AMÉRICAS

México, Guatemala y Belice se unen para proteger la Selva Maya

Tres países vecinos presentaron el Corredor Biocultural de la Gran Selva Maya, una extensión de 14 millones de acres que abarca el sur de México, el norte de Guatemala y Belice. La agencia Associated Press (AP) informó que el plan combina fuerza de seguridad con gestión comunitaria para enfrentar a los carteles, la deforestación y la tentación de los megaproyectos.

Un corredor basado en seguridad y soberanía

Desde el inicio, las autoridades presentaron el corredor como un proyecto de conservación con un enfoque firme. El Corredor Biocultural de la Gran Selva Maya—más de 14 millones de acres (5.7 millones de hectáreas) de selva tropical que se extiende por tres países—sería la segunda reserva natural más grande de América, después del Amazonas, según AP. Pero proteger un bosque vivo que cruza fronteras también significa recuperar territorios sin ley.

“La primera cosa es que las fuerzas de seguridad comiencen a tener presencia”, dijo a AP la ministra de Medio Ambiente de Guatemala, Patricia Orantes, al describir una región “abandonada y dejada al crimen organizado”. En entrevistas con AP, la secretaria de Medio Ambiente de México, Alicia Bárcena, coincidió en esa valoración, afirmando que las tres naciones deberán reforzar patrullajes y coordinación: “No vamos a proteger la selva solos, el secretario de seguridad tiene que ayudar, el ejército”.

Grupos ambientalistas han advertido por años que esta selva transfronteriza está plagada de pistas clandestinas que reciben aviones cargados de cocaína, corredores de tráfico de migrantes y campamentos de tala ilegal. La franqueza de las ministras subrayó una premisa central del corredor: la biodiversidad no puede prosperar donde el Estado está ausente. El desafío, reportó AP, será restaurar la soberanía sin repetir errores del pasado: llegar solo con tropas y dejar a las comunidades con pocas alternativas a las economías criminales.

Convertir a las comunidades fronterizas en aliadas

Si la seguridad es el escudo, las comunidades son la bisagra. El abogado y activista ambiental guatemalteco Rafael Maldonado dijo a AP que será vital “convertir en aliados del parque a las comunidades que se cree participan en el narcotráfico”. Orantes estuvo de acuerdo, argumentando que cualquier plan creíble debe ofrecer medios de vida viables.

La respuesta de México es expandir Sembrando Vida, un programa de pago por reforestación que otorga dinero a los propietarios para cultivar especies frutales y maderables. Bárcena dijo a AP que el programa cuenta con un presupuesto de casi 2,000 millones de dólares y está siendo ajustado para alinearse mejor con objetivos ambientales, luego de críticas de que en Campeche incentivó la tala.

El éxito dependerá de la sutileza. El especialista en sostenibilidad Juan Carlos Franco explicó a AP que las organizaciones civiles que trabajan en comunidades que ya “coexisten” con actividades ilegales han aprendido a construir la gestión biocultural desde abajo. En su opinión, el Estado debe actuar como “garante” de la seguridad mientras permite que el manejo comunitario, el conocimiento indígena y las iniciativas locales lideren. Eso implica canalizar recursos hacia economías compatibles con la selva—cacao bajo sombra, madera regulada, turismo comunitario, artesanías tradicionales—respaldadas por acceso real a mercados. También significa tratar a los habitantes como co-gestores y no como simples espectadores de un área protegida trazada desde lejos.

Promesas, trenes y los riesgos de los megaproyectos

Otro punto delicado atraviesa la promesa del corredor de renunciar a megaproyectos que ofrecen crecimiento pero abren arterias de daño ambiental. Belice ha mostrado interés en extender el Tren Maya de México, el nuevo ferrocarril turístico de 1,500 kilómetros que recorre la península de Yucatán. Bárcena dijo a AP que la línea queda fuera de los límites del corredor y que su agencia trabaja con la empresa operada por el Ejército para mitigar impactos existentes.

Aun así, persiste el escepticismo en el sureste de México, donde activistas como Pedro Uc—entrevistado por AP—dudan de las promesas de conservación mientras el partido en el poder, responsable del tren, siga gobernando. Guatemala traza una línea más clara. Orantes dijo a AP que el presidente Bernardo Arévalo no permitirá megaproyectos dentro del corredor, señalando que su gobierno no renovó una concesión petrolera en la Reserva de la Biosfera Maya y ya descartó una extensión del Tren Maya en áreas protegidas. La lógica es simple, dijo Orantes: una vez que se abren caminos en la selva, se invita a todo lo que viene después—especuladores, invasores, taladores, traficantes.

La credibilidad del corredor puede depender de estas decisiones. La conservación, después de todo, vive en los detalles: una carretera evitada, una concesión cancelada, un esquema agrícola que permite a un pueblo prosperar sin quemar una hectárea.

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Gobernanza, dinero y la medida de la voluntad

Las grandes declaraciones solo se vuelven duraderas cuando las instituciones y los presupuestos las respaldan. AP informó que México, Guatemala y Belice formaron esta semana un comité trinacional para redactar una hoja de ruta en un mes, que detalle qué agencias liderarán, cómo se coordinarán y cómo se financiará el trabajo. Bárcena calculó que los países pueden reunir unos 6 millones de dólares para comenzar—fondos iniciales en una región donde la seguridad y los medios de vida son tan esenciales como las casetas de vigilancia.

Para contener los megaproyectos, los tres gobiernos acordaron crear un consejo de autoridades ambientales y un consejo asesor indígena paralelo; cualquier propuesta dentro del corredor deberá pasar por ambos. Guatemala aporta la mayor franja contigua, que abarca 27 áreas protegidas existentes que servirán de columna vertebral del corredor, señaló AP. México aporta programas y músculo de aplicación. Belice añade la conexión en el extremo oriental de la península y la oportunidad de integrar concesiones forestales comunitarias a un plan trinacional.

Estos pasos pueden sonar burocráticos. También hay una diferencia notable entre una conferencia de prensa y un pacto vivo. “No queremos que sea cualquier cosa”, dijo Orantes a AP. “No queremos que sea una agenda de cooperación internacional, ni una agenda empresarial. Queremos que sea la agenda de la Selva Maya”.

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Las palabras son una estrella guía—y un recordatorio de que el éxito del corredor no se medirá solo en hectáreas mapeadas, sino en pistas clandestinas recuperadas, bosques intactos y familias capaces de vivir dignamente sin vender la selva bajo sus pies. Si México, Guatemala y Belice logran alinear seguridad, ciencia y equidad social a gran escala, la Selva Maya podría convertirse en algo raro en un mundo que se calienta: una historia de conservación transfronteriza que funciona.

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