La caída de Fito: la guerra contra el narcotráfico en Ecuador llega a un punto de inflexión

Al amanecer, en la ciudad costera de Manta, soldados irrumpieron en una mansión revestida de mármol y pusieron fin a la fuga de seis meses de Adolfo “Fito” Macías, el narco más temido de Ecuador. Su captura dejó al descubierto la profunda podredumbre entre cárceles colapsadas, política local y rutas globales de cocaína.
Una desaparición que sacudió al país
Cuando los guardias abrieron el Pabellón 6 de la cárcel Regional de Guayaquil el 7 de enero de 2024, solo encontraron humo donde debería haber estado Adolfo “Fito” Macías.
Lo que siguió fue una humillación nacional.
Macías no era un preso cualquiera: era el jefe de Los Choneros, un sindicato criminal local con profundos vínculos con los cárteles mexicanos de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación. Informes forenses vinculan a su grupo con asesinatos por encargo, exportaciones de cocaína y decenas de motines carcelarios. Según criminólogos de la Universidad Andina, Los Choneros funcionan como franquiciadores en el floreciente narcotráfico ecuatoriano.
La fuga desató una persecución que acaparó titulares internacionales. El presidente Daniel Noboa, de solo 44 años y con apenas semanas en el cargo, se encontró de pronto enfrentando una crisis de seguridad en espiral. Autos bomba sacudieron ciudades. Los motines carcelarios se propagaron como fuego. Washington ofreció una recompensa de 5 millones de dólares por Macías. Quito, un millón. Pero en los barrios costeros, Fito se convirtió en una especie de héroe fantasmal: escurridizo, peligroso y aún dando órdenes.
El giro en el caso vino de una fuente inesperada. Según el ministro del Interior, John Reimberg, los investigadores notaron que un funcionario de tránsito de bajo rango en Manta no tenía recibos de sueldo recientes, pero había adquirido varias propiedades.
Una intervención telefónica llevó a otra. La analista de seguridad Carla Álvarez, al revisar las transcripciones, señaló una finca en una colina que olía sospechosamente a yeso fresco.
Una fortaleza con santos—y un secreto debajo
Poco antes de las 3:00 a.m., 300 soldados acordonaron el barrio Los Arenales en Manta. Ingenieros de combate derribaron portones de hierro forjado. Dentro de la mansión, hallaron una escena surrealista: muebles envueltos en plástico, electrodomésticos sin abrir y treinta estatuas de San Judas Tadeo, el “narco-santo” mexicano venerado por traficantes de Sinaloa a Culiacán.
No había rastro de Macías—hasta que un dron térmico detectó una extraña firma de calor detrás del cuarto de lavado.
Según el comandante policial Víctor Ordóñez, la mansión había sido construida sobre una cápsula de concreto oculta, con aire acondicionado, provisiones para semanas y una escotilla que solo podía abrirse desde adentro.
Cuando los soldados perforaron el techo del búnker, Macías finalmente se rindió. Un video difundido esa mañana lo mostraba sin camisa, parpadeando bajo reflectores mientras los comandos le ataban las muñecas con bridas.
Esa imagen—del capo sacado de su santuario—buscaba representar una victoria. Pero pocos en Ecuador se sintieron listos para celebrar.
Cómo la costa ecuatoriana se convirtió en tierra de carteles
Para entender cómo Macías llegó al poder, hay que volver a 1999, cuando la economía ecuatoriana colapsó y el país adoptó el dólar estadounidense. En los pueblos pesqueros del Pacífico, el crédito desapareció y el dinero de la cocaína ocupó su lugar.
Para 2010, Los Choneros ya controlaban la logística portuaria clave, aprovechando lo que la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito calificó como uno de los sistemas de aduana más débiles de América. Hoy, Guayaquil—el puerto bananero más activo del mundo—también envía una cuarta parte de toda la cocaína incautada en Europa.
Dentro del sistema penitenciario abarrotado de Ecuador—donde algunas cárceles operan al 420% de su capacidad—Macías convirtió su pabellón en un centro de mando. Operaba por teléfono, enviaba amenazas por mensaje de texto y, supuestamente, ordenaba asesinatos desde su cama de prisión.
Su fuga a principios de este año, facilitada por guardias que simplemente miraron hacia otro lado, fue más que una evasión carcelaria. Fue una prueba de que internos y autoridades suelen coadministrar estos centros, como ha advertido durante años la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
El impacto y lo que viene después
El presidente Noboa, quien ha declarado un estado de “conflicto armado interno” contra 22 bandas criminales, afirma que Macías será extraditado a Estados Unidos, donde una acusación de 2024 lo vincula con el tráfico de 18 toneladas de cocaína hacia Houston y Róterdam.
“Ya hicimos nuestra parte”, dijo Reimberg, anticipando la solicitud estadounidense “en cuestión de horas”.
Pero exportar a Fito puede que no resuelva el problema de Ecuador.
Grace Jaramillo, economista política experta en economías del narcotráfico, advierte que la eliminación de un capo de alto perfil suele generar un vacío de poder. Dentro de La Roca, la prisión de máxima seguridad del país, Macías aún goza de lealtades. En las calles de Manta y Guayaquil, sus lugartenientes ya compiten por su corona.
Pocas horas después del operativo, estallaron disparos en el mercado Tarqui de Manta. En la cárcel de El Inca, los reclusos incendiaron colchones. La policía descartó relación entre los hechos. Pero la mayoría de analistas los ve como señales de advertencia—primeros indicios de una guerra interna por el control de lo que dejó Macías.
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El gobierno apuesta ahora a dos cosas: un nuevo impuesto de seguridad y una ambiciosa ley contra el crimen organizado, ambas diseñadas con ayuda de asesores militares colombianos. Pero estas medidas tomarán tiempo—y requerirán confianza pública en que las instituciones ecuatorianas pueden resistir.
Porque la verdadera pregunta que ronda en Quito no es si la caída de Fito importa.
Es si ocurrió demasiado tarde para cambiar lo que él ayudó a construir.