El Decreto Controvertido de Trump que Clasifica a los Carteles de México como “Terroristas” Desata una Tormenta Política
El reciente decreto que etiqueta a los carteles mexicanos como grupos terroristas ha alterado el panorama político de México y ha desatado intensos debates sobre la independencia nacional y la seguridad. La presidenta Claudia Sheinbaum, junto a los líderes de la oposición, discrepa sobre aceptar asistencia militar de EE. UU. o proteger el derecho de México a la autodeterminación.
Un Edicto Presidencial que Reverbera Más Allá de las Fronteras
A finales de noviembre, el entonces presidente de EE. UU. Donald Trump lanzó un rayo político en los asuntos mexicanos al anunciar su intención de clasificar a ciertos carteles mexicanos como organizaciones terroristas. Estableció un plazo de dos semanas para determinar qué grupos recibirían oficialmente esta etiqueta, lo que causó conmoción en los pasillos del poder mexicano. Durante años, las discusiones de alto nivel habían girado en torno a la pregunta de si los sindicatos del crimen organizado en México calificaban como terroristas según la ley de EE. UU. Sin embargo, nunca antes esta idea se había concretado en una directiva formal. Esta vez, la declaración de Trump—y su plazo casi inmediato—sacó el debate de la especulación abstracta a una inquietante realidad.
En la Ciudad de México, la administración gobernante se vio atrapada en medio del fuego cruzado.
La presidenta Claudia Sheinbaum, sucesora de Andrés Manuel López Obrador (AMLO), vio sus políticas sometidas a un intenso escrutinio. La postura de AMLO sobre combatir los carteles de drogas, a menudo resumida como “abrazos, no balazos”, había sido objeto de duras críticas desde el norte de la frontera. El decreto de Trump parecía ser un juicio contra ese enfoque. Según Clemente Romero Olmedo, experto en seguridad nacional de Cronem Consultores, el movimiento de Washington reflejaba frustración con una estrategia mexicana que, en sus palabras, cedía de manera efectiva un territorio y actividad económica significativos a las organizaciones criminales.
Los comentarios de Romero Olmedo subrayan un cambio más significativo: el gobierno de Sheinbaum, heredando el legado de AMLO, se ve obligado a salir de “abrazos, no balazos” y a crear una nueva postura firme. Para los funcionarios de EE. UU. que ven a los carteles como una amenaza existencial, la cooperación con México siempre ha sido una cuestión de interés mutuo. Pero la clasificación abrupta de los carteles como terroristas por parte de Trump provoca ramificaciones legales que podrían permitir a las agencias militares y de inteligencia de EE. UU. una mayor libertad para operar. Esto alarma profundamente a muchos mexicanos, que recuerdan una larga historia de intervenciones extranjeras que comprometieron la soberanía nacional. Sheinbaum, buscando equilibrar la cortesía diplomática con el fervor patriótico, dejó claro que no aceptaría una puerta abierta a incursiones armadas estadounidenses, aunque concedió que EE. UU. puede actuar “en su propio suelo” como lo desee.
La tensión se aceleró rápidamente en una guerra de palabras. Trump criticó a México al afirmar que estaba “gobernado por los carteles” y alegó que estas organizaciones criminales causan entre 250,000 y 300,000 muertes al año en EE. UU., mientras que Michael Waltz, entonces asesor de seguridad nacional de EE. UU., insistió en que los carteles controlaban efectivamente casi el 30% del territorio mexicano. Ya fuera cierto o exagerado, las acusaciones sacudieron a los líderes mexicanos y revelaron desacuerdos sobre cómo reaccionar ante las duras críticas de EE. UU.
Sheinbaum se vio en una posición difícil: necesitaba demostrar que su administración era independiente de la influencia de EE. UU. y, al mismo tiempo, mantenía una postura firme contra las pandillas de drogas. Sin embargo, también debía preservar las relaciones bilaterales con Washington, que son cruciales para el comercio, la inmigración y la colaboración en seguridad. Mientras tanto, la oposición en México ve la crisis como una oportunidad para socavar al partido gobernante, acusando a la administración de Sheinbaum y sus aliados políticos de complicidad o debilidad frente a la creciente violencia de los carteles.
