Secretos en piedra: el Museo Masónico de Paraguay revela una historia oculta

Escondido detrás de una fachada modesta en el centro de Asunción, un mundo privado de diarios cifrados, medallas de guerra y presidentes olvidados sale a la luz, invitando a los paraguayos a redescubrir cómo la masonería ayudó a moldear la nación en silencio.
Del ritual velado al recorrido guiado
Apenas sale el sol en la calle Palma, el tráfico del centro de Asunción pasa zumbando frente a un viejo edificio de piedra cuya fachada la mayoría ha ignorado sin darle una segunda mirada. Pero últimamente, más personas se detienen. Estiran el cuello para ver el escuadro y compás dorados que brillan sobre la entrada: un símbolo masónico, largamente susurrado y rara vez explicado. Ahora, por primera vez, la puerta debajo de él está abierta.
En el interior, la logia más antigua de Paraguay ha transformado parte de su sede en un museo público. Este nuevo Museo de la Masonería, instalado dentro de la Gran Logia Simbólica del Paraguay, no es una reliquia polvorienta. Es un recorrido vibrante y meticulosamente curado por un mundo que, hasta hace poco, permanecía vedado a cualquiera sin un apretón de manos y un juramento.
“Sentimos que ya era el momento”, dijo a EFE el director del museo, Humberto Rossi, mientras guiaba a un grupo de visitantes asombrados junto a estantes llenos de documentos amarillentos, mandiles rituales bordados con hilo de plata y medallas chamuscadas recuperadas de campos de batalla. “La gente no se da cuenta de cuánto ayudó esta institución a construir la república”.
Aunque la colección del museo comenzó en 2016, la entrada estaba antes limitada a familias de la logia. Ahora, forma parte del circuito turístico oficial de la capital, promovido por la Secretaría Nacional de Turismo de Paraguay. Como dice Rossi: “No se trata de renunciar al misterio, sino de abrazar una discreción más abierta”.
Un lenguaje escrito en luz y sombra
Al entrar en el Templo Génesis—el corazón de la logia—la atmósfera cambia. Es tranquilo, pero no solemne. La luz del sol atraviesa vitrales y cae sobre un piso ajedrezado en blanco y negro que representa las dualidades de la vida: bien y mal, razón e instinto, luz y oscuridad.
Al fondo, un triángulo sostiene un ojo que parece seguir cada movimiento: La Gran Providencia. La sala no busca impresionar, sino invitar a la reflexión.
“Este lugar te enseña a medirte antes de juzgar a los demás”, susurra Rossi, con la voz apenas por encima del crujido de un banco de madera.
Los guías explican las herramientas simbólicas de la masonería—compás y escuadra, nivel y plomada—como instrumentos prácticos y metáforas morales. En vitrinas cercanas se exhibe el recorrido de un miembro a través de los grados, de aprendiz a maestro.
Las fotografías en las paredes cuentan su propia historia. Está José Félix Estigarribia, el estratega militar que llevó a Paraguay a la victoria en la Guerra del Chaco y luego fue presidente antes de morir en un accidente aéreo en 1940. Junto a él, Cecilio Báez, el reformista que modernizó el sistema escolar del país y también vistió el mandil masónico.
“La masonería no es una religión”, dijo Rossi a EFE. “Aquí recibimos a católicos, musulmanes, judíos—cualquiera que crea en un poder superior y esté comprometido con la superación personal a través del conocimiento”.
La hermandad que ayudó a reconstruir una nación
Una cosa es ver medallas de guerra o retratos políticos. Otra muy distinta es sostener un volumen encuadernado a mano de 1869 y leer su primera línea: “Nos volvemos a reunir entre las ruinas.”
Rossi pasa las páginas con cuidado. La tinta se ha desvanecido, pero el mensaje no. Son los registros fundacionales de la Logia Fe, la primera en el Paraguay de posguerra, establecida por soldados brasileños en una capital aún devastada por la Guerra de la Triple Alianza. Este conflicto dejó al país en la ruina.
“Paraguay lo había perdido todo”, dijo Rossi. “La masonería ofreció orden. Y un camino hacia adelante.”
Para 1871, ese sentido de orden ya había tomado forma. Las actas de ese año documentan la creación del Gran Oriente del Paraguay y del Supremo Consejo del Grado 33°, organismos que guiarían el liderazgo nacional durante décadas de inestabilidad. Catorce presidentes paraguayos, según Rossi, han sido masones.
El diario de guerra de Estigarribia—exhibido en la sala contigua—contiene notas tácticas junto a cifras masónicas. Las entradas ofrecen un vistazo a una mente que procesaba simultáneamente la logística de la batalla y el simbolismo espiritual. Es desconcertante. Pero tal vez no sorprendente.
“La masonería cree que la iluminación viene desde dentro”, dijo Rossi. “Incluso en el caos, esa búsqueda no se detiene.”

Los constructores silenciosos del Paraguay moderno
Más allá de la política y los pergaminos yace una historia más cercana—una que toca hospitales, escuelas, estadios y esquinas de barrio. Los masones, resulta, no eran solo filósofos en cuartos oscurecidos. Fueron filántropos, maestros y arquitectos de la vida pública.
Hay una foto de William Paats, el mason neerlandés-paraguayo que introdujo el fútbol en el país en 1902. Junto a él, un plano de 1917 del estadio Defensores del Chaco, diseñado por el también masón Enrique L. Pinho. Otros documentos detallan becas para estudiantes rurales, ayuda médica durante desastres naturales y apoyo a orfanatos mucho antes de que existieran sistemas estatales.
Una pared muestra a masones famosos—Charlie Chaplin, Cantinflas, Buzz Aldrin, Voltaire, Benjamin Franklin—lo cual resulta casi surrealista en esta modesta sala de Asunción. Pero no se trata de fama, aclara Rossi. “Se trata de mostrar que los ideales que enseñamos aquí trascienden nuestras fronteras.”
En la salida del museo, un libro de visitas rebosa. Un adolescente escribió que las columnas de mármol le recordaban a Hogwarts. Una pareja mayor dejó un mensaje de orgullo tras reconocer el prendedor masónico de Estigarribia. Afuera, un guía turístico señala al siguiente grupo hacia el histórico Templo Palma—su fachada ahora declarada patrimonio municipal, su puerta antes silenciosa ahora abierta.
Un transeúnte se detiene y pregunta cuándo comienza el próximo recorrido. Rossi sonríe. Para un hombre cuyo mundo se construyó sobre ritual y reserva, la transformación se acerca a la alegría.
“La curiosidad antes nos ponía nerviosos”, dijo. “Ahora es lo que mantiene viva esta historia.”
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Y tras más de un siglo de legado susurrado, la logia más antigua de Paraguay finalmente cuenta su historia—no en acertijos, sino a plena vista.