AMÉRICAS

Detalles no contados de la caída del búnker de mármol en Ecuador y la guerra contra el narcotráfico que aún arde

Justo antes del amanecer del 19 de junio, comandos ecuatorianos destrozaron losas de mármol dentro de una mansión costera y arrastraron al fugitivo más notorio del país, “Fito” Macías, desde un escondite subterráneo. La captura fue celebrada como una victoria, pero aún está ensombrecida por peligros invisibles que siguen latentes.


Una mansión de mármol, un laberinto de miedo

La villa sobre el Pacífico parecía sacada de un catálogo de bienes raíces. Las olas acariciaban su muelle privado, juguetes infantiles rodeaban una piscina color aguamarina y ventanas de piso a techo enmarcaban una ciudad despertando con la primera luz. Pero cuando las fuerzas especiales irrumpieron en el vestíbulo, algo no cuadraba. Siete unidades de aire acondicionado enfriaban solo seis habitaciones, y un tenue olor químico se filtraba por el mármol.

Siguiendo una corazonada, un experto en explosivos perforó un agujero cerca del área de lavandería y dio la señal. Las mazas subieron y bajaron. Las losas estallaron como disparos, revelando un espacio estrecho forrado de acero que no figuraba en ningún plano. Segundos después, el gas lacrimógeno silbó en la grieta, una viga del techo tembló, y José Adolfo “Fito” Macías Villamar—capo de Los Choneros y proveedor de toneladas de cocaína al cartel de Sinaloa—subió por una escalera improvisada y se rindió a punta de pistola. Su súplica en voz baja—“Hermano, no dispares”—retumbó más que cualquier videoclip de rap jactancioso que una vez grabó en la Penitenciaría del Litoral de Guayaquil.


Operación Zeus II: cuando la tierra traicionó su secreto

La captura coronó una redada de un año bajo el nombre clave “Zeus II”, una misión conjunta entre la inteligencia ecuatoriana y asesores estadounidenses frustrados tras dieciocho meses sin resultados. Los agentes siguieron pistas falsas por manglares y refugios andinos ya allanados tres veces.

El quiebre llegó cuando un pequeño dron, que sobrevolaba la mansión cerca de Manta, detectó dos respiraderos que no coincidían con los planos arquitectónicos. Cámaras térmicas confirmaron una zona cálida del tamaño de un cuerpo humano bajo el mármol. Mientras pelotones rodeaban el complejo, negociadores mantenían viva una línea telefónica clandestina. Las transcripciones luego revisadas por periodistas muestran a Fito insinuando una extradición voluntaria, apostando a que una penitenciaría estadounidense sería más segura que las cárceles ecuatorianas plagadas de disturbios, donde sus rivales podían degollarlo por una recompensa.

El ministro del Interior, John Reimberg, consideró las llamadas; el ministro de Defensa, Gian Carlo Loffredo, declaró públicamente que “Ecuador no negocia con bandidos.” Sin embargo, tres funcionarios admiten ahora que estuvo cerca un traspaso ordenado—prueba de que, en el universo narco, los discursos duros y la realpolitik a menudo comparten pasillo, separados solo por una puerta cerrada y un reloj en cuenta regresiva.

EFE@Mauricio Torres


Cabezas de hidra y victorias huecas

Para el mundo exterior, la captura parecía el final de una película. Dentro de Ecuador, los expertos en seguridad sintieron un escalofrío. Desde el acuerdo de paz de Colombia en 2016 que dispersó a disidentes de las FARC, los traficantes han inundado Ecuador por su economía dolarizada, puertos porosos y policía mal pagada. Las tasas de homicidio se cuadruplicaron entre 2018 y 2023; Guayaquil se convirtió en una de las ciudades más mortales del mundo.

En las cárceles, Los Choneros y sus imitadores privatizaron alas enteras, imitando el modelo salvadoreño que el presidente Nayib Bukele promocionó en videos virales. Profesores como Carolina Sampó, directora del Observatorio del Crimen Transnacional en Buenos Aires, advierten que los clanes narcos evolucionan como hidras: cortas una cabeza, y dos más pequeñas y hambrientas se lanzan por las rutas vacantes. Informes de inteligencia ya mencionan a comandantes escindidos—“JR”, “Junior”, “La Vaca”—que planean apoderarse de los muelles de Fito en Guayaquil y Esmeraldas.

Grupos rivales como Los Tiguerones, Los Lobos e incluso bandas albanesas operando logística para Europa están probando cuán rápido colapsa la nueva actitud del Estado bajo ataques simultáneos. En grafitis callejeros ha aparecido un reto: “¿Quién manda ahora?” La respuesta, temen los pesimistas, podría decidirse no en tribunales, sino con el próximo coche bomba frente a una comisaría.


Ajedrez de extradición y la campaña electoral de alto riesgo

La mañana después del operativo, un helicóptero trasladó a Macías a La Roca, la prisión más segura de Ecuador, donde reflectores borran la noche y cada pasillo vibra con sensores de movimiento. Pero los documentos ya vuelan rumbo a Washington D.C. Una acusación sellada de abril describe a Fito como “un despiadado orquestador” de intercambios de armas por cocaína que canalizó fusiles militares estadounidenses hacia el sur y bloques de cocaína colombiana hacia el norte.

La extradición elimina la ventaja de los capos de operar con guardias sobornados y jueces intimidados—una táctica que Colombia usó con eficacia devastadora en los 2000—pero también ofrece a los lugartenientes locales una razón para estallar. El presidente Daniel Noboa, heredero de 37 años de un imperio bananero, sabe que la percepción pública podría definir su reelección en 2026. Una encuesta de la Universidad San Francisco de Quito marcó una aprobación del 56% tras la captura, pero la misma encuesta reveló preocupación por la inflación y la violencia carcelaria. Si los asesinatos aumentan mientras Fito es juzgado en Brooklyn, la bandera de victoria podría deshacerse de la noche a la mañana. El politólogo Juan Albarracín de Notre Dame lo resume con crudeza: “Las capturas espectaculares hacen titulares; las reformas sostenidas hacen historia. Ecuador ha logrado lo primero. Lo segundo es el maratón que siguen postergando.”

El gabinete de Noboa jura que esta vez será diferente. Hay escáneres portuarios y brigadas antidrogas evaluadas en camino; un proyecto de ley para reformar el personal penitenciario ha comenzado a avanzar. Pero los legisladores recortan presupuestos sociales mientras reclutadores de pandillas merodean por barrios pobres, ofreciendo una motocicleta y $200 a adolescentes cuyas escuelas no tienen libros. La paradoja es brutal: eliminar a un capo demuestra poder del Estado, pero mantener la fe pública exige pruebas visibles y cotidianas—empleo, transporte seguro, tribunales funcionales—que la economía de la cocaína aún puede superar.

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Créditos: Reportaje sintetizado de audios policiales internos, entrevistas en terreno e investigaciones publicadas por The Washington Post; análisis de la Dra. Carolina Sampó (Universidad de Buenos Aires), el Prof. Benjamin Lessing (Universidad de Chicago) y el Dr. Juan Albarracín (Universidad de Notre Dame).

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