Sheinbaum vs. la Oposición
El enfoque de la presidenta Sheinbaum ha sido proyectar una calma firme. Reconoce que Estados Unidos es libre de utilizar las herramientas que desee en su territorio—como congelar cuentas bancarias de carteles o vigilar a criminales sospechosos—pero rechaza firmemente la idea de que México deba adoptar la etiqueta de “terrorista” o dar la bienvenida a intervenciones extraterritoriales. Esa postura, sin embargo, encendió la furia de los líderes del Partido Acción Nacional (PAN), la principal fuerza de oposición de derecha en México. Frente al crimen organizado, figuras como Ricardo Anaya, Marko Cortés y la senadora Lilly Téllez acusaron a Sheinbaum y a sus aliados de cobardía moral. En su opinión, negarse a clasificar a los carteles como terroristas surge del deseo de proteger a los socios criminales o al menos ignorar las amenazas más violentas.
El tira y afloja se volvió venenoso. Sheinbaum condenó a los líderes opositores que, en sus palabras, “celebran que pueda haber una intervención de Estados Unidos”. Los calificó de “traidores a la patria” y afirmó que mostraban un patrón constante de “entreguismo”, un concepto que implica una mentalidad de traición o la entrega de la soberanía mexicana. La retórica incendiaria refleja lo profundamente que los mexicanos sienten la interferencia extranjera en sus asuntos. La memoria histórica es profunda: las intervenciones del siglo XIX, la guerra entre México y EE. UU. y las tensiones fronterizas repetidas ocupan un lugar prominente en la conciencia nacional. Sheinbaum aprovecha el sentimiento patriótico para reunir apoyo al posicionar a sus críticos como los que están entregando el orgullo nacional.
Los opositores respondieron rápidamente. La senadora Téllez, por ejemplo, ha defendido durante mucho tiempo un proyecto de ley controvertido para clasificar a los carteles como terroristas según la ley mexicana. Afirma que de no hacerlo, se estaría ignorando la realidad: los carteles presuntamente asesinan niños, incendian negocios, colocan bombas en autos e incluso desatan drones contra el ejército mexicano. Critica la negativa de Sheinbaum como “proteger a los carteles”, llegando a sugerir que “son socios de Morena”, el partido gobernante. Los comentarios de Téllez resaltan una historia más amplia promovida por el PAN: que la administración de Sheinbaum está aliada con los narcotraficantes, o al menos los respalda mediante la inacción.
Este intercambio venenoso va más allá de la política simbólica. La región de Sinaloa, gobernada por Rubén Rocha Moya, del partido gobernante, es uno de los principales campos de batalla de la violencia de los carteles. Un vacío de poder dejado por la encarcelación en EE. UU. de Ismael “El Mayo” Zambada—un líder icónico del Cartel de Sinaloa—supuestamente ha provocado más derramamiento de sangre. Con más de 600 muertos en la disputa interna por las drogas en el estado, la tensión impregna la vida cotidiana. Rocha Moya se pone del lado de Sheinbaum en condenar el decreto estadounidense, enfatizando que “no necesitamos importar una guerra”, particularmente cuando las designaciones de EE. UU. podrían empoderar nuevas formas de acción extrajudicial. Ambos presidentes temen que comandos extranjeros y drones puedan ingresar a su territorio bajo el pretexto de luchar contra “terroristas”, una posibilidad real que les recuerda las acciones militares globales después del 9/11.
Los constantes juegos de culpas y las declaraciones defensivas mezclan motivos políticos, orgullo nacional y riesgos de seguridad reales. Algunos cínicos ven todo el espectáculo como un teatro político: Sheinbaum y la oposición luchan por la moral, mientras que los mexicanos comunes se preocupan por la extorsión, los secuestros y el costo diario de la brutalidad de los carteles. Sin embargo, el temor a perder la soberanía ante la intervención extranjera sigue siendo un sentimiento unificador que agita a los políticos a través del espectro ideológico.
Posibles Consecuencias de la Etiqueta “Terrorista” de Trump
Desde un punto de vista legal, la designación de los carteles mexicanos como grupos terroristas significa más que una simple crítica verbal. La etiqueta activa la Ley Patriota (aprobada en EE. UU. justo después del 9/11), que otorga un poder extenso para investigar y combatir cualquier amenaza percibida de terrorismo. Clemente Romero Olmedo explica que estos poderes incluyen congelar o incautar activos financieros pertenecientes a los grupos designados—quienes los apoyen, a sabiendas o no, podrían enfrentar severas sanciones. Mientras tanto, las agencias de seguridad podrían interceptar comunicaciones o realizar operaciones clandestinas con una supervisión judicial mínima.
