Videollamadas contaminan el medioambiente: ¿cómo reducir el impacto?
Las diferentes métodos de comunicación que se popularizaron durante las cuarentenas también afectan al medioambiente.
Las videoconferencias también podrían tener sus efectos negativos sobre el medioambiente. / Foto: Pexels
LatinAmerican Post | Ariel Cipolla
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Hace un solo año existían personas que jamás habían hecho una videollamada. No la necesitaban: siempre que querían tener una reunión, tanto laboral como personal, preferían los encuentros cara a cara. Sin embargo, la aparición del coronavirus y sus consiguientes cuarentenas o restricciones generaron que muchas personas necesiten de la comunicación a distancia.
Por supuesto, todo esto derivó en que los servicios de videollamadas se volvieran más populares que nunca. Por ejemplo, Forbes revela que Zoom superó los 300 millones de usuarios durante la cuarentena. Esta utilización se aplica desde videollamadas personales, clases virtuales e incluso reuniones de trabajo, entre otras, como celebrar cumpleaños o "baby showers" virtualmente.
No obstante, hay un aspecto que pocas veces pensamos que podría relacionarse con las videollamadas: la contaminación. Aunque el planeta tuvo un breve respiro por la paralización de muchas actividades, lo cierto es que las videoconferencias también podrían tener sus efectos negativos sobre el medioambiente.
Las videollamadas y el medioambiente
Un estudio a cargo de Resources, Conservation & Recycling de los científicos de las Universidades de Yale, Purdue y del MIT permitió entender cuáles son los efectos perjudiciales de las videollamadas para el medioambiente. Sin embargo, también se descubrieron algunas “soluciones” para minimizarlos.
Todo esto se relaciona con la energía. La huella de carbono asociada a Internet llega a representar un 3,7% de las emisiones de efecto invernadero. Si bien creemos que a nivel de usuario no consumimos demasiado, lo cierto es que, si tenemos en cuenta los millones de internautas del planeta, el panorama no resulta para nada alentador.
A niveles micro, podríamos decir que cualquier actividad que hagamos en Internet tiene su consecuencia sobre la huella de carbono. Desde El País indicaban, por ejemplo, que cada correo electrónico que se almacena en un ordenador supone unos 10 gramos de dióxido de carbono al año. Lo mismo aplica para las búsquedas en Google, que suponen unos 0,2 gramos de contaminación, mientras que 10 minutos de visualización en YouTube implican un gramo.
No obstante, las videollamadas suelen tener efectos más nocivos sobre el medioambiente. El anterior estudio indicaba que, si mantenemos la tendencia del uso de Internet durante la cuarentena, se podría agotar el agua equivalente a unas 300.000 piletas o piscinas olímpicas, mientras que tendrían que sembrarse unos 115.229 kilómetros cuadrados de árboles para equilibrar el exceso de dióxido de carbono.
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Por supuesto, nadie duda de las bondades y beneficios que supone la comunicación a distancia. Cuando la pandemia termine, seguramente se mantendrá como una forma complementaria para relacionarnos con los demás, tanto a escala personal como a nivel profesional o educativo. Sin embargo, hay algunos tips para reducir el impacto sobre la Tierra.
En un principio, lo ideal sería prescindir de la cámara. Si un millón de usuarios de las videoconferencias decidieran apagar sus cámaras, las emisiones mensuales de dióxido de carbono bajarían en 9.023 toneladas. Lo mismo ocurre con el tiempo que duran las conexiones, ya que a mayor tiempo de uso, mayor contaminación.
Lo mismo sucede con una baja en la calidad de la imagen. Por ejemplo, si 70 millones de personas pasan de una alta definición a una promedio, la reducción mensual sería de unas 2,5 millones de toneladas de CO2. Es decir, mientras más prioricemos la calidad de las comunicaciones, mayor impacto ambiental habrá.
En definitiva, es importante tener en cuenta que el avance de la tecnología supone un impacto sobre el propio planeta. Esto no significa dejar a un lado estos maravillosos recursos que mejoran la vida de todas las personas, sino de cuidarlos y administrarlos eficientemente para reducir la huella que deja sobre la Tierra. ¿Lograremos hacerlo?