VIDA

Titán peruano se despide: El legado de Mario Vargas Llosa

Durante muchos años dominó la escena literaria y sus opiniones políticas provocaron debates en todo el mundo, mientras que su dedicación a la escritura le valió el reconocimiento desde todos los rincones del planeta. La extraordinaria odisea de Mario Vargas Llosa ha llegado a su fin, pero su inigualable contribución a la literatura mundial perdura.


Una infancia marcada por secretos y sorpresas

Mario Vargas Llosa nació el 28 de marzo de 1936 en Arequipa, una ciudad impresionante del sur del Perú, famosa por su arquitectura de piedra volcánica blanca. A pesar de mencionar siempre Arequipa como su lugar de nacimiento, solo pasó allí su primer año de vida. Su madre provenía de una familia peruana con fuertes tradiciones. La estructura familiar se quebró cuando Ernesto, el padre, abandonó a la familia antes de que Mario naciera, lo que marcó profundamente su desarrollo. Durante mucho tiempo, Mario creyó que su padre había muerto.

A la edad de un año, Mario dejó Arequipa rumbo a Cochabamba, Bolivia, siguiendo a su abuelo Pedro J. Llosa, quien había asumido la administración de una plantación de algodón. La vida allí parecía casi idílica: un paraíso que Vargas Llosa describiría más adelante como un refugio lleno de afecto, con un abuelo bondadoso y una red de mujeres familiares que lo cuidaban. En ese universo protegido, el pequeño Mario pasaba sus días sumergido en cuentos, periódicos y cualquier material de lectura que cayera en sus manos.

El ritmo tranquilo de su infancia terminó abruptamente hacia 1946 o 1947, cuando su madre le reveló que su padre, Ernesto Vargas, estaba vivo. No solo estaba vivo, sino que había regresado repentinamente para reclamar a su esposa e hijo. Esta revelación, que Vargas Llosa narra con detalle en su libro con tintes autobiográficos El pez en el agua, marcó un punto de inflexión. La vida de Mario cambió por completo en poco tiempo: su padre los trasladó a él y a su madre a Lima, la capital del Perú. Así comenzó una etapa difícil, caracterizada por un padre controlador y exigencias rígidas.

En sus primeros momentos en Lima —ciudad que Mario pronto consideró “detestable”—, su padre intentó reprimir su creatividad enviándolo a los catorce años a la Escuela Militar Leoncio Prado. En lugar de doblegarlo, ese entorno alimentó aún más su imaginación. Fue en la adolescencia cuando Vargas Llosa sintió los primeros impulsos de convertirse en escritor: los violentos choques de clases sociales y etnias dentro del colegio se convirtieron en un microcosmos del Perú real. Todo ello sentó las bases de sus primeras exploraciones literarias y, eventualmente, de su primera novela importante.


De La ciudad y los perros al Boom

A los diecinueve años, Mario tomó una decisión trascendental: se casó con Julia Urquidi, la hermana de su madre. Julia era once años mayor y había estado casada antes. Esta boda sorprendió a la familia y reflejó el carácter independiente de Mario. Esa fase de rebeldía, combinada con sus nuevas experiencias en periódicos, radios y como asistente de intelectuales en Lima, afinaron su capacidad como observador y narrador.

Su determinación de ser escritor nunca vaciló, y esa disciplina dio frutos en 1963 con la publicación de La ciudad y los perros. Esta obra, escrita en su veintena, se inspiró directamente en sus años de estudiante en la Leoncio Prado. Su cruda representación de la crueldad en una escuela militar peruana escandalizó a las autoridades locales —quienes quemaron copias de la novela en el colegio— y al mismo tiempo le valió el reconocimiento internacional. Casi de inmediato, Vargas Llosa fue reconocido como una voz clave en la literatura latinoamericana.

En los años siguientes, consolidó su reputación con novelas como La casa verde (1966), Conversación en La Catedral (1969), y la cómica y traviesa La tía Julia y el escribidor (1977). Estas obras ayudaron a definir el llamado “Boom” de la literatura latinoamericana, junto con Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Gabriel García Márquez y otros titanes de la palabra escrita. Su experimentación narrativa y éxito global colocaron a América Latina en el centro de la literatura mundial durante las décadas de 1960 y 1970.

Aunque los autores del Boom compartían amistades, también surgieron desacuerdos políticos, especialmente en torno a la Revolución Cubana. Vargas Llosa, inicialmente entusiasta del régimen de Fidel Castro, cambió su visión tras eventos como el arresto y confesión forzada del poeta Heberto Padilla en 1971. Junto a figuras como Sartre y Susan Sontag, condenó la censura cubana, marcando una ruptura definitiva con varios colegas.


Poder literario y ambición política

A fines de los 70, su visión del mundo cambió nuevamente cuando se mudó a Londres, tras residencias en Barcelona y París. En Europa, se acercó a los pensadores liberales como Karl Popper e Isaiah Berlin, y observó de cerca las políticas económicas de Margaret Thatcher, adoptando las ideas de libre mercado y libertades individuales —aunque mantuvo posturas progresistas en temas sociales como el matrimonio igualitario o la legalización de las drogas.

