VIDA

Sin energía y al límite: cómo la red eléctrica rota de Puerto Rico está provocando una crisis de salud mental

Mientras Puerto Rico lidia con apagones casi semanales, los residentes más vulnerables de la isla—pacientes con oxígeno, cuidadores de adultos mayores y familias agotadas—se desmoronan en las sombras, con vidas marcadas por cortes de luz que ya no esperan a que lleguen los huracanes.

Cada parpadeo es una advertencia

En Mayagüez, cuando se apaga el zumbido del refrigerador, Nilda Rivera no espera a ver si es solo una falla momentánea. Se lanza de inmediato. En cuestión de segundos, ya está jalando el cordón de arranque del generador de gasolina que mantiene en funcionamiento la máquina de oxígeno de su madre de 86 años. No hay margen para el error.

“Tiene insuficiencia renal, problemas cardíacos y EPOC”, contó Rivera por teléfono a EFE. “Cada vez que se va la luz, el corazón se me acelera. Empiezo a temblar. Pienso: ‘¿Y si esta es la vez que no logro encenderlo a tiempo?’”

La casa, que antes era un refugio tranquilo para una familia unida, ahora parece un centro de emergencia. La gasolina se raciona—cables de extensión cruzan el suelo de habitación en habitación. Siempre debe haber alguien en casa, por si acaso. “No podemos dejarla sola”, dijo Rivera. “Ni siquiera para ir a la tienda”.

Escenas como la suya se repiten por toda la isla. La red eléctrica de Puerto Rico, golpeada por el huracán María en 2017, sigue siendo tan frágil que las caídas de voltaje y los apagones de varias horas ocurren sin previo aviso—en días soleados, sin tormentas a la vista. Y para los miles de personas que dependen de la electricidad para sobrevivir, esa imprevisibilidad se ha convertido en una forma de trauma.

Cuando se va la luz, también se apaga la mente

El psicólogo Luis Alberto Rodríguez ha pasado el último año tratando de ponerle cifras a lo que muchos ya sienten: que la red eléctrica rota de Puerto Rico también está rompiendo a su gente.

En el Congreso Interamericano de Psicología celebrado en julio, Rodríguez presentó los hallazgos de su informe Apagones Emocionales. Su investigación rastreó niveles elevados de cortisol, trastornos del sueño y un aumento en la ansiedad en comunidades afectadas por apagones frecuentes. El patrón era claro: los cortes constantes no eran solo una molestia—se estaban convirtiendo en un factor de estrés crónico con consecuencias duraderas.

“Cada apagón desencadena una reacción en cadena”, explicó Rodríguez a EFE. “Las familias tienen que decidir: gastar más gasolina, o arriesgarse a quedarse sin energía para los equipos médicos. Ese dilema genera una tensión psicológica que se acumula con cada parpadeo de luz”.

El estrés se ve agravado por pérdidas tangibles: electrodomésticos quemados, alimentos arruinados y el ruido constante de generadores que echan humo y no dejan dormir. Las redes sociales están llenas de fotos de cocinas quemadas y neveras vacías. En los barrios más pobres, los apagones no solo interrumpen la rutina—lo paralizan todo.

“Ya no se trata solo de electricidad”, dijo Rodríguez. “Se trata de la vida diaria, de las relaciones, de la salud mental”.

EFE/ Esther Alaejos

Un trauma que persiste mucho después de la tormenta

En su consulta en Ponce, la psiquiatra Dra. Mariely González ha visto cómo pacientes caen en depresión, sufren ataques de pánico o desarrollan síntomas similares al trastorno de estrés postraumático—todo desencadenado por los apagones.

“Para muchas personas, cada corte de luz es un recuerdo vívido”, explicó González. “Recuerdan el huracán María. Recuerdan los meses sin electricidad. Recuerdan no saber cuándo iba a terminar.”

Algunas personas se las arreglan almacenando comida enlatada y linternas portátiles. Otras se niegan a salir de casa—ni siquiera para ir a trabajar—por miedo a perderse un apagón que podría resultar fatal para algún ser querido. Es especialmente duro para las mujeres, que asumen la mayoría de las tareas de cuidado.

Rivera, por ejemplo, ha gastado cientos de dólares en gasolina para su generador. “Ya no usamos el aire acondicionado”, contó. “Guardamos esa gasolina para el oxígeno. Pero el ruido… todavía la asusta. Y a mí me vuelve loca.”

Los datos anecdóticos refuerzan la preocupación. Tras apagones importantes, las líneas de prevención del suicidio reportan un aumento en las llamadas. Pediatras afirman que los niños que estudian con linterna sufren dolores de cabeza y se rezagan en la escuela. Y en los pueblos costeros, los comerciantes tiran congeladores enteros de mercancía dañada, perdiendo cualquier posibilidad de ganancia.

Incluso las conversaciones cotidianas han cambiado. Hay menos paciencia, más tensión. Interrupciones menores se sienten como señales ominosas—una muestra más de que el sistema está colapsando.

Una red que no aguanta—y un gobierno que no actúa

La mayoría de los residentes culpa a LUMA Energy, la empresa privada contratada en 2021 para administrar la transmisión y distribución eléctrica. Su socio, Genera PR, opera las plantas generadoras envejecidas. Pero tras tres años, poco ha mejorado. La semana pasada volvieron las protestas frente al Capitolio, tras otro apagón masivo que dejó a más de un millón de personas a oscuras.

La delegada sin voto de Puerto Rico en el Congreso de EE. UU., la gobernadora Jenniffer González, hizo campaña prometiendo sacar a LUMA. Sin embargo, el contrato sigue vigente, pese a los apagones constantes y la creciente furia popular.

En junio surgió una pequeña luz de esperanza, cuando el Departamento de Salud prometió crear un mapa de ciudadanos electrodependientes y distribuir fondos federales para baterías domiciliarias. Pero no ha habido avances. Activistas temen que la burocracia se extienda más allá de la temporada de huracanes, dejando nuevamente desprotegidos a quienes más lo necesitan.

Mientras tanto, las proyecciones climáticas se vuelven cada vez más alarmantes. Los océanos más cálidos auguran tormentas más intensas, y las cuadrillas de restauración aún luchan con transformadores de los años 40 y postes que se parten en la base.

Rodríguez cree que la crisis necesita más que reparación de infraestructura: requiere una respuesta de salud pública. Propone equipos móviles de salud mental que se activen tras apagones, plataformas de telemedicina con energía de respaldo y campañas educativas sobre el uso seguro de generadores para evitar muertes por monóxido de carbono.

“No se puede separar el cableado del bienestar”, afirmó. “Arreglar la red eléctrica es arreglar nuestra forma de vida.”

Hasta que eso ocurra, Rivera sigue alerta, escuchando el clic. No duerme profundamente. El generador permanece cerca. Sus oraciones son breves pero desesperadas:
“Que no se vaya la luz.”

Lea También: Secretos en piedra: el Museo Masónico de Paraguay revela una historia oculta

Porque hoy en Puerto Rico, la electricidad es mucho más que energía. Es un salvavidas—un latido. Y cada vez que falla, se lleva consigo un pedazo del alma de una isla que ya carga con demasiado.

Related Articles

Botón volver arriba