AMÉRICAS

La Costa Desaparecida de Chile: Una Nación Enfrenta la Pérdida de sus Playas

Las olas están robando las playas de Chile grano a grano y, a menos que se tomen medidas audaces, tramos icónicos como Reñaca y Puerto Saavedra podrían desaparecer para 2035—lo que marcaría no solo una pérdida ambiental, sino una crisis existencial para un país construido a orillas del mar.

Arena que Desaparece, Alarma que Crece

A simple vista, Reñaca parece igual—los bañistas llenan la orilla, los niños corren entre las olas. Pero la playa se está encogiendo. Y rápido.

Una mañana reciente, Carolina Martínez, geógrafa marina de la Pontificia Universidad Católica, caminaba por la línea de marea alta con una cinta métrica en la mano, buscando pistas en el oleaje. “Será difícil que estas playas sobrevivan los próximos diez años”, dijo a Reuters, mientras las olas golpeaban formaciones rocosas que hace una década no estaban a la vista.

Martínez dirige el Observatorio Costero de Chile, que ha monitoreado 67 playas desde 2020. Las cifras son contundentes: el 86% está retrocediendo, incluso en primavera y verano, cuando la arena debería reconstruirse de forma natural. Diez sitios catalogados como “en riesgo” el año pasado han duplicado sus tasas de erosión. Imágenes satelitales muestran bancos de arena submarinos desmoronándose, el agua volviéndose lechosa mientras el sedimento colapsa.

La identidad de Chile siempre ha estado ligada al mar. Su geografía es una cinta de más de 6.400 kilómetros de costa. Pero ahora, esa característica definitoria está siendo devorada—silenciosa, implacablemente—por una combinación de fuerzas climáticas y de intervención humana.

Cuando la Naturaleza se Encuentra con el Abandono

La erosión, por sí sola, no es nueva. La costa del Pacífico chileno siempre ha lidiado con oleajes fuertes y arenas móviles. Lo que ha cambiado es la velocidad y magnitud del daño.

Martínez lo explica así: las aguas cálidas del océano envían marejadas más fuertes hacia la costa. Las lluvias torrenciales arrastran sedimentos demasiado lejos mar adentro. Las dunas se secan y colapsan. Luego vienen los errores humanos: humedales pavimentados para inmobiliarias, ríos represados o dragados, y edificios masivos levantados sobre lo que antes eran dunas vivas.

“Si aprietas una playa entre un mar que sube y un muro de contención, no tiene a dónde ir”, dijo, señalando hacia un nuevo condominio protegido por rocas, en un lugar donde antes los niños jugaban fútbol. “Congelas la parte trasera. El frente se lo come el mar. La playa desaparece.”

Lo que antes se veía como un simple atractivo natural—un lugar para tomar sol o pasear—ahora es visto por los científicos como infraestructura crítica. Las playas son la primera línea de defensa contra inundaciones. Son amortiguadores de tormentas. Si se pierden, todo lo que está detrás queda vulnerable.

Comunidades Costeras Enfrentan una Nueva Realidad

Para María Harris, que administra un restaurante frente al mar al sur de Valparaíso, la crisis golpeó el invierno pasado. Una marejada atravesó su comedor, arrancando mesas y dejando tras de sí maderas deformadas y cimientos empapados.

“El año pasado fue brutal”, dijo, de pie junto a un patio ennegrecido donde aún esperan reparación las tablas chamuscadas. “Ya no había espacio entre nosotros y el mar.”

Más al sur, las consecuencias son aún más graves. En Puerto Saavedra, enormes olas abrieron agujeros en la única carretera costera, aislando comunidades mapuche y dejando que el agua salada invadiera campos agrícolas. Los pescadores ahora luchan para botar sus botes—el banco de arena cambió, y las aguas poco profundas, antes ideales para zarpar, ahora son intransitables.

Incluso en días calmos, los motores se apagan lejos de la orilla, costándoles tiempo y combustible.

Las tarifas de seguros para hoteles en la costa están subiendo. Aun así, la construcción continúa, impulsada por el turismo y un mosaico de normativas locales que no logran ponerse al día con la realidad. “Estamos transfiriendo el costo de estos desastres a los más vulnerables”, advirtió Martínez. “Primero golpea a los pescadores. Luego a los pequeños comerciantes. Pero, eventualmente, toda la región paga el precio.”

EFE/ Hernán Contreras

¿Puede Chile Cambiar el Rumbo?

Existen soluciones, pero ninguna es sencilla.

Algunas ciudades han intentado la recarga artificial de playas, bombeando arena hacia las costas erosionadas. Pero sin abordar las causas de fondo, la arena desaparece con la siguiente tormenta. Otros exploran paseos marítimos flotantes y restricciones de construcción, dando a las playas espacio para moverse tierra adentro. Estas ideas suelen ser bloqueadas por desarrolladores que buscan acceso directo al mar y vistas sin interrupciones.

El gobierno nacional finalmente lanzó una iniciativa de mapeo de riesgos, intentando identificar qué áreas vale la pena defender y cuáles deberían retroceder. También se habla de restaurar el caudal de los ríos para que el sedimento vuelva a llegar a la costa.

Pero el tiempo apremia. Los modelos climáticos proyectan marejadas invernales aún más intensas en los próximos años, y la política costera de Chile—aunque ha mejorado—sigue fragmentada.

Martínez cree que la conciencia pública es la pieza que falta. “La gente todavía piensa en la arena como ocio”, dijo a Reuters, señalando a un corredor que avanzaba por un paseo casi sumergido. “Pero es mucho más. La arena es protección. La arena es historia. La arena es valiosa.”

Lea Tambien: La masacre estudiantil de El Salvador aún atormenta a una nación que no abre sus archivos

A menos que pronto ocurran cambios importantes, las playas de Chile—algunas con miles de años de existencia—podrían desaparecer en una generación. El país debe decidir ahora: ¿sacrificará su costa por ganancias a corto plazo o invertirá en su supervivencia a largo plazo?

Las olas no esperan. Y el futuro, tampoco.

Related Articles

Botón volver arriba