En los 80, Vargas Llosa ya no era solo un escritor reconocido, sino también un intelectual público. En Perú, generaba divisiones: para unos era un neoliberal de derecha, para otros un defensor de la democracia en una región acosada por dictaduras de ambos extremos políticos.

En 1987 saltó directamente a la política. Lideró la oposición a la nacionalización de los bancos propuesta por el entonces presidente Alan García. Su liderazgo lo impulsó a postularse a la presidencia en 1990 como candidato del Frente Democrático. Aunque comenzó con fuerza, fue derrotado por Alberto Fujimori, quien se presentó como un hombre del pueblo, mientras retrataba a Vargas Llosa como elitista. Tras la derrota, escribió El pez en el agua, una memoria en la que reflexiona sobre su incursión política. Desde entonces, nunca volvió a postularse, aunque continuó opinando sobre asuntos globales.

A pesar de las controversias, nunca dejó de escribir. Produjo novelas, obras de teatro, crítica literaria y columnas periodísticas. Fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias, fue miembro de la Academia Francesa, y recibió el Premio Nobel en 2010, confirmando su estatura como uno de los grandes escritores de la era moderna.


Capítulos finales y legado perdurable

Durante su carrera, Vargas Llosa escribió alrededor de 20 novelas, entre ellas La fiesta del chivo, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. También incursionó en el teatro, el cuento y el ensayo, y colaboró con medios internacionales. A pesar de sus viajes constantes, mantenía una rutina estricta: se levantaba al amanecer para escribir durante horas, tomaba notas meticulosas y revisaba continuamente sus textos.

Esa misma disciplina se reflejó en su novela La fiesta del chivo (2000), una disección del régimen de Trujillo en República Dominicana, que mostró su estilo de “novela total”: múltiples perspectivas, profundidad psicológica y rigor histórico.

En sus últimos años, su vida personal atrajo atención mediática. Casado por décadas con su prima Patricia Llosa, en 2015 se separó de ella y comenzó una relación con la socialité Isabel Preysler. La pareja terminó en 2022, y poco después se reconcilió con Patricia. A pesar de estas agitaciones, Vargas Llosa jamás se alejó del mundo intelectual.

En 2022, a los 86 años, fue admitido en la Academia Francesa, convirtiéndose en el primer autor cuya obra principal no estaba escrita en francés en obtener ese honor. Poco después, anunció que su novela Te dedico mi silencio sería la última, y también dejó de publicar su histórica columna “Piedra de Toque”.

Su fallecimiento a los 89 años deja un vacío inmenso en la literatura latinoamericana y mundial. Como explicaron sus hijos Álvaro, Gonzalo y Morgana en un emotivo comunicado, Vargas Llosa pasó sus últimos días rodeado de familia. A petición suya, no hubo ceremonias públicas y sus restos fueron cremados en privado.


Un legado inmortal

Mario Vargas Llosa fue el último gran representante de una generación que redefinió la literatura latinoamericana. En medio de guerras civiles, dictaduras y transformaciones sociales, él y sus contemporáneos crearon una estética audaz que influenció al mundo entero. Pero también fue un hombre de contradicciones: liberal, pero crítico del capitalismo salvaje; defensor de la democracia, pero sin apegarse a etiquetas ideológicas rígidas.

Aunque se alejó de la izquierda, defendió causas como el matrimonio igualitario y la eutanasia. Su liberalismo fue siempre individualista y matizado. Aun cuando elogió a Thatcher y Reagan, nunca dejó de pedir libertad cultural y oposición a los regímenes opresivos.

Su obra, encendida por la disciplina que adquirió en una escuela que aborrecía, combina lo político, lo cómico y lo íntimo. Es testimonio de la fuerza transformadora de la literatura. Su voz no quiso quedarse en ningún rincón silencioso del mundo.

Quizá su mayor legado sea este: capturó el alma peruana en toda su complejidad, documentó luchas universales y puso a América Latina en el corazón de la innovación literaria. Y al hacerlo, con compromiso y pasión, alcanzó una estatura universal.

Como concluyen sus hijos, aunque la tristeza embarga a quienes lo conocieron y leyeron, queda el consuelo de una vida rica en experiencias y logros creativos. Leer a Vargas Llosa es seguir avivando ese diálogo entre realidad e imaginación que él defendió con tanto fervor.

Puede que ya no escriba una nueva novela, ni una editorial provocadora, pero sus obras siguen aquí. Los conflictos con su padre, sus viajes por el mundo y sus cambiantes ideas políticas alimentaron historias que hoy enriquecen a quienes las leen.

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Su partida marca el cierre de un capítulo monumental en las letras latinoamericanas. Pero como los grandes que admiró —Sartre, Faulkner, Flaubert—, trascendió toda etiqueta, dejando una herencia que generaciones futuras seguirán descubriendo.

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