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Puerto Rico sueña con una paz salsera entre Blades y Colón

En los círculos de salsa de Puerto Rico, los susurros se han convertido en súplicas abiertas: ¿y si Rubén Blades y Willie Colón pudieran enterrar dos décadas de amargura y volver a encontrarse en un estudio? La esperanza no es solo por nostalgia—es por la historia repitiéndose, aunque sea para una última canción.

Un dúo que definió una era

Cuando Luis “Perico” Ortiz, Gilberto Santa Rosa y Humberto Ramírez hablan de Blades y Colón, sus palabras tienen el peso de la reverencia—como astrónomos describiendo un par de estrellas que una vez brillaron juntas pero que desde entonces se han separado. Para ellos, el poeta panameño del barrio y el trombonista nacido en el Bronx no fueron solo colaboradores—fueron los arquitectos de una nueva era en la salsa.

Blades, hoy con 77 años, y Colón, con 75, unieron fuerzas por primera vez a mediados de los años setenta, justo cuando la salsa empujaba su camino desde los salones de baile de Nueva York hasta un escenario global. Su primer álbum juntos, Metiendo Mano (1976), no solo hizo bailar a la gente—contaba historias. Temas como Pablo Pueblo, Plantación Adentro y La Mora impregnaron la música de narrativa social, iluminando la injusticia, la pobreza y la resiliencia.

Luego llegó Siembra (1978), el gigante. Con los arreglos de Ortiz dando forma a canciones como Pedro Navaja y Plástico, el disco no solo vendió—explotó, convirtiéndose en uno de los álbumes de salsa más vendidos de todos los tiempos. “Me encantaría que se reunieran”, dijo Ortiz a EFE, con una voz atrapada entre la admiración y la nostalgia. “Lo que hicieron juntos no fue solo música—fue historia cultural”.

La reunión “que el mundo espera”

Para Gilberto Santa Rosa, “El Caballero de la Salsa”, la idea de una reunión entre Blades y Colón sería más que un concierto—sería un evento cultural. Lo comparó con el celebrado regreso de Richie Ray y Bobby Cruz, pero incluso más grande. “Después de esa reunión, esta es la que todos los salseros—y el mundo—están esperando”, dijo a EFE.

Santa Rosa sabe que el camino está bloqueado por años de relaciones tensas. Aun así, insiste en que la música lo exige: “La música lo merece, y su historia musical lo merece”. Humberto Ramírez, quien trabajó con el dúo en su último álbum conjunto, Tras la Tormenta (1995), los llamó “músicos de vanguardia” que llevaron la salsa más allá de sus límites, haciéndola más compleja, más global, más viva.

Pero Ramírez es pragmático. “Son ellos quienes deben decidir si vale la pena una reconciliación”, afirmó. Los fanáticos pueden desearlo, los músicos pueden soñarlo, pero la decisión final recae en dos hombres cuya historia está enredada en genialidad y rencor.

Una grieta nacida en Puerto Rico

La línea de fractura se remonta a 2003. Los dos se reunieron para un concierto masivo en el Estadio Hiram Bithorn de San Juan, celebrando el 25.º aniversario de Siembra. Se suponía que sería un triunfo, producido por los puertorriqueños Ariel Rivas y César Sainz. En cambio, se convirtió en la chispa de una disputa que ardería durante una década.

Blades ha dicho que acordó un pago de 350.000 dólares por el evento. De ahí, cubrió vuelos, hoteles y músicos, y luego dividió el resto a partes iguales con Colón. Pero Colón creyó que le faltaban 115.000 dólares y llevó el asunto a los tribunales en 2007.

En 2013, el juez federal estadounidense Bruce J. McGiverin falló a favor de Blades, determinando que el promotor había recibido el pago pero lo desvió para saldar deudas no relacionadas sin el consentimiento de los artistas. Legalmente, el caso quedó cerrado. Personalmente, no. La confianza se había roto, reemplazada por pullas públicas y largos silencios.

Dos leyendas, escenarios separados

Desde entonces, ambos han actuado en Puerto Rico—pero nunca juntos. Colón regresa este sábado con Idilio Sinfónico, presentándose junto a la Orquesta Sinfónica de Puerto Rico. La música volará alto, pero faltará la otra mitad de la sociedad más legendaria de la salsa.

“Son dos leyendas”, dijo Ramírez, con un tono mezcla de respeto y resignación. “Sería bueno que pudieran reconciliarse de alguna forma, pero no lo sabemos. No lo veo sucediendo pronto”.

Aun así, en los bares, salas y estudios de ensayo de Puerto Rico, la fantasía persiste: un escenario con dos micrófonos, el mordaz bronce del trombón de Colón encajando con la poesía callejera de las letras de Blades. La suya fue una química que dio forma a la era dorada de la salsa—música que trataba tanto de decir la verdad como de mantener la pista de baile llena.

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Por ahora, sigue siendo una canción no escrita. Pero en Puerto Rico, donde la música sobrevive a la política, el ego y el tiempo, la esperanza es terca. Y la esperanza sigue tocando el mismo coro: una última vez, juntos.

Citas y entrevistas cortesía de EFE.

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