Las dos semanas de silencio de Chile: cuando la democracia apaga las luces
A medianoche, comienza el silencio. Quince días antes de las elecciones presidenciales de Chile, una amplia prohibición de publicar encuestas de opinión cae como un telón. Los periódicos se apagan, los presentadores de televisión evitan los números, los encuestadores guardan sus gráficos. Lo que antes era público se vuelve privado, una moneda secreta que se intercambia entre asesores de campaña y consultores.
La norma, vigente desde 2016, fue pensada para proteger a los votantes de la manipulación. En cambio, ha construido un muro invisible entre los ciudadanos y la información que moldea sus decisiones. Y mientras Chile entra en este apagón, la democracia del país entra en algo más extraño: una conversación donde todos hablan, pero nadie sabe a quién creer.
Un apagón creado para proteger —o para confundir
Desde ahora hasta el día de las elecciones, ningún medio en Chile puede publicar o citar encuestas electorales. Las sanciones —de hasta 800 dólares por infracción— son suficientes para asustar a los editores y silenciar a los analistas. El objetivo es noble sobre el papel: evitar que las encuestas de última hora distorsionen la contienda. Pero en la práctica, es una paradoja.
El intento del Estado de reducir el ruido ha creado un vacío, y en ese vacío se cuela todo lo que pretendía excluir: rumores, filtraciones, encuestas falsas y propaganda partidista. Las redes sociales se llenarán de capturas de pantalla de “datos confidenciales”, notas de voz que aseguran tener información interna y medias verdades sobre encuestas ya caducadas. “Es una situación anómala”, dijo Marcela Ríos, directora regional para América Latina y el Caribe de International IDEA, en declaraciones a EFE. “Chile está por encima del promedio mundial; no conozco otro país latinoamericano con una restricción similar.”
La mayoría de las democracias permite un breve período de silencio de uno o dos días antes de una votación. El apagón de quince días de Chile es excepcional y, según los críticos, contraproducente. El politólogo Claudio Fuentes de la Universidad Diego Portales dijo a EFE que la norma es “innecesaria y absurda”, señalando que los encuestadores siguen trabajando de todos modos. “Los resultados circulan informalmente y terminan en las redes sociales,” afirmó. En resumen, la prohibición no detiene la influencia; simplemente elimina la responsabilidad por ella.
Ganadores en la oscuridad y el pulso de la derecha
Las últimas instantáneas legales antes de que cayera el telón ofrecieron una imagen borrosa. En la izquierda, Jeannette Jara lideraba la mayoría de las encuestas con alrededor del 30 al 33 % de apoyo, suficiente para dominar el panorama pero no para ganar en primera vuelta. La derecha, mientras tanto, estaba fragmentada. Algunas encuestas todavía situaban a José Antonio Kast en segundo lugar. Otras colocaban a Johannes Kaiser o Evelyn Matthei a poca distancia.
Entonces se apagaron las luces.
Desde ahora hasta la primera vuelta, el 16 de noviembre, nadie fuera de los círculos internos sabrá si la ventaja de Jara se mantiene o se derrumba, o si un error o escándalo en un debate ha cambiado el rumbo. Los iniciados seguirán teniendo datos—encuestas privadas encargadas por campañas y donantes. Los votantes —las mismas personas a las que la democracia dice empoderar— no.
El sociólogo Alberto Mayol, director de la encuestadora La Cosa Nostra, dijo a EFE que, aunque proteger a los votantes es un objetivo legítimo, “el error es pensar que la solución es el apagón.” Recuerda 2021, cuando grandes cambios ocurrieron tras el último debate televisado, movimientos que los ciudadanos comunes nunca vieron porque su publicación estaba prohibida.
Otro analista, Ricardo González de la Universidad Adolfo Ibáñez, advirtió que el apagón no borra los datos: “la ‘privatiza’.” El poder fluye hacia arriba, hacia quienes tienen dinero y conexiones, dejando al resto del electorado a ciegas. El silencio de Chile, dice, no es neutral. Es político.

Privatizar el conocimiento, desregular la verdad
El apagón dolería menos si las encuestas chilenas fueran sólidas y transparentes antes de que comenzara. Pero también allí el sistema falla. A diferencia de México o Argentina, Chile no hay estándares metodológicos obligatorios para la publicación de encuestas: no hay reglas uniformes sobre tamaño de muestra, divulgación de financiamiento ni márgenes de error. El resultado, dice Mayol, es un paisaje de métodos debilitados y líneas borrosas entre la ciencia y la conjetura.
Ríos dijo a EFE que una regulación más sólida haría más por la democracia que la censura. “Una mejor supervisión de la metodología protegería mucho más a los votantes que cortar el flujo de información,” señaló. Pero Chile ha elegido lo contrario: silencio estricto, estándares laxos.
Esta contradicción choca con otro cambio significativo: el voto obligatorio, que regresa por primera vez desde 2009. El electorado ampliado es impredecible, lo que complica los modelos de los encuestadores. Y justo cuando la necesidad de datos confiables alcanza su punto máximo, Chile desconecta el enchufe. Quienes tengan acceso a encuestas privadas leerán el panorama; los demás navegarán por rumor.
Y el rumor ama el vacío. En estas dos semanas, las cadenas de WhatsApp y las “encuestas” en TikTok inundarán los feeds, cada una asegurando conocer la verdad. El apagón diseñado para proteger la democracia, irónicamente, la hará más vulnerable a la manipulación.
Qué debería cambiar Chile antes del próximo silencio
Chile no necesita elegir entre el caos y la censura; puede optar por estándares y transparencia. La primera solución es simple: acortar la prohibición a cuarenta y ocho horas. La segunda es estructural: exigir claridad en cada encuesta publicada. Cada una debería registrar su fuente de financiamiento, método de muestreo, ponderaciones y fechas de campo en una base de datos pública.
Las violaciones deberían conllevar multas severas; la precisión debería ser reconocida. Los medios podrían mostrar “etiquetas de nutrición” estandarizadas para las encuestas, permitiendo a los lectores juzgar su fiabilidad de un vistazo. El Estado, por su parte, podría financiar una encuesta pública de seguimiento no partidista, actualizada diariamente y publicada abiertamente, para garantizar que ninguna campaña monopolice la narrativa.
Tales medidas no impedirían la manipulación —la política se alimenta de interpretación—, pero restaurarían una base común de hechos. La democracia no teme al desacuerdo; teme la ausencia de una realidad compartida.
Por ahora, Chile avanza hacia su recta final con más preguntas que respuestas. El electorado es obligatorio, la derecha está fracturada y la izquierda lidera, pero no puede confiarse. Los debates continuarán, los memes se multiplicarán y los datos circularán a puertas cerradas.
“Es absurdo,” dijo Fuentes a EFE. “Los números fluyen de todos modos, solo que sin responsabilidad.”
A medida que se acerque el día de las elecciones, el silencio de Chile se hará más fuerte: una orquesta de especulaciones tocando en la oscuridad. Lo que comenzó como una medida para proteger el voto ahora corre el riesgo de silenciar al público que pretendía defender.
En una democracia construida sobre las voces, nadie gana cuando se apagan los micrófonos.
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