AMÉRICAS

La sequía en México desata amenaza de éxodo para rancheros desesperados

Bajo un sol abrasador, los ganaderos del norte de México observan cómo sus rebaños languidecen. Una sequía cada vez más profunda ya se ha cobrado incontables animales, alimentando conversaciones sobre abandonar las granjas que han cuidado durante generaciones. El miedo y la incertidumbre se propagan mientras desaparecen los suministros de agua, dejando a comunidades enteras en riesgo.

Una sequía paralizante en las tierras del norte

Animales muertos cubren ahora los pastizales en los estados del norte de México, víctimas evidentes de una sequía prolongada que amenaza con desmantelar todo un modo de vida. Más del 64% del territorio nacional enfrenta algún nivel de sequía, según datos oficiales. Sin embargo, los impactos son especialmente intensos en Chihuahua, donde la mayor parte de su superficie sufre sequías extremas o severas. Para los ganaderos que dependen de estas llanuras, la dureza es tangible.

“No creo que podamos resistir mucho más”, admitió el ranchero Leopoldo Ochoa, de 62 años, en una conversación con Reuters mientras cabalgaba junto a su nieta. Los que antes eran verdes parajes de pastoreo, especialmente en zonas montañosas, se han marchitado. Muchos rancheros ya han evacuado su ganado de las tierras altas por falta de agua y pasto, solo para encontrar pocas alternativas al descender a terrenos más bajos.

La cultura ganadera de Chihuahua está profundamente entrelazada con la tierra, pero ahora dominan las imágenes de campos estériles. Los rebaños enteros se debilitan día tras día, alimentando la frustración diaria. En el pueblo agrícola de Julimes, la sequedad se percibe en el aire como una condena. “Si ya no hay agua, tendremos que dejar este rancho y buscar otro lugar”, dijo el ranchero Manuel Araiza, de 60 años, en diálogo con Reuters mientras escaneaba el horizonte quemado por el sol. “Imagínese irme de aquí a mi edad, donde he vivido toda mi vida”.

Estos sentimientos resuenan por toda la región, donde los días abrasadores se funden con noches igualmente duras. Muchos agricultores afirman que esta es la peor crisis que han vivido. “Es triste, pero es la realidad, todo esto está llegando a su fin”, añadió Araiza con resignación. Otros, como el ganadero Estreberto Saenz Monje, de 57 años, explican que sus hijos les piden que abandonen este negocio cada vez menos rentable. “Mis hijos me dicen que ya no vale la pena y que debería vender los animales”, dijo a Reuters. “La verdad, nunca habíamos visto algo así”.

Tensiones por el tratado de aguas de 1944

La difícil situación de los ganaderos resuena más allá de los campos locales. A medida que los recursos hídricos disminuyen, México y Estados Unidos han caído en una disputa tensa por un tratado de 1944 que obliga a México a entregar volúmenes específicos de agua hacia el norte. Las autoridades estadounidenses afirman que los retrasos de México han perjudicado a los agricultores texanos, mientras que el expresidente Donald Trump amenazó con imponer aranceles y sanciones si no se incrementan las entregas. Funcionarios mexicanos, sin embargo, aseguran que la sequía ha impedido cumplir con las estipulaciones de un acuerdo que tiene casi ocho décadas.

Para los ganaderos de Chihuahua —una región que depende en gran medida del sistema del Río Conchos, que alimenta la presa La Boquilla— el debate se percibe frustrante y lejano. Dependen de esas aguas no solo para el ganado, sino para sobrevivir ellos mismos. “Somos parte indirecta de esas negociaciones”, dijo Ochoa, apoyado en un corral. “Pero ni Washington ni la Ciudad de México escuchan nuestras voces. Ellos ven los números grandes, el tratado, la política… nosotros vemos la tierra agrietarse”.

Los intentos recientes de calmar las tensiones aún no satisfacen a los agricultores locales, quienes consideran que el deterioro diario de sus tierras es más urgente que los enredos internacionales. Muchos temen que las negociaciones a gran escala, aunque simbólicamente importantes, hagan poco por salvar sus medios de vida. “Mi vida está atada a esta tierra”, dijo Araiza, con la mirada perdida en las llanuras desoladas. “Una línea en un tratado puede mantener con agua a otros lugares, pero eso no me sirve si mi pozo se seca”.

Aun así, la disputa ha generado conciencia nacional sobre la sequía en el norte de México, lo que ha llevado a una serie de medidas provisionales a nivel local y federal. A veces las autoridades envían camiones cisterna o subsidian el forraje para los rebaños, pero los críticos argumentan que son solo curitas para una herida que se extiende. Crecen las advertencias de que una cooperación más amplia —tanto dentro del país como con los socios estadounidenses— es vital. Mientras tanto, los agricultores solo pueden esperar, mirando al cielo en busca de la misericordia de la lluvia.

Vida al borde del abandono

A medida que el entorno empeora, muchas familias contemplan un desarraigo drástico. Quienes han vivido durante generaciones en el mismo rancho ahora sopesan la posibilidad de vender su ganado y buscar nuevas tierras. “Si nos vemos obligados a irnos, ¿a dónde vamos?”, se preguntó Saenz Monje, mostrando a Reuters un corral donde solo queda una fracción de su rebaño, que antes prosperaba. “¿A la ciudad? No sabemos hacer otra cosa más que criar ganado. Tal vez terminemos siendo peones de alguien más”.

Más allá del impacto emocional, tales decisiones implican complejidades prácticas. Las casas de rancho con décadas de historia no se empacan como maletas, y las familias no pueden simplemente desaprender tradiciones centenarias. Los hijos de estos ganaderos observan con angustia cómo sus padres debaten entre quedarse o irse. Algunos hablan de mantener rebaños más pequeños con los escasos recursos disponibles, pero toda esperanza parece fugaz. “No es lo que queremos, pero la tierra simplemente ya no nos sostiene”, lamentó Araiza.

En estos pueblos polvorientos, la fe en el futuro choca con una sequedad implacable. Muchos se aferran al débil optimismo de que la próxima temporada traiga lluvias. Otros esperan una resolución al conflicto del tratado que permita mantener parcialmente llenos los embalses locales. Pero el cinismo crece. Las promesas gubernamentales de ampliar sistemas de riego o perforar más pozos suenan huecas para muchos que no ven soluciones a tiempo.

Su sensación de final es palpable. Ochoa dijo que todos intentan resistir. Pero si el clima, el agua y el gobierno no brindan ayuda, la gente no tiene alternativas. Esparcidos por la superficie del desierto, los huesos blanqueados del ganado revelan la gravedad del problema. Cada esqueleto pálido es un silencioso recordatorio de que, sin lluvia o cambios estructurales, comunidades enteras podrían desaparecer.

Lea Tambien: Panamá llora al Papa mientras migrantes exigen una reforma gubernamental compasiva

Por ahora, los rancheros contemplan los campos que alguna vez fueron verdes con la esperanza de oír un trueno lejano. No encuentran consuelo ni certeza, solo la conciencia de que el tiempo se agota para un modo de vida transmitido por generaciones. “Nunca había sido tan extremo”, reiteró Saenz Monje, con la desesperación dibujada en el rostro. “Esperamos negociaciones, ayuda, un milagro. Porque si no llega, no podremos quedarnos”.

Related Articles

Botón volver arriba