Colombia lidera con inyecciones seguras de heroína, transformando la realidad latinoamericana

Dentro de una sala sin señalización en un barrio modesto de Bogotá, personas se inyectan heroína abiertamente bajo la atenta mirada de personal capacitado. Esta instalación pionera en Colombia, con supervisión médica, representa un esfuerzo innovador para reducir las sobredosis y transformar la conversación nacional sobre el consumo de drogas.
Nuevos caminos hacia la reducción de daños
Con tatuajes que cubren su brazo izquierdo, Christian Camilo Amaya encarna una revolución silenciosa que se despliega en Colombia. Como mostró a Associated Press (AP), su tatuaje de una calavera con una jeringa simboliza años de consumo de cocaína y heroína, antes realizados abiertamente en las aceras. Ahora, Amaya se inyecta bajo supervisión en Cambie, el único sitio de consumo seguro en Sudamérica. Financiado por Acción Técnica Social, Cambie ofrece agujas estériles, capacitación sobre inyecciones seguras y ayuda inmediata en caso de sobredosis.
“No soy adicto a la heroína”, dijo Amaya a AP, explicando que valora el enfoque del programa en la higiene y la conciencia personal. Con una bolsa plástica negra llena de jeringas usadas, las desecha cuidadosamente en un contenedor rojo de residuos biológicos. Ve esta estrategia como un punto medio: una oportunidad para evitar el caos de las calles sin perder de vista los peligros de una dependencia más profunda. Según los registros de Cambie, desde junio de 2023 se han revertido 14 sobredosis con naloxona, pero la última ocurrió hace más de un año.
Los organizadores argumentan que el centro reduce la basura de jeringas y promueve el diálogo entre los usuarios y el personal de salud. “Estas personas se van a inyectar de todas formas”, afirmó una enfermera del lugar. “Es mejor que lo hagan bajo techo y con medicamentos que pueden salvar vidas”. No obstante, los críticos alegan que el sitio legitima un hábito peligroso. El personal responde que la educación y la compasión pueden salvar vidas, construyendo un puente entre la realidad de las calles y una posible rehabilitación.
Cambio de política nacional y mirada global
Colombia no es ajena a las complejidades de la política antidrogas. Décadas de esfuerzos militarizados para erradicar los narcóticos dejaron una herencia de violencia y resultados desiguales. Más recientemente, bajo un gobierno de tendencia progresista, crece la idea de replantear el enfoque, al estilo de Portugal o de algunas ciudades estadounidenses. Las teorías de reducción de daños, antes limitadas a entornos educativos, ahora impulsan ensayos prácticos como Cambie.
En la Conferencia Internacional sobre Reducción de Daños celebrada en Bogotá, los asistentes elogiaron el cambio colombiano como tardío pero significativo. Un ponente destacó que Sudamérica rara vez alberga este tipo de encuentros. Esto demuestra una disposición a considerar ideas actuales, especialmente tratar el consumo de sustancias como un asunto de salud pública y no únicamente como un delito. Sam Rivera, líder de OnPoint en Nueva York, también participó, y su presencia destacó la cooperación internacional. Rivera recorrió Cambie y dijo a AP: “Cuando lo ves en funcionamiento, te das cuenta de que no estás fomentando nada; estás reduciendo el daño para quienes ya consumen, además de abordar el desorden público”.
Para trabajadores locales como David Moreno, lo más difícil al revertir una sobredosis no es la inyección de naloxona, sino alejar a los pacientes del daño recurrente. Recordando a un usuario que “se puso muy violento” al recobrar el conocimiento, dijo a AP que cada situación cercana a la muerte le dispara la adrenalina. “Después de que se van, te cae el peso. Pero en el momento, haces lo que tienes que hacer”, expresó.
Señales de un cambio de actitud
El giro en la política antidrogas de Colombia resuena con tendencias más amplias en América Latina. México y Brasil han enfrentado dificultades con los grandes carteles, lo que ha motivado demandas por enfoques distintos. Colombia, durante mucho tiempo símbolo central de la guerra contra las drogas, ahora da señales de cambio mediante un programa de inyecciones supervisadas. Persisten las críticas: algunos cuestionan si los fondos podrían utilizarse mejor en prevención o apoyo a familias afectadas por la adicción. Otros temen que estos espacios fomenten un mayor consumo.
Sin embargo, las voces de quienes se benefician de Cambie sostienen lo contrario. “No me imagino volver a inyectarme en una esquina oscura”, confesó un usuario de larga data. “Aquí al menos hay una enfermera que se asegura de que no mueras solo”. Mientras tanto, el centro recolecta diariamente jeringas usadas, manteniéndolas fuera de las calles y reduciendo el riesgo de enfermedades por compartir agujas. Estos beneficios prácticos parecen suavizar la oposición local, aunque muchos barrios siguen reacios a albergar sitios similares.
Expertos internacionales en reducción de daños ven el cambio colombiano como parte de una ola más amplia. Algunos mencionan el caso de EE. UU., donde ciertas ciudades abrieron con cautela sitios de consumo supervisado durante la crisis de opioides, o el modelo de despenalización de Portugal, que ha recibido atención mundial por reducir las muertes por sobredosis. En todos los casos, el estigma y la resistencia política frenan la expansión. La iniciativa piloto de Colombia subraya que, aunque persisten las controversias, la urgencia moral por evitar más muertes a veces supera antiguos tabúes.
“Bajo el paradigma anterior, veíamos a los consumidores de drogas como criminales y los castigábamos”, dijo un funcionario del sector de salud pública colombiano. “Ahora entendemos que son vecinos, hermanos, personas que necesitan orientación y dignidad”. La pregunta es si la adopción más amplia de salas de inyección supervisada podrá mantenerse, especialmente si un futuro gobierno retoma medidas represivas. Por ahora, el respaldo del gobierno progresista sugiere que hay impulso, aunque frágil.
Al concluir la conferencia en Bogotá, los asistentes se sorprendieron de lo rápido que la conversación pasó de la condena a la colaboración. Para ellos, el éxito no se mide por cuántos sitios de inyección se abren, sino por la reducción de sobredosis y cuántos participantes encuentran caminos hacia la estabilidad. “Algún día”, dijo un médico europeo visitante, “miraremos atrás y nos preguntaremos por qué dejamos morir a tanta gente en las calles durante tanto tiempo”.
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En Cambie, el personal busca mantener viva esa esperanza. Cada semana llegan nuevas personas. Cada semana ven rostros distintos. Estas personas temen la crítica, pero agradecen el apoyo. Algunos clientes acuden menos. Algunos cambian a sustancias menos dañinas. Otros se trasladan a rehabilitación formal. Por ahora, estos cambios reflejan progreso. Y documentan que la compasión y la practicidad pueden coexistir en la nueva realidad colombiana.