AMÉRICAS

El voto en Venezuela impulsa unidad y determinación en la disputada frontera de Guyana

El miedo y el patriotismo se entremezclan en las remotas comunidades fronterizas de la región del Esequibo en Guyana. Mientras los líderes venezolanos avanzan con elecciones para nombrar un “gobernador” en este territorio en disputa, los residentes se preparan para lo desconocido y exigen respeto por los fallos internacionales y la soberanía territorial.

Aldeas fronterizas se preparan mientras aumentan las tensiones

Al amanecer, la niebla sobre Arau, un diminuto asentamiento en la selvática Región 7 de Guyana, suele disiparse para mostrar a niños persiguiendo gallinas y comerciantes cargando embarcaciones rumbo a Venezuela. Últimamente, el ambiente se siente más denso. Los estantes de las tiendas están medio vacíos y las familias se agrupan alrededor de radios de transistores en busca de noticias sobre el plan de Caracas de celebrar elecciones locales en lo que los mapas guyaneses señalan como su territorio.

“Esto ha generado una verdadera preocupación”, explica el toshao Manuel Charlie, jefe del pueblo, en entrevista con EFE desde una hamaca colgada bajo su casa sobre pilotes. Cada vez menos canoas con mercancías atracan en el puerto de Arau, dice, porque los soldados venezolanos han reforzado los controles río arriba. Los 290 habitantes de la aldea dependen de ese flujo constante de arroz, aceite de cocina y gasolina; una semana de interrupción deja las despensas vacías. “Somos gente pacífica”, añade Charlie, “pero necesitamos estabilidad en el lugar que llamamos hogar”.

Cincuenta kilómetros al norte, en Warapoka, una comunidad indígena más grande de unos 600 habitantes, la ansiedad es idéntica—y más sonora. El domingo pasado repicaron las campanas de la iglesia para un servicio de oración “por la seguridad del Esequibo”, tras el cual los feligreses marcharon al campo de fútbol portando banderas guyanesas. Kevon Jeffrey, miembro del consejo local, cuenta que los ancianos aún recuerdan el referéndum venezolano de diciembre de 2023 que reclamó la región. “Algunas familias hablaron de irse en ese entonces”, cuenta a EFE. “Ahora esos temores han vuelto”.

Por las sabanas, las casas y puestos de salud ondean en verde, amarillo y rojo—los colores nacionales—enviando un mensaje a cualquier dron curioso. Por las noches, los grupos de WhatsApp vibran con rumores: patrullas blindadas avistadas, susurros sobre reclutamientos al otro lado del río Cuyuní. La mayoría resultan exagerados, pero cada uno tensa más los nervios de los pobladores. Están orgullosos de la tierra que despejaron sus abuelos, pero también saben que las balas viajan más rápido que los boletines oficiales.

Los líderes de Guyana marcan límites

La disputa es más antigua que cualquiera de los habitantes actuales. En 1899, un tribunal internacional fijó la frontera occidental de Guyana a lo largo del río Esequibo. Venezuela ha impugnado ese fallo, calificándolo de estafa colonial. Georgetown sostiene que el caso está cerrado; Caracas insiste en que el mapa debe redibujarse. El desacuerdo latió durante décadas—hasta que los yacimientos petroleros frente a la costa guyanesa convirtieron los bancos de lodo en bienes inmuebles codiciados.

La decisión más reciente del presidente Nicolás Maduro de instalar un “gobernador” en el Esequibo, ignorando una severa advertencia de la Corte Internacional de Justicia, fue la gota que colmó el vaso para Guyana. “No nos quedaremos de brazos cruzados”, declaró el presidente Irfaan Ali en un discurso televisado, instando a Venezuela a respetar “los derechos internacionales”. El jefe de Defensa, general Omar Khan, fue más directo ante decenas de toshaos visitantes: reporten cualquier actividad inusual de inmediato. “La soberanía de Guyana no está en negociación”, dijo, provocando una serie de asentimientos en la sala.

El gobierno ha diseñado una respuesta doble: firme pero medida. El 26 de mayo, aniversario de la independencia de Gran Bretaña, izarán la bandera en Anna Regina, capital de la región de Pomeroon-Supenaam, justo dentro de la zona disputada. Diplomáticos en Georgetown también están movilizados, buscando declaraciones desde Brasilia hasta Washington que afirmen que cualquier urna instalada por Caracas violaría las medidas provisionales dictadas por la CIJ.

