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Raíces mexicanas y esperanzas futboleras chocan en una comedia vibrante

Una grada desvencijada, un balón raspado y las risas de los vecinos marcan la escena en 90 Minutos, la nueva comedia del director Joe Rendón para Peacock. La serie convierte a un pequeño club de fútbol mexicano en un espejo donde los migrantes redescubren el hogar y la esperanza.

Cuentos del abuelo, pulso del barrio

Antes de encender las cámaras, Joe Rendón hurgó en cuadernos repletos de anécdotas inverosímiles contadas por su abuelo: historias de uniformes improvisados, entrenamientos nocturnos bajo faroles callejeros, y un entrenador que una vez vendía tamales desde la banca del equipo. “Le prometí que haría que volvieran a vivir”, contó a EFE. Esos recuerdos dieron vida a Don Gil, el entrañable director técnico de Los Navajas FC, un equipo de cuarta división siempre al borde del colapso. A su alrededor giran fruteros convertidos en mediocampistas, mecánicos que defienden como leones y un portero que también es el chismoso del vecindario. La académica de cine Andrea Noble ha señalado que el cine mexicano suele esconder la crítica social dentro del humor; Rendón sigue esa tradición, usando los chistes para dibujar un barrio donde las deudas se pagan con pozole y el orgullo se mide en goles.

Regresos y calles medio olvidadas

En medio de este torbellino aparece Alma, interpretada por Teresa Ruiz, quien regresa tras años en Estados Unidos debido a la repentina enfermedad de su padre. El viaje en autobús de vuelta a su calle de la infancia es como abrir una cápsula del tiempo: las tienditas de la esquina reemplazadas por farmacias de cadena, los primos ahora casados y con hijos, la cancha local medio pavimentada como estacionamiento. “Crecí acompañando a mi papá a sus partidos de los domingos”, contó Ruiz a EFE. “Pisar ese set fue como caminar dentro de mi álbum de recuerdos”. El crítico cultural Carlos Monsiváis escribió que las narrativas mexicanas prosperan en los choques entre la memoria y la modernidad; Alma encarna esa fricción. Le duele el barrio que dejó atrás, pero debe aprender a moverse en el que ahora existe—una emoción familiar para los migrantes que bajan en la antigua terminal de autobuses solo para descubrir que el horizonte ha cambiado por completo.

EFE/ José María Guisiñer

Noventa minutos, lazos de por vida

El fútbol aporta ritmo y metáfora a la serie. Cada episodio—con la duración de un partido real—comienza con un silbatazo, corre entre el caos y termina en euforia o desconsuelo. Don Gil cree que la táctica viene después de la fe; sus arengas antes del juego suenan más a bendiciones familiares. Los problemas llegan cuando Veneno (José María de Tavira), antaño el delantero estrella del barrio, regresa con aires citadinos y rencores sin resolver. Las escenas de entrenamiento chispean con insultos amistosos, pero Rendón evita las moralejas fáciles. “No estamos predicando”, dijo. “Estamos mostrando cómo el amor y el machismo comparten la misma línea de banda”. Expertos en cultura deportiva latinoamericana sostienen que la cancha es también un aula donde los hombres reaprenden la vulnerabilidad; 90 Minutos monta esa lección en cada barrida y cada abrazo de gol.

Risas que viajan más lejos que los pasaportes

Transmitida en una plataforma estadounidense, la serie alcanza a públicos que dejaron México hace décadas o nacieron al norte del río Bravo, pero anhelan el ritmo del español barrial. “La comedia cruza océanos más rápido que los aviones de carga”, observó Ruiz. Investigadores de migración como John Kraniauskas afirman que los medios populares pueden tejer comunidades dispersas al revivir detalles pequeños y precisos—el apodo del vecino, la trompetita aguda del paletero—que la nostalgia corporativa suele pasar por alto. Los espectadores ven un episodio en Los Ángeles o Chicago y de pronto sienten el olor del mole de su abuela, o escuchan el ladrido lejano de los perros nocturnos. El humor baja la guardia, permitiendo que verdades más duras—sobre la precariedad económica, los padres envejecidos, el amor fracturado—se filtren sin resistencia.

Rendón espera que la serie provoque más que carcajadas. Al retratar un barrio que sobrevive gracias a la improvisación colectiva, resalta la resiliencia que los migrantes llevan consigo al extranjero. Si una portería rota puede arreglarse con escobas y cinta adhesiva, quizá la nostalgia también pueda remendarse con recuerdos compartidos y risas a la luz de una pantalla. Cuando Don Gil anima a su escuadra improvisada bajo unos reflectores que parpadean, también está alentando a los incontables espectadores que luchan contra la distancia y el cambio. El partido dura noventa minutos, pero el eco del silbatazo resuena mucho más allá de la cancha, cruzando fronteras y recordando a todos—jugadores, hinchas o exiliados—que pertenecer es un juego que se gana en equipo.

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Fuentes: Entrevistas con Joe Rendón y Teresa Ruiz para EFE (2025); análisis de Andrea Noble en Mexican Cinema: Texts and Contexts (Routledge, 2019); ensayos de Carlos Monsiváis en Días de guardar (Era, 2010); John Kraniauskas, “Transnational Telenovelas and Migrant Memory”, Journal of Latin American Cultural Studies (2022).

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