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La ciudad más violenta de Ecuador libra una guerra creciente contra las bandas de narcotráfico

Durán vive a la sombra de Guayaquil, un municipio azotado por un feroz conflicto entre bandas enemigas. Esta ciudad industrial, antes tranquila, se ha convertido en un epicentro del terror, donde grupos criminales luchan por el control mientras un creciente estado de pánico se apodera de la zona.

La violencia se apodera de Durán

Durán, un municipio ecuatoriano cercano al concurrido puerto de Guayaquil, ha sufrido un alarmante aumento de violencia en los últimos años. Este lugar solía ser relativamente tranquilo, gracias a sus parques industriales y una población de alrededor de 300,000 habitantes. Ahora, Durán está marcado por el miedo. Los residentes cierran sus puertas antes del anochecer. Los negocios sobreviven entre amenazas y extorsiones, mientras las sirenas policiales componen la triste banda sonora de la vida diaria.

Según las autoridades ecuatorianas, este aumento de brutalidad se debe a una guerra territorial entre organizaciones criminales, muchas de ellas vinculadas al narcotráfico internacional. Estos grupos se financian mediante una compleja red de actividades delictivas, entre ellas secuestros y asesinatos atroces que han conmocionado a la población.

Las cifras oficiales reflejan una realidad sombría. Por ejemplo, en 2024 Ecuador registró una tasa de homicidios de 38.76 por cada 100,000 habitantes. Una cifra preocupante en un país que alguna vez fue más pacífico en comparación con sus vecinos. Pero los números de Durán superan con creces ese promedio nacional. Su tasa de homicidios se disparó a 145.98 por cada 100,000 habitantes en 2024, una cifra escalofriante que lo colocó como la ciudad más violenta del mundo, incluso por encima de Puerto Príncipe, la capital de Haití, que registró 139.31.

El cambio repentino ha devastado a los residentes de toda la vida. Antes la gente se reunía en los parques para conversar por las tardes y dejar que los niños jugaran. Hoy, pocos salen por diversión. Ante la posibilidad de balaceras o secuestros, la gente actúa con extrema cautela. Consultan las noticias antes de ir a la tienda.

Las autoridades locales, aunque decididas a frenar la violencia, enfrentan enormes desafíos. Diversas bandas criminales se han fragmentado de organizaciones más grandes, lo que ha encendido sangrientas disputas territoriales por el control del narcotráfico y la extorsión. El resultado: un ciclo interminable de asesinatos por venganza, víctimas colaterales y un miedo paralizante que se ha apoderado de cada rincón de los barrios de Durán.

Pandillas y fragmentación

Uno de los principales detonantes del caos criminal en Durán ha sido la fragmentación de una de las bandas más temidas: los Chone Killers. En una entrevista con EFE, Santiago Gavilanes, jefe de la Policía de Durán, explicó cómo las divisiones internas del grupo desataron una lucha por el poder:
“Existe una fragmentación del grupo criminal dominante aquí, los Chone Killers”, declaró Gavilanes. “Están en guerra entre ellos, intentando ganar territorios para vender droga y extorsionar negocios. Se han vuelto más violentos y están generando víctimas colaterales en el proceso”.

Esta fragmentación se debe, en parte, a las capturas policiales recientes. La caída de líderes dejó vacíos de poder que ahora intentan llenar nuevos cabecillas mediante el uso de una violencia extrema. Los secuestros, antes limitados a personas adineradas o influyentes, ahora se han vuelto comunes. Los rescates pueden ser tan bajos como $2,000.

“Ahora”, continuó Gavilanes, “las bandas llaman a negocios ofreciendo servicios como mantenimiento vehicular, reparación de aire acondicionado o instalación telefónica, y así atraen a sus víctimas para secuestrarlas. Hemos visto rescates de $2,000, $3,000 y $5,000. En menos de tres días, hemos logrado cuatro liberaciones”.

Aunque muchos secuestros se han resuelto rápidamente gracias a operativos policiales, el impacto psicológico sobre la población es enorme. Comerciantes han cerrado sus negocios o se han trasladado fuera de Durán. Las familias no salen después del anochecer. Incluso tareas cotidianas como recibir a un técnico o un repartidor se han vuelto peligrosas.