En privado, los funcionarios reconocen que su capacidad para un enfrentamiento prolongado es limitada. El ejército guyanés cuenta con unos pocos miles de soldados; Venezuela lo supera ampliamente en número. Sin embargo, la confianza emana de dos fuentes: un proceso judicial vinculante en La Haya y un creciente sentido de unidad nacional. Los partidos de oposición, usualmente críticos del gobierno, emitieron un inusual comunicado conjunto respaldando la postura de Ali. “Sobre el Esequibo, somos una sola casa”, dijo el líder opositor Aubrey Norton en las escalinatas del Parlamento.

Maduro, sin inmutarse, promete “recuperar plenamente” lo que llama Guayana Esequiba—palabras que resuenan en las radios de onda corta en los poblados fronterizos. Muchos guyaneses interpretan esa retórica como teatro electoral previo a las elecciones presidenciales de Caracas. Aun así, cada discurso desencadena otra ronda de reuniones de contingencia en Georgetown y otra noche de insomnio en Arau.

Vidas en vilo en medio de una disputa histórica

Más allá de la política, cada escalada golpea más fuerte a quienes dependen de la frontera invisible para sobrevivir. Antes, los productos circulaban sin dificultad entre el Esequibo y el pueblo venezolano de San Martín de Turumbang. Ahora, los comerciantes enfrentan nuevas tarifas y cierres inesperados en puestos de control improvisados. María Thomas, que vende pan de yuca en Arau, solía cruzar dos veces por semana en busca de queroseno y especias. “Si los soldados dicen que no, mi cocina se queda fría”, suspira, cruzada de brazos frente a su cocina techada con palma.

También hay preocupación entre los maestros. La escuela de Warapoka había planeado un intercambio cultural con una comunidad hermana al otro lado de la frontera—clases de idioma, danzas compartidas—pero la visita está en pausa. “¿Cómo les explico a niños de once años que el otro lado puede ya no recibirlos?”, pregunta el director Joseph Stanley. La señal telefónica se desvanece tras el atardecer, y los padres intentan calmar a sus hijos con historias de la resiliencia amerindia. Sin embargo, la idea de un inminente “gobernador” de Caracas despierta imágenes de puestos de control en senderos que han sido caminos familiares por generaciones.

La orden de la CIJ de que Venezuela suspenda cualquier acto administrativo en el territorio ofrece consuelo legal, pero ninguna certeza cotidiana. Los agricultores aún necesitan diésel; las mujeres embarazadas, atención médica. Un bloqueo formal o de facto podría convertir las dificultades remotas en crisis completas. “Dependemos unos de otros a través de ese río”, recuerda Jeffrey a los foráneos. “Si cortan ese vínculo, todos perdemos”.

Pero la rebeldía es profunda. El consejo del pueblo de Arau se reunió la semana pasada bajo la gran palma kokerite en el claro de la aldea. Tras oraciones y debates, sus miembros votaron quedarse pase lo que pase. Redactaron una declaración—a mano, firmada con tinta y huella—afirmando su “lealtad inalterable a la República Cooperativa de Guyana”. El papel recorrerá 250 kilómetros en bote, camión y autobús hasta la capital, donde se sumará a docenas de promesas similares que se amontonan en los escritorios ministeriales.

Queda por verse si será la diplomacia o la bravata lo que decida el próximo capítulo. Georgetown apuesta a su caso legal y a sus socios petroleros para contener las ambiciones venezolanas. Caracas, golpeada por la inflación y una elección propia, puede optar por el simbolismo como suficiente. Mientras tanto, la gente del Esequibo vive una contradicción: aldeas remotas lanzadas de pronto al centro de la política continental, armadas solo con banderas, celulares y un inquebrantable sentido de pertenencia.

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“Oramos por la paz”, dice el toshao Charlie, con la voz crepitando al otro lado de la línea mientras los sapos inician su coro al atardecer, “pero si nos obligan, defenderemos nuestra tierra—porque es nuestra y siempre lo ha sido”.

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