Las mujeres de 1819
En el Bicentenario de la Batalla de Boyacá, en Colombia, hacemos homenaje a las mujeres que colaboraron para que América Latina fuera una nación libre
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Latin American Post | Luis Henriquev Gómez Casabianca
Cuando se inició el año 1819, la Nueva Granada
continuaba sometida al
Régimen del Terror, im-
plantado por Morillo y Sámano.
Aunque el general Morillo se
había desplazado a Venezuela, en
Santafé de Bogotá seguía despa-
chando y dirigiendo la represión el
virrey Juan Sámano, quien, requiere
Arciniegas (2009, 98) “era viejo, cojo
y algo jorobado, de carácter díscolo,
algo regañón y muy cruel con los
patriotas”. Los fusilamientos aún
continuaban en 1819.
Enfrentando la represión y luchan-
do contra el desaliento, en ciertas
regiones de la Nueva Granada se
mantenían focos de resistencia, al-
gunos de los cuales eran apoyados o
dirigidos por mujeres. En los llanos
del Casanare, el grupo de Santander
recibía un considerable apoyo, en
ganado y caballos, de la hacendada
María Rosa Lazo de la Vega. Al
norte de Cundinamarca, el grupo
de los Almeyda era patrocinado por
la hacendada Gertrudis Vanegas de
Vásquez. En El Socorro actuaba un
grupo organizado por doña Antonia
Santos.
Muchos de los líderes del movi-
miento independentista habían caído
en los campos de batalla, otros fueron
ejecutados, muchos se encontraban
prisioneros y no pocos habían optado
por ocultarse en remotos parajes.
En la capital, las mujeres, esposas, novias, hermanas, hijas y madres de
aquellos patriotas sufrían lo inde-
cible, se preguntaban si volverían
a verlos y cuándo terminaría aquel
suplicio. A algunas de estas damas y
a sus familias les habían sido incau-
tados sus bienes y padecían el castigo
del destierro en modestos poblados.
Entre ellas, mencionemos a:
Doña Andrea Ricaurte de Lozano,
quien liderara el grupo de Policarpa,
tras el fusilamiento de ésta, fue des-
terrada a la población de Fusagasugá,
a donde la condujeron a pie, junto a
su nieta Dolores Vargas.
Doña Josefa Baraya quien parti-
cipó en los sucesos del 20 de Julio,
fue desterrada con sus hijos al pueblo
de Manta.
Doña Dolores Nariño (hermana
del precursor) fue llevada a Zipacón
con sus hijas y sobrinas Mercedes e
Isabel. “a donde -indica Monsalve-
se las obligó a marchar a pie y bajo
la vigilancia de soldados indignos y
soeces”.
La maestra Bárbara Forero, natu-
ral de Zipaquirá, por haberse presen-
tado a arengar en público, había sido
desterrada a Suesca.
Carmen Rodríguez de Gaitán, quien participara en el grupo de
Andrea Ricaurte y Policarpa Salava-
rrieta, se encontraba en prisión.
***
Probablemente nadie sabía ni
imaginaba en la sufrida capital del
virreinato que una fuerza libertadora
se acercaba desde los Llanos Orien-
tales. Era un ejército al mando de
Bolívar, a quien acompañaban los
generales Santander, Anzoátegui,
Soublette y los oficiales París, Lara,
Morales, Córdoba, Almeida, Ibarra
y Rooke, al mando de la Legión Bri-
tánica, para un total de unos 2.500
hombres. Los patriotas se habían
trazado el plan de cruzar los Llanos,
ascender la cordillera oriental, cruzar
el páramo de Pisba para llegar a Bo-
yacá, enfrentar al ejército del coronel
Barreiro y avanzar hacia la capital.
El 22 de junio, el ejército de Bolívar
salió de Pore y empezó a remontar
la cordillera, el 27 la vanguardia de
Santander se anotó un triunfo en Paya
y entre los días 1º y 6 de julio, la fuer-
za expedicionaria atravesó el páramo
en medio de sufrimientos inauditos a
causa del frio, las lluvias y la fatiga.
Varias mujeres colaboraron con
el denodado esfuerzo que implicó el
cruce de la cordillera por el ejército
patriota. Algunas como “juanas”,
auxiliares o enfermeras, otras en-
tregándole ropa, caballos y hasta
sus hijos, como lo hicieron Matilde
Anaray, Casilda Zafra y Juana Velas-
co de Gallo.
***
El 10 de julio, una avanzada
patriota fue batida cerca al pueblo
de Gámeza y 37 de sus integrantes
capturados, al igual que una joven-
cita que había acudido a ayudarlos,
llamada Juana Escobar. En un acto
sanguinario, Barreiro los hizo ama-
rrar de dos en dos, espalda con espal-
da, y lancearlos. Un nuevo combate
se libró en la peña de Tópaga, el 11
de julio y en él lograron imponerse
los patriotas.