En el terreno, esto podría manifestarse en investigaciones intensificadas por parte del FBI, la DEA, Seguridad Nacional y otros organismos de EE. UU. Los bancos o negocios mexicanos podrían enfrentar una enorme presión para bloquear transacciones sospechosas. También existe el temor de que políticos mexicanos bien conectados puedan estar bajo escrutinio estadounidense por presuntos vínculos con los carteles. Este rumor subyacente ha circulado durante años, pero rara vez aparece en canales oficiales. Romero Olmedo especula que “algunas figuras de alto nivel podrían estar siendo investigadas en silencio”.
Otra posibilidad inquietante es la acción militar unilateral de EE. UU. La mayoría de los observadores y analistas aún consideran que este resultado es “muy poco probable”, pero no inconcebible. Javier Oliva Posada, profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que, aunque una incursión a gran escala sería sorprendente, las escaladas retóricas pueden sembrar imprevisibilidad. Washington podría realizar incursiones selectivas a través de la frontera o ataques con drones, especialmente si percibe una amenaza inminente. Ese escenario hipotético pone en alerta a muchos mexicanos que temen violaciones a la soberanía y bajas civiles en un entorno ya volátil.
La Ley Patriota, en teoría, expone incluso a los ciudadanos estadounidenses que sin saberlo suministren armas que terminen en manos de los carteles. Dado que la industria armamentista de EE. UU. a menudo sostiene un flujo constante de armas de gran calibre a los criminales al sur de la frontera, surge la pregunta: ¿llevará la nueva etiqueta de “terrorista” a un endurecimiento de las medidas contra los vendedores de armas estadounidenses? Algunos sospechan que este ángulo es más retórico que realista, ya que los derechos de armas nacionales siguen siendo sagrados en muchas partes de EE. UU. Sin embargo, la puerta legal está abierta y las ramificaciones siguen siendo inciertas.
Añadiendo complejidad al debate está la pregunta de larga data de si el término “narcoterrorismo” describe con precisión a los carteles mexicanos. Los carteles difieren de los grupos terroristas a pesar de su violencia, ya que operan sin objetivos políticos claros. Una diferencia clave es que los carteles no desean destruir gobiernos basados en creencias, sino controlar rutas lucrativas, eliminar competidores y aterrorizar a las personas. Esta matiz enciende controversias legales: si los carteles no son estrictamente ideológicos, ¿encajan en la definición de terrorismo? Los líderes de EE. UU. podrían argumentar que sus tácticas salvajes, desde bombas en autos hasta ejecuciones masivas, son suficientes para etiquetarlos como terroristas. Los académicos mexicanos responden que confundir las empresas criminales con células terroristas podría llevar a un exceso de poder en la política y obstaculizar soluciones más efectivas.
El Futuro de México en Flux
La reciente crisis y el anuncio de Trump desataron un debate nacional sobre las medidas de seguridad de México. Después de 2006, diferentes gobiernos mexicanos intentaron destruir los carteles y comenzaron operaciones militares que llevaron a más conflictos. AMLO cambió a un enfoque más suave que se centraba en las causas sociales del crimen mediante programas comunitarios. Muchos críticos consideran que esta política era demasiado simple y afirman que permitió que los carteles crecieran más. Sheinbaum, como su sucesora, debe lidiar con estos resultados complejos. La designación de “terrorista” por un presidente de EE. UU. (correcta o incorrecta) muestra cuán grave es este problema.
Para los mexicanos comunes, el miedo es doble. Por un lado, la capacidad de los carteles para la violencia, la corrupción y la infiltración sigue siendo aterradora. Por otro lado, el espectro de la interferencia extranjera—un tema históricamente cargado—es enorme. El orgullo nacional choca con las preocupaciones prácticas sobre cómo lidiar con poderosos sindicatos criminales. Supongamos que Sheinbaum aceptara la “cooperación” directa de los EE. UU. a través de operaciones de seguridad incrementadas o incluso fuerzas especiales. ¿Sería una “surrender traidora”, como afirman sus opositores? ¿O un paso pragmático para frenar la brutalidad en espiral?
