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Panamá revela la odisea del Darién en un diálogo artístico global

El histórico debut de Panamá en la Bienal de Venecia 2024 pone en el centro de atención la desgarradora travesía por la selva del Darién, una ruta que cientos de migrantes recorren diariamente. Al exhibir a cuatro artistas panameños, la muestra enfrenta tanto al público local como a los visitantes globales con las duras realidades del tránsito y la supervivencia.

Un puente en transformación: arte y migración en América Latina

El arte latinoamericano ha demostrado desde hace tiempo que la identidad cultural está entrelazada con los problemas sociales. Pinturas del siglo XIX retrataron las luchas por la independencia. Murales de mediados del siglo XX criticaron el trato injusto. El arte se convirtió en un medio para plantear preguntas desafiantes sobre la identidad, el poder y la pertenencia a la sociedad. Los muralistas mexicanos ganaron fama en las décadas de 1920 y 1930 al representar los conflictos obreros en sus obras. Pero en Chile y Argentina, los artistas enfrentaron censura, y recurrieron a pinturas y performances con mensajes ocultos sobre los derechos humanos bajo regímenes autoritarios.

La decisión de Panamá de participar en la Bienal de Venecia está relacionada con esa tradición donde el arte refleja la sociedad. Durante siglos, el istmo ha simbolizado comercio y conectividad, ejemplificado sobre todo por el canal transoceánico que reconfiguró el comercio global en 1914. Sin embargo, ese rol de “puente del mundo” contrasta de manera aguda con el flujo constante de viajeros desesperados que cruzan el Darién, a menudo sin seguridad ni reconocimiento. Esta disonancia entre el comercio celebrado y el tránsito humano ignorado invita a la reflexión: ¿cómo puede un país que se beneficia de unir océanos también albergar una de las rutas migratorias más peligrosas del hemisferio?

La nueva exposición capta esa tensión al poner el foco sobre la crisis migratoria en el Tapón del Darién, un peligroso corredor de selva densa. A través de instalaciones que van desde collages hasta paisajes sonoros inmersivos, los cuatro artistas panameños le dan forma a un tema que suele quedar relegado a informes de política o titulares fugaces. El mensaje es claro: en una época donde el arte latinoamericano moderno prospera abordando temas de identidad y protesta, el giro de Panamá para amplificar la travesía del Darién reafirma que la creatividad puede defender a los vulnerables allí donde los gobiernos vacilan.

El origen de la primera participación de Panamá en Venecia

Según declaraciones a EFE de Ana Elizabeth González, co-curadora y directora del Museo del Canal, el impulso para el debut de Panamá en la Bienal comenzó con una pregunta persistente: ¿por qué su país nunca había enviado un pabellón a una de las exposiciones de arte más importantes del mundo? Al buscar un tema unificador, González se dio cuenta de que la próxima 60ª Bienal abordaría el lema Extranjeros en todas partes. De inmediato, surgió la sombría saga del Darién como un ajuste local profundamente pertinente, especialmente considerando que miles de migrantes cruzan esa selva peligrosa cada año, muchos rumbo a Norteamérica.

“Para mí era irónico”, dijo González a EFE, “que nos promocionáramos como un centro de tránsito—’puente del mundo’—y sin embargo rara vez se reconociera el lado humano y trágico de ese tránsito”. Esta disparidad la inquietaba profundamente. “Me quitaba el sueño”, confesó. A pesar de haber curado exposiciones sobre temas como la construcción del canal o la independencia panameña, nunca había intentado algo tan cargado políticamente. Pero la resonancia con el tema general de la Bienal la animó a seguir adelante.

La exposición resultante, tras exhibirse en Venecia, regresó triunfante al Museo del Canal en Ciudad de Panamá, donde reabrió para el público local. Cada uno de los cuatro artistas participantes abordó el tema de la migración desde un ángulo único, entrelazando memorias de desplazamientos personales o familiares con una crítica más amplia sobre cómo el istmo se posiciona en la narrativa global. La sinergia entre sus obras subraya la tradición latinoamericana de utilizar el arte como comentario social—una tradición que va de Orozco y Rivera en México hasta Beatriz González en Colombia, y más allá.

Cuatro artistas, un mensaje resonante

La primera obra que encuentran los visitantes es un monumental mural de barro del artista Cisco Merel. Según relató a EFE, recogió la arcilla directamente de la selva del Darién, forjando lo que describe como “un terreno donde convergen todas estas historias y problemas, especialmente la migración”. Con trazos audaces de blanco y amarillo sobre una superficie marrón agrietada, Merel evoca la impresión de un camino rudo e infinito. Él describe la obra como una entrada a lo incierto: los migrantes caminan hacia adelante sin garantías, sólo con esperanza. Las fracturas en la tierra sugieren heridas, simbolizando el costo físico y emocional del cruce del Darién.

En una segunda sala, la artista Giana De Dier recurre a su herencia afrocaribeña para comentar sobre las olas de migración menos conocidas que moldearon Panamá, especialmente durante la construcción del canal a principios del siglo XX. Usando certificados de nacimiento, fragmentos de fotos familiares y documentos oficiales, los collages de De Dier relatan el viaje de sus antepasados desde Barbados y Santa Lucía hacia Panamá, donde enfrentaron zonas canaleras segregadas cargadas de racismo. “Se trata de pensar qué decide uno empacar cuando deja su hogar”, explicó a EFE, “y cómo se enfrenta a llegar a una tierra que no te abraza”. Las narraciones de su abuela se entrelazan con una crítica más amplia a cómo los proyectos de infraestructura históricamente explotaron la mano de obra extranjera.