La ubicación de Durán junto al río, y por tanto su acceso a los puertos de Guayaquil, lo ha convertido en un punto clave para el almacenamiento y transporte de narcóticos. Gavilanes fue claro: estos factores alimentan el caos, y describió a Durán como “una bodega de actividades ilegales”. Esta combinación de geografía estratégica e infraestructura débil, sumada a la guerra interna entre pandillas, ha transformado la vida diaria en una lucha constante por sobrevivir.

El terror se arraiga en Fincas Delia

Un ejemplo del deterioro de Durán se encuentra en Fincas Delia, una extensa zona cercana al borde del municipio con caminos que se vuelven intransitables cuando llueve. Es una zona llena de asentamientos irregulares sin servicios básicos como agua potable o electricidad. Bandas criminales, incluidos los Chone Killers, han tomado sectores completos y revenden lotes a familias desesperadas por vivienda. Una vez instaladas, estas familias son extorsionadas para poder vivir allí “con protección” y acceso a servicios.

Durante un operativo reciente, la policía halló armas, drogas y municiones destinadas a rifles de asalto en varias viviendas precarias. Algunas funcionaban como celdas de detención para víctimas de secuestro. Gavilanes indicó que las fuerzas del orden intervinieron debido a una investigación sobre posible trata de personas. Luego, se trasladaron a otro barrio para demoler una vivienda con trampas explosivas. Todas las pistas apuntaban a la misma red criminal.

“Estos actos de violencia también buscan desestabilizar la ciudad”, explicó Gavilanes a EFE, añadiendo que los criminales buscan “distraer las labores policiales y operar con total libertad para el narcotráfico”.

El terror en Durán ha escalado al punto que el gobierno actual, bajo el mando del presidente Daniel Noboa—quien busca la reelección frente a la candidata correísta Luisa González—ha calificado a ciertas bandas como “organizaciones terroristas”. En 2024, Noboa declaró un “conflicto armado interno” con el fin de otorgar mayor autoridad legal a las fuerzas de seguridad para combatir al crimen organizado. Aún está por verse si esta clasificación logrará desmantelar las estructuras violentas de la región, pero para los residentes de Fincas Delia y otros barrios vulnerables, las acciones oficiales no pueden llegar lo suficientemente rápido.

El miedo aumentó el 7 de abril cuando cinco personas que jugaban cartas en un parque público fueron acribilladas. Un día antes, se hallaron bolsas con restos humanos frente a cuatro locales de comida—macabros mensajes de extorsionadores que exigían pagos a cambio de “seguridad”. Estos actos ilustran cómo las tácticas criminales oscilan entre demostraciones brutales y amenazas calculadas, todo para mantener el control sobre la población.

A pesar de la crisis, algunos habitantes de Durán mantienen la esperanza. Confían en que los operativos policiales, las iniciativas comunitarias y la atención internacional logren cambiar el rumbo. Residentes han comenzado a organizar redes de vigilancia vecinal, a presionar por mejor alumbrado público y reparación de vías, y a colaborar con servicios sociales para alejar a los jóvenes del reclutamiento por pandillas.

Las estadísticas son alarmantes. El ascenso de Durán al primer lugar entre las ciudades más peligrosas del mundo refleja no solo la magnitud del negocio ilegal, sino también los enormes retos para erradicarlo. En su entrevista con EFE, Gavilanes enfatizó:
“Hay que entender que Durán no es solo un lugar de paso: se ha convertido en una puerta principal para el tráfico ilegal. Las operaciones ilegales están arraigadas aquí”.

Con elecciones presidenciales próximas y nuevas medidas de seguridad en camino, el futuro de Durán es incierto. ¿Podrán la voluntad política y la acción conjunta derrotar el avance de las disputas entre bandas? Mientras barrios enteros se tambalean al borde del colapso, el destino de Durán se ha vuelto un símbolo de la lucha de todo Ecuador por recuperar la estabilidad.

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Por ahora, los habitantes enfrentan una realidad tensa. Cada nueva atrocidad es un recordatorio de que la violencia acecha en cada esquina. La ciudad resiste entre drogas, corrupción y brutalidad. Puertas cerradas con candado, patrullas armadas y susurros codificados son parte del día a día. Pero detrás de estos muros de miedo, persiste la resiliencia. La gente sigue encontrando el valor para alzar la voz, formando frágiles alianzas contra un enemigo común, decidida a devolverle la paz a Durán y, con ello, a todo el Ecuador.

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