Antonia Santos
El general Páez debía avanzar ha-cia Cúcuta para dividir a las fuerzas
realistas que guarnecían la cordillera,
pero no lo hizo. En cambio, una tarea
similar cumplió la joven Antonia
Santos. Había organizado una guerri-
lla patriota –la de Coromoro- desde
su hacienda El Hatillo, provincia
del Socorro. Ibáñez señala: “La se-
ñorita Santos fue el ángel protector
de aquellos valientes patriotas; ella
vendió sus joyas y sacrificó su caudal
para auxiliar los soldados indepen-
dientes”.
El grupo de Antonia Santos lanzó
una serie de acciones ofensivas con-
tra los realistas, entre ellas una que
consiguió detener la columna del
general Sebastián Calzada que acudía
desde Venezuela a sumar sus fuerzas
con las de Barreiro. Esto, no sólo
privó a Barreiro de tan importante
refuerzo, sino que lo obligó a dividir
su ejército. Hacía esa zona envió al
capitán Lucas González, con la orden
de aplastar ese movimiento insurgen-
te. Partió al frente de 800 hombres,
prueba de la importancia que Barreiro
daba a ese cometido
Una partida realista tomó por
sorpresa a Antonia en su hacienda
El Hatillo. Se la sometió a consejo
de guerra y fue condenada a muer-
te con cuatro compañeros. Ella se
mantuvo firme y ante las amenazas e
interrogatorios, mostró una voluntad
indeclinable.
En la provincia de Tunja
Otras mujeres, no obstante, vis-
tieron el uniforme militar e incluso
llegaron a empuñar la lanza o el fusil.
Nelly Sol Gómez menciona a Juana
Béjar, casanareña, excelente jinete y
muy hábil con la lanza, quien “fue aceptada en el ejército patriota para
participar en los combates y alcanzó
el grado de sargento primero de la
caballería”.
La valiente Simona Amaya, nacida
en Paya, se sumó al ejército, vistió
uniforme de hombre y murió luchan-
do contra el enemigo en el Pantano de
Vargas. También participaron en esta
batalla Teresa Cornejo y Manuela
Tinoco.
***
Refiere Nelly Sol Gómez que
“Antonia Santos tenía 37 años cuan-
do el 28 de julio de 1819 -3 días
después de la Batalla del Pantano de
Vargas- fue fusilada. Con humildad
cristiana, vestida con hermoso traje
negro, su cabellera suelta haciendo
resaltar la blancura de su piel, sin
abatimiento ni altanería y con la
frente serena, marchó con paso
digno al patíbulo, entre las filas de
soldados (…)”.
Su ejecución produjo una ola de
furor que llevó a numerosos paisanos
a unirse a los grupos de resistencia
que enfrentaban a las huestes del
cruel gobernador.
Tras el fusilamiento de Antonia
Santos, el capitán González recibió
orden de Barreiro de regresar para
unir sus fuerzas con él. “En cum-
plimiento de esa orden, González
marchó con unos 800 hombres hacia
Oiba y luego a Charalá, paso obli-
gado hacia el sur”, refiere el general
Valencia Tovar.
Pero Bolívar había enviado al
coronel Fortoul a Pamplona y a
Antonio Morales hacia El Socorro,
para asumir el mando de los grupos
insurgentes. Fortoul logró coordinar
un contingente de campesinos de
Charalá y con éste buscó cerrar el
paso al ejército de González. El com-
bate se produjo a orillas del río Pien-
ta. Tras un violento enfrentamiento,
los realistas consiguieron forzar la
posición. “Allí pereció, ultimada por
soldados realistas, Helena Santos
Rosillo, sobrina de Antonia” -señala
Valencia Tovar-.
Pero esos esfuerzos y sacrificios
lograron demorar la llegada de refuer-
zos a Barreiro, lo que probablemente
resultó crucial.
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***
Luego, el 7 de agosto de 1819,
en la Batalla del Puente de Boyacá,
combatieron a órdenes de Bolívar,
Evangelista Tamayo, natural de Tun-
ja, y Juana Rodríguez, quien resultó
herida en una pierna.
***
Tras la derrota y la captura de
Barreiro en Boyacá, y la fuga de
Sámano, Bolívar y su ejército, en-
traron triunfantes en Santafé, siendo
homenajeados por la ciudad. Alegres
desfilaron “bajo lluvia de flores y el
estruendo de músicas marciales”.
Refiere Paulo Forero que la nueva
junta de gobierno de la ciudad esco-
gió a “veinte señoritas, todas jóvenes
y hermosas, para que regasen de rosas
el sendero de los vencedores. El único
requisito para la escogencia era que
las veinte doncellas fuesen hijas de
mártires de la Independencia”. Luego
ellas les entregaron una corona de
laureles de oro y les impusieron la
condecoración de Boyacá, que por
primera vez fue otorgada.
