‘El León’ de Ecuador llega a Nueva York, pero su imperio narco aún ruge en casa

Alguna vez gobernó una prisión como si fuera un hotel cinco estrellas, pero esta semana, el narcotraficante más temido de Ecuador, José Adolfo “Fito” Macías, aterrizó en Nueva York esposado—una caída sorprendente que ha despertado temores de caos ante el vacío de poder que deja.
De ladrón callejero a intermediario del narco
José Adolfo “Fito” Macías no comenzó como capo. Nació en 1979 en la ciudad costera de Manta, un puerto donde las exportaciones de camarón y la delincuencia menor solían confundirse. De adolescente, integraba pandillas que robaban tapas de llantas y radios de autos estacionados.
A los 20 años fue arrestado por primera vez. Pero pronto cambió el hurto menor por alianzas más lucrativas, uniéndose a Los Choneros, entonces una pandilla emergente liderada por Jorge “Teniente España” Véliz. Cuando Jorge Zambrano, conocido como “Rasquiña”, tomó el control a finales de los 90, Macías se convirtió en su ejecutor y aprendiz.
Pasaron del robo a la logística del narcotráfico, secuestrando barcos camaroneros y transformándolos en embarcaciones cargadas de cocaína rumbo a México y Estados Unidos.
En 2011, un tribunal lo condenó a 34 años por tráfico y asesinato, pero eso no lo detuvo. En las cárceles ecuatorianas, superpobladas y sin recursos, encontró el lugar perfecto para hacer crecer su imperio.
“Las cárceles eran su verdadero centro de mando,” dijo a EFE un alto mando policial en Guayaquil.
Una suite de lujo en prisión—con corrido incluido
En la cárcel Regional de Guayaquil, Macías no era un preso más: era el jefe. Los guardias lo apodaron “El León” por su porte regio y su melena salvaje. Controlaba un ala entera que funcionaba como su suite privada, con aire acondicionado, alfombra, cenas de carne y Wi-Fi.
Los presos pagaban a Los Choneros por todo, desde llamadas hasta cortes de cabello.
Desde adentro, Macías grabó el ahora infame “Corrido del León”, un corrido mariachi cantado por su hija Queen Michelle, que lo retrata como un protector incomprendido más que como un capo.
Las letras abundaban en referencias a linajes de sangre y venganzas—una hija secuestrada, un hermano asesinado, un hijo atacado. Violencia disfrazada de virtud.
“Se proyectaba como un hombre de familia,” dijo el capellán Guillermo Álvarez, “pero todos sabían que la paz en la cárcel se sostenía por el miedo.”
Macías no solo dirigía su banda desde prisión: construía una mitología, haciéndose pasar por un rey traicionado más que por un narco juzgado.

Drones, fugas fluviales y un búnker en los suburbios
En 2008, Ecuador inauguró su prisión más segura: La Roca, una fortaleza considerada “a prueba de fugas.” Macías escapó en pocos meses.
Con 16 lugartenientes, redujo a los guardias y huyó en lanchas por el río Daule, lo que desató una búsqueda de nueve meses. Fue recapturado—solo para ser trasladado a un recinto más cómodo.
Pero no se detuvo ahí.
Cuando el presidente Guillermo Lasso lo devolvió a La Roca en 2023 para debilitar su control sobre Guayaquil, Macías respondió con violencia. Un dron bomba impactó el techo de la cárcel. Los presos se amotinaron. El gobierno cedió, y lo regresó a un penal más amigable.
En diciembre de 2023, volvió a desaparecer. Las autoridades no descubrieron su fuga sino hasta horas antes de una cadena nacional.
Durante meses circularon rumores: ¿Argentina? ¿Colombia? ¿Panamá?
Finalmente, el 25 de junio, soldados ecuatorianos asaltaron un búnker de concreto en Manta, donde Macías se ocultaba con dinero, rifles y teléfonos satelitales.
El presidente Daniel Noboa calificó la captura como prueba de su promesa de “cazar los símbolos del terror.” Pero detrás del discurso, más de 400 presos han muerto en masacres vinculadas a pandillas desde 2021, y el país sigue en vilo.
Extradición a EE.UU. y lo que viene
Ante la posible traición de bandas rivales como Los Lobos, Tiguerones y Lagartos, Macías optó por la extradición rápida, temiendo más a una bala que a un juicio.
Fue trasladado a Nueva York en apenas 25 días, evitando los largos procesos legales que suelen retrasar las extradiciones.
Los fiscales estadounidenses lo acusan de enviar toneladas de cocaína al norte usando flotas pesqueras, rutas marítimas clandestinas y teléfonos encriptados. Los cargos—conspiración y narcotráfico—conllevan penas de cadena perpetua.
“Irse a EE.UU. puede mantenerlo vivo más tiempo que quedarse en Ecuador,” dijo a EFE la criminóloga Daniela Valverde.
Pero su partida deja un vacío de poder peligroso. Los Choneros cobraban impuestos por todo en las cárceles ecuatorianas, desde jabón hasta celulares. Ahora, sus líderes regionales podrían fragmentarse o enfrentarse por territorio, desatando otra ola de sangre.
En el aeropuerto de Guayaquil, oficiales fuertemente armados subieron a Macías a un jet de la DEA, mientras algunos residentes aplaudían desde los balcones. Otros temían lo que vendría.
En Nueva York, el hombre que inspiraba corridos llegó afeitado, esposado y en silencio—lejos de su suite de lujo, lejos del coro del “Corrido del León.”
Para Ecuador, la pregunta ahora no es si Macías se fue—sino qué queda.
Su extradición es una victoria simbólica. Pero el sistema que le permitió ascender—desde cárceles desfinanciadas hasta ciudades infestadas de pandillas—sigue en pie.
Si Quito logrará retomar el control de sus penitenciarías, y si Washington podrá convertir este juicio en advertencia para otros capos, está por verse.
Por ahora, el león ha salido de su jaula. Pero en las cárceles y puertos de Ecuador, la selva aún ruge.
Créditos: Reporte e entrevistas de EFE con funcionarios policiales en Guayaquil, el capellán Guillermo Álvarez, la criminóloga Daniela Valverde y el Ministerio de Gobierno del Ecuador; archivos judiciales de fiscales federales en Nueva York. Información adicional de El Comercio y reportes archivados sobre Los Choneros.