AMÉRICAS

“El Ratón” habla: ¿Romperá el hijo de El Chapo el código del narco en una corte de Chicago?

Un hijo del narcotraficante más notorio de México se sienta en una sala de audiencias en Chicago, listo para intercambiar secretos por tiempo, mientras que en Sinaloa, los sicarios recargan sus armas, los políticos se preparan y toda una nación se pregunta: ¿delatará El Ratón, y quién morirá por ello?


El Ratón enjaulado

Hace no mucho, Ovidio Guzmán López—mejor conocido como El Ratón—era uno de los fugitivos más buscados del hemisferio occidental. Hoy es solo otro recluso con un mono naranja, entrando a una fría corte de Chicago escoltado por alguaciles estadounidenses. Hijo de Joaquín “El Chapo” Guzmán, fundador del infame Cártel de Sinaloa, se ha declarado culpable de traficar fentanilo hacia Estados Unidos. Pero más que el castigo, lo que está en juego ahora es la información: peligrosa, valiosa y potencialmente explosiva.

Todos están atentos. Fiscales. Periodistas. Académicos. Sicarios. Si Guzmán decide cooperar con las autoridades estadounidenses, las consecuencias no solo se sentirán en las pautas de sentencia federales: podrían desatar nuevas guerras, derrumbar redes de protección y sacudir al Estado mexicano hasta su núcleo.

“Él tiene dos tipos de secretos”, dice Vanda Felbab-Brown, experta en crimen organizado del Brookings Institution. “El primero es operativo: dónde están los laboratorios, cómo se mueven los cargamentos, quién administra las billeteras de criptomonedas. Pero el segundo nivel, el político, eso es lo que podría hacerlo explotar todo.”

Nombrar a narcotraficantes rivales no cambiará mucho. Pero si El Ratón empieza a mencionar a funcionarios—policías locales, comandantes del ejército, incluso miembros del gabinete—podría desmantelar las redes de protección que mantienen vivos a los cárteles. Y a diferencia de una balacera en la Sierra Madre, esta guerra se librará en silencio, bajo juramento y con aire acondicionado.


Guerra civil en Sinaloa

Para entender lo que está en juego, hay que comprender las grietas dentro del cártel. Durante veinte años, el Cártel de Sinaloa funcionó más como una confederación que como una dictadura. Por un lado, los leales de la vieja escuela liderados por Ismael “El Mayo” Zambada, el hombre invisible del narco. Por otro, los hijos de El Chapo—colectivamente conocidos como Los Chapitos—más vistosos y temerarios.

La paz se ha mantenido por medio de matrimonios, bautizos y tradición. El Mayo incluso es padrino de varios nietos de los Guzmán. Pero la alianza se deterioró cuando Los Chapitos buscaron la fama en Instagram y convirtieron el imperio de su padre en una máquina más volátil y menos disciplinada.

La ruptura final llegó en julio pasado, cuando otro hermano Guzmán fue extraditado silenciosamente a EE. UU., supuestamente en un jet privado arreglado por gente de Zambada. Felbab-Brown lo llamó “casi un secuestro”. Otros lo llamaron una declaración de guerra.

Desde entonces, Sinaloa sangra. Más de mil cuerpos han aparecido en las morgues del estado desde septiembre pasado, resultado de guerras territoriales entre Los Chapitos, Los Mayitos y el creciente poder del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG). Los rumores de alianzas cambiantes solo echan más leña al fuego. Falko Ernst, analista del International Crisis Group, cree que los rumores de un pacto CJNG-Mayitos pueden ser tanto sinceros como estratégicos: “Cada bando filtra lo justo para aumentar la tensión.”

Si Ovidio empieza a mencionar nombres en esa sala, no esperen paz. Esperen represalias.

EFE@Cesar Contreras


¿Cuánto vale un soplón?

En los tribunales estadounidenses, la verdad es una mercancía—y la DEA paga con años, no con dólares. Las directrices federales de sentencia para los crímenes de Guzmán comienzan en diez años y pueden llegar a cadena perpetua. Pero con “asistencia sustancial”, los acusados suelen reducir esas penas a la mitad.

David Skarbek, sociólogo de la Universidad de Brown que estudia economías carcelarias, dice que el precio de la indulgencia es la novedad. “No quieren lo que ya saben,” explica. “Quieren pruebas nuevas que vinculen operaciones del cártel con instituciones mexicanas—políticos, coroneles, directores financieros.”

La lógica es brutal: delatar a capos rivales es bueno. Delatar a funcionarios corruptos es mejor. Romper el mito de que el Estado es neutral… no tiene precio.

Pero Guzmán no está solo. Si él habla, la facción de El Mayo podría contraatacar—no con balas, sino con su propia cooperación. ¿El resultado? Una guerra de soplones mutua, donde ambos bandos se queman entre sí para reducir sus condenas.

Ya hay precedentes. Cuando el Cártel del Golfo comenzó a cooperar con agentes estadounidenses a principios de la década de 2010, provocó el colapso sangriento de Los Zetas. ¿La lección? Cortar cabezas de cárteles no detiene la violencia. La esparce.


Lo que la justicia puede—y no puede—arreglar

Supongamos que Guzmán lo cuenta todo. Supongamos que los fiscales obtienen nombres, laboratorios, cuentas bancarias, incluso vínculos con la élite política mexicana. ¿Importará?

Hasta cierto punto, sí. Es una herramienta de presión. Un poder de negociación en Washington, donde la política sobre el fentanilo es explosiva. Es una forma de presionar a México sobre extradiciones, patrullas fronterizas y controles financieros. Y por un momento fugaz, podría alterar la estructura interna de Sinaloa.

Pero no detendrá los asesinatos.

Guadalupe Correa-Cabrera, profesora de la Universidad George Mason, dice que la verdadera solución no está en los acuerdos judiciales. Es estructural. “Se necesita una reforma policial. Alternativas económicas. Inversión comunitaria. De lo contrario, esto es solo una reconfiguración.”

En Culiacán, la gente ya sabe lo que viene: caos temporal, asesinatos por venganza, luchas por el poder. Ya lo han visto antes. Cada vez que cae un capo, hay un rugido de violencia antes de que surja el siguiente.

Aun así, no hay que subestimar la importancia de la confesión de Guzmán. Marca un cambio. Antes mitificados en narcocorridos, los hijos de El Chapo ahora negocian con el mismo gobierno que antes desafiaban. Lejos de las montañas y las casas de seguridad, en una ciudad más conocida por su pizza que por sus guerras de drogas, la historia del imperio de Sinaloa podría reescribirse no con balas, sino con susurros.

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Créditos: Reportaje original de EFE, con comentarios de Vanda Felbab-Brown (Brookings), Peter Reuter (Universidad de Maryland), David Skarbek (Universidad de Brown), Falko Ernst (International Crisis Group) y Guadalupe Correa-Cabrera (George Mason University).

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