Fueron estas jóvenes: Dolores
Vargas París, Nieves Pinzón, Ber-
nardina Ibáñez, Josefina Navarro,
Josefa Santamaría, Francisca Or-
tega (sobrina de Nariño), Rosa
Domínguez, Mariquita de la Roche,
Dionisia Caicedo, Liberata Ricaurte,
Rita París, Dolores Rivas, Juana
Ricaurte, Trinidad Ricaurte, Josefa
Benítez, Rosa Rubio, Clara Angulo,
Josefa Arce, Ignacia Briceño y Mar-
celina Andrade.
En los siguientes meses y años,
algunas de ellas contrajeron matrimo-
nio con sus libertadores. Así: Dolores
Vargas París con el General Rafael
Urdaneta; Nieves Pinzón con el co-
ronel Narciso Yepes; Mariquita de la
Roche con el coronel Joaquín París;
Francisca Ortega con el coronel Fran-
cisco de Paula Vélez; Rita París con
el capitán británico Enrique Mayne;
Rosa Domínguez con el diplomático
Pedro Gual. Otras se desposaron con
civiles, principalmente santafereños:
Bolívar era un hombre generoso.
En 1821 determinó ayudar a una serie
de damas que a causa de la Indepen-
dencia habían quedado en muy difíci-
les condiciones económicas. Joaquín
Monsalve señala que el Libertador
compró una casa, por $8.000 pesos,
para doña Manuela Arias viuda de
Ibáñez, y destinó parte de su sueldo
como presidente a la manutención en
Bogotá de:
Francisca Prieto –viuda de Camilo
Torres- (mil pesos anuales), Rosa,
Gertrudis y Jacinta Párraga (mil pesos
anuales), Josefa Baraya (400 pesos
anuales), Genoveva Ricaurte (300
pesos anuales), Josefa Bastidas (300
pesos anuales), Gabriela Barriga (200
pesos anuales), Manuela Ortega (200
pesos anuales), Marcelina Lagos (80
pesos mensuales), Dolores Olano (20
pesos mensuales), Bárbara Ortiz (20
pesos mensuales) y María de la Luz
Rivadeneira (cifra sin especificar).
(Monsalve, 1926, 157).
Más tarde el Libertador brindó
también su ayuda a otras mujeres en
Caracas, Maracaibo y Cartagena.
***
Una decidida activista que se salvó
de morir, gracias a la llegada de los
patriotas, fue Carmen Rodríguez de
Gaitán, quien se encontraba presa e
iba a ser fusilada.
Tras la derrota de los españoles,
muchos de ellos huyeron hacia La
Mesa, en dirección al río Magdale-
na, y algunos incluso vendieron sus
armas. Una hacendada de esa zona,
doña María Agudelo de Olaya, es-
posa del prócer José Antonio Olaya,
compró algunas de esas armas a los
soldados fugitivos y las entregó a
José Hilario López quien así logró
conformar una patrulla que combatió
a las remanentes fuerzas enemigas,
hostilizó al general Calzada y liberó
varios prisioneros.
***
A los pocos días de los triunfos de
Boyacá, Bolívar viajó a Venezuela y
pernoctó en El Socorro. Allí les brin-
dó un homenaje a Antonia Santos y
a las heroínas socorranas. A éstas les
dijo, entre otras cosas:
“Las madres de Esparta no pre-
guntaban por la vida de sus hijos,
sino por la victoria de su patria (…)
Madres, esposas, hermanas, ¿quién
podrá seguir vuestras huellas en
la carrera del heroísmo? ¿Habrá
hombres dignos de vosotras? No,
no, Pero vosotras sois dignas de
la admiración del universo y de la
adoración de los libertadores de
Colombia”.
Maestras de patriotismo
El ejército de Bolívar recibió dis-
tintas muestras de apoyo durante la
campaña libertadora de 1819, “pero
fueron las mujeres las que dieron la
nota más alta, las que más conmo-
vieron con sus dones al Libertador y
a sus soldados, las que hicieron más
por el advenimiento de la Patria, las
que realizaron el milagro, según la
expresión de Bolívar” (Lozano y
Lozano, 1989, 388).
Las damas de distintas condicio-
nes sociales que colaboraron con la
causa de la libertad, tomaron grandes
riesgos y brindaron su apoyo de
distintas formas: con provisiones,
con caballos, con ropas, con armas,
con información valiosa, actuando
como enfermeras, como guías, como
guerreras, con la entrega de sus hijos,
con el sacrificio de sus bienes, su
tranquilidad, su salud y a veces de
sus vidas.
Todas ellas fueron maestras de
patriotismo, ejemplos de grandeza,
de desprendimiento, de solidaridad,
de sacrificio, de inteligencia, de
osadía.
Su concurso resultó vital para el
éxito de la campaña libertadora. Por
eso debemos honrar no sólo a los
bravos soldados que nos dieron la
libertad, sino a las mujeres –de todas
las edades y condiciones sociales-
que también lo hicieron posible.