios gubernamentales, aferrados a peritajes llenos de contradicciones. “Su lucha es nuestro presente”, aseguró Huertas. La paleta en blanco y negro subraya la claridad moral de la exigencia, al tiempo que reconoce la niebla gris de los relatos oficiales. Cada puerta de oficina cerrada en la cara de Socorro resuena con las familias de Iguala que insisten en lo que debió entregarse desde un inicio: la verdad. En un país donde el “nunca más” suele convertirse en “todavía no”, la cinta insiste en que la memoria no es archivo, sino músculo cívico, ejercitado hasta cambiar la postura.

EFE/José Méndez

Aferrarse a la voz humana

Tras cinco décadas de trayectoria en teatro y cine, Huertas habla de legado sin sentimentalismo. Para ella, éste habita en un aula. En 2006, fundó el Centro de Estudios para el Uso de la Voz (Ceuvoz), convencida de que la democracia depende de ciudadanos capaces de habitar y defender su propia voz.

“Queremos preservar —y más aún ahora, en la era de la inteligencia artificial— la voz humana como un verdadero privilegio”, declaró a EFE. “Este es nuestro sonido; cada especie tiene el suyo. Nuestra aspiración es que la palabra sea diciente: que diga, exprese, proteste, luche”.

Esa misión palpita en No nos moverán. La voz de Socorro se quiebra, pero nunca desaparece. En una nación donde el silencio ha sido con frecuencia política de Estado, la película defiende la palabra como un servicio público.

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¿Qué aspecto tiene la justicia después de tantos años? La película no dicta un veredicto. Hace algo más valiente: mantiene despiertos a los testigos. Le recuerda a México que la memoria no es pasiva: es una obligación. La adolescente que un día se estremeció ante las bayonetas ahora encarna a una mujer que se niega a dejar de tocar puertas. El público observa, conmovido e implicado. El título se vuelve promesa. No nos moverán: ni de la historia, ni los unos de los otros, ni del trabajo de decir la verdad hasta que cambie al país.

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