La relación complicada de México con los Estados Unidos siempre implica una danza delicada. Ambos países mantienen estrechos lazos a través del comercio, la migración, la cultura y los esfuerzos conjuntos contra el narcotráfico. El camino habitual involucra conversaciones diplomáticas privadas, que previenen reacciones nacionalistas en ambos países. Pero el anuncio controvertido de Trump ha llevado este asunto al centro de atención, haciendo que los funcionarios mexicanos den respuestas públicas específicas.
Mientras tanto, la opinión pública está dividida. Algunos mexicanos, hartos de vivir bajo la intimidación de los carteles, parecen abiertos a medidas más fuertes, incluso si eso significa trabajar estrechamente con Washington. Otros hacen eco de la sospecha de Sheinbaum de que la intervención de EE. UU. normalmente escalona la violencia o termina castigando más a las comunidades locales que a los líderes de los carteles. En especial en los estados fronterizos, las realidades cotidianas son complicadas: las armas fluyen hacia el sur, las drogas hacia el norte y la corrupción se entrelaza en la política local. Quién exactamente es culpable o quién se beneficia de etiquetar a los carteles como terroristas depende de la perspectiva de cada uno.
Más allá de la administración de Sheinbaum, el drama resuena en las oficinas de los gobernadores a nivel nacional. Los gobernadores temen que la designación de terrorista lleve a la lista negra de estados mexicanos completos como “territorio terrorista”, desalentando la inversión extranjera o el turismo, empeorando las dificultades económicas y alimentando un clima de miedo. Incluso si una incursión de EE. UU. sigue siendo improbable, el efecto intangible de ser etiquetado como un dominio de terror puede reverberar en la sociedad durante años. Los canales diplomáticos enfrentan múltiples pruebas mientras los embajadores y consulados actúan como intermediarios para calmar las tensiones y explicar las intenciones de EE. UU.
En un desarrollo relacionado, la retórica populista a menudo bloquea las reformas necesarias. Las declaraciones de Trump podrían generar reacciones dramáticas de los funcionarios mexicanos mientras ambos lados intentan impresionar a sus votantes. Esa dinámica corre el riesgo de eclipsar a las voces más calmadas que proponen que México y EE. UU. colaboren de manera reflexiva: luchando contra el lavado de dinero, reduciendo el tráfico de armas, fortaleciendo las instituciones locales y reformando los marcos de justicia penal. Las discusiones se centran en la temida noción de “terrorismo”, que crea imágenes mentales de drones armados, cautiverio prolongado y ataques no autorizados.
Para Sheinbaum personalmente, la crisis llega en un momento muy crítico de su presidencia. Mientras intenta trazar un camino independiente de su predecesor, su manejo del decreto de Trump probablemente definirá su reputación nacional e internacional. ¿Será vista como una defensora resuelta de la soberanía o como una evasionista de la responsabilidad frente a una creciente pesadilla de seguridad? La oposición afirma que favorece a los carteles para ganar votos, una acusación grave que resuena entre los ciudadanos que se sienten decepcionados por la violencia constante.
Los expertos señalan múltiples factores que dan forma a esta realidad. Los carteles mexicanos existen debido al consumo mundial de drogas, a la escasez de empleos, a funcionarios deshonestos y a un fácil acceso a armas de traficantes de EE. UU. “El terrorismo” solo puede no capturar estos factores interconectados. En algunos aspectos, la verdadera pregunta es si aplicar esa etiqueta cambia algo en el terreno o mueve las piezas retóricas. Si EE. UU. usa las herramientas legales relacionadas con el terrorismo para reprimir las finanzas de los carteles o sancionar a banquero cómplices, eso podría generar resultados concretos. Pero si se convierte en amenazas unilaterales o redadas, podría desatar más caos.
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Finalmente, el conflicto subraya que México está en una encrucijada. La administración de Sheinbaum debe definir cómo enfrentará a los carteles de manera más firme sin depender de un enfoque “tierra quemada”. En una época en la que la justicia no es solo justicia, sino también política, la relación con EE. UU. también podría decidir el futuro de México.