El tercer artista, Brooke Alfaro, se inspiró en los mundos surrealistas de Pieter Bruegel y Hieronymus Bosch. En sus pinturas exuberantes, figuras semidesnudas se agolpan en barcos en posturas oníricas. “Comienzo con una idea general, pero dejo que el lienzo me guíe”, contó a EFE. Con el tiempo, las imágenes se consolidaron como reflexiones sobre la migración, refiriéndose metafóricamente a los viajes acuáticos precarios que evocan siglos de desplazamientos globales. Alfaro considera que su enfoque continúa la tradición latinoamericana de fusionar influencias estéticas europeas con preocupaciones sociopolíticas locales. “Trato de hacer que el espectador confronte el drama de las poblaciones olvidadas”, explicó, “y eso naturalmente incluye el tema del cruce”.

Finalmente, la instalación inmersiva de Isabel de Obaldía sumerge al espectador en una densa selva tropical. El aleteo de aves y el zumbido de insectos llenan el aire, mientras siluetas de cuerpos desmembrados cuelgan en el espacio—perturbadoras pero hipnóticas. “¿Cuántos no lograron salir de esa selva?”, se preguntó en una entrevista con EFE. Durante años, investigó la experiencia de los migrantes en el Darién, viajando a la región para presenciar las condiciones y hablar brevemente con los viajeros. Los torsos suspendidos representan a quienes la jungla devoró, tanto física como simbólicamente. Algunas figuras parecen gladiadores que siguen adelante; otras son consumidas por oscuras enredaderas. “Se trata de imaginar lo que ellos soportan”, reflexionó.

El arte como conciencia de América Latina

Históricamente, la región ha usado canales creativos para exponer tensiones sociales y políticas. Durante la época colonial, los artesanos indígenas incrustaron detalles subversivos en la iconografía católica para preservar sus narrativas ancestrales. En el siglo XIX, las pinturas costumbristas documentaron la vida diaria con sutiles señales de desigualdad. Ya en el siglo XX, los grandes murales, el arte callejero rebelde y las instalaciones conceptuales incitaron al público a cuestionar el poder del Estado, las desigualdades de clase y las consecuencias de las intervenciones extranjeras.

En esencia, las cuatro instalaciones panameñas en la Bienal de Venecia, ahora expuestas en el Museo del Canal, siguen esta tradición del arte como conciencia pública. No se limitan a lamentar el sufrimiento de los migrantes; también desafían al país a reconciliar su imagen pulida con la cruda realidad que se despliega en su territorio. Al destacar el cruce del Darién, la exposición transforma a Panamá de ser un “puente” comercial a un rompecabezas humanitario, invitando a los visitantes a empatizar con las pisadas silenciosas que atraviesan terrenos infestados de serpientes.

Para la curadora Ana Elizabeth González, visibilizar la migración no trata de ofrecer soluciones rápidas, sino de fomentar el reconocimiento colectivo. “Solemos celebrar el éxito comercial de nuestro canal”, dijo, “pero nos mantenemos ciegos a propósito frente al drama humano que ocurre en el mismo corredor”. El objetivo de la exposición se cumple si logra que al menos una parte de los asistentes reflexione sobre cómo la identidad nacional se entrelaza con la mano de obra extranjera y el desplazamiento forzado.

Mientras tanto, la resonancia del proyecto trasciende a Panamá. Observadores en toda América Latina han reconocido desde hace tiempo que temas existenciales—colonización, diáspora, trabajo y anhelo—trascienden fronteras. En los lienzos surrealistas de Buenos Aires o en las tallas de madera de Oaxaca, se encuentran migraciones forzadas por guerras, dictaduras o desesperación económica. La experiencia panameña encaja así en un amplio tapiz donde el arte documenta y dignifica a las comunidades marginadas.

Las entrevistas de EFE con los cuatro artistas revelan cómo han abrazado la tradición y la han reinventado. Merel usó barro, De Dier reunió collages, Alfaro creó mundos surrealistas y De Obaldía ofreció una inmersión forestal. Cada uno abordó un pasado común enfrentando realidades incómodas. La exposición mira directamente a cuestiones como la historia de la construcción del canal o las dificultades actuales del desplazamiento. Como afirmó De Dier: “Mostramos las cosas tal como son. Las imágenes impactan porque la situación real es grave”.

En última instancia, este pabellón nacional señala que la voz cultural de Panamá ha madurado y está lista para unirse a la conversación global sobre pertenencia y desplazamiento. La Bienal de Venecia ofreció el escenario perfecto, pero traer la exposición de vuelta asegura que la región que la inspiró pueda interactuar directamente con su mensaje. Para los que están cerca, recuerda que el arte no es solo belleza. También enfrenta los problemas globales más complejos. También confirma que, en América Latina, el arte puede fomentar tanto la comprensión como la responsabilidad. Y para cada migrante que atraviesa el Darién, la obra significa que alguien los ve.

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Sus experiencias son esenciales. Rodeadas de arcilla agrietada o enredaderas verdes sobre los muros de una galería, sus pruebas se vuelven imposibles de ignorar. La esperanza de la exposición reside en hacer que esa empatía sea más profunda y duradera, para que el “puente del mundo” evoque compasión tanto como comercio. Al salir los últimos visitantes, podrían llevarse consigo una conciencia vívida de que detrás de cada ruta de carga o de cada foto escénica de la fauna selvática, persisten travesías humanas reales—unas veces triunfantes, otras veces desgarradoras, pero siempre dignas de ser atestiguadas.

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