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Noches Dominicanas Perdidas con el Último Baile del Jet Set

Los dominicanos despertaron con el corazón roto tras el colapso del icónico club nocturno Jet Set, un centro social por más de cinco décadas, que quedó reducido a escombros. Alguna vez fue el epicentro del merengue y las celebraciones culturales; su final repentino ha traído tristeza y reflexión en todo el país.

Un Escenario Legendario de Ritmo y Luz

El club nocturno Jet Set fue durante más de cincuenta años la cúspide de la vida nocturna dominicana. Atraía tanto a locales como a turistas al vibrante corazón de Santo Domingo. Su sistema de sonido hacía retumbar merengue, salsa, bachata y otros ritmos urbanos. La pista de baile se llenaba de personas que formaban lazos de amistad y alegría que trascendían cualquier barrera social.

Jet Set pasó de ser un lugar sencillo a uno elegante. Equipos de audio modernos, luces especiales y un diseño interior atractivo lo convirtieron en un espacio llamativo. Con el tiempo, Jet Set ganó fama. Sus eventos semanales ofrecían una sensación de paraíso. “Los lunes del Jet Set” eran más que una fiesta: se convirtieron en un evento cultural. Íconos de la música como Fernando Villalona, los Hermanos Rosario, Sergio Vargas y el incomparable Rubby Pérez dominaron su escenario. También se presentaron artistas internacionales: salseros como Óscar de León y Gilberto Santa Rosa encendieron al público, mientras que luminarias del reguetón como Don Omar aportaban un toque urbano.

Pero más allá de los artistas, existía un espíritu de unidad. Celebridades y políticos compartían el mismo espacio con personas comunes. Celebraciones de cumpleaños y eventos privados se mezclaban con bailes espontáneos impulsados por las contagiosas trompetas del merengue. En resumen, Jet Set era un lugar donde los sueños, el romance y la comunidad florecían bajo luces estroboscópicas hasta el amanecer.

Esa era vibrante terminó abruptamente un martes por la mañana. Un símbolo querido de la cultura dominicana se derrumbó en una masa caótica de varillas y concreto destrozado. Con la pista de baile cayendo sobre cientos de asistentes, el dolor se extendió por todo el país. Más de 200 personas perdieron la vida, incluyendo al menos dos exjugadores de béisbol de Grandes Ligas y al famoso Rubby Pérez. Los sobrevivientes relataron un fuerte estruendo seguido de gritos mientras el techo colapsaba. Un lugar de música y diversión quedó reducido a escombros y dolor.

Tragedia en el Corazón de la Vida Dominicana

En los días posteriores al desastre, equipos de rescate y voluntarios buscaron entre los escombros con la esperanza de hallar sobrevivientes. El Centro de Operaciones de Emergencias lo calificó como una de las peores tragedias que ha vivido la nación caribeña. Autoridades exhaustas, llegadas de todos los rincones del país y con ayuda de equipos internacionales, realizaron búsquedas tensas. Muchos describieron el sonido fantasmal de voces atrapadas y la angustiante certeza de que cada minuto que pasaba significaba menos oportunidades de rescate.

El dolor trascendió Santo Domingo. Familias viajaron desde toda la isla —e incluso desde Estados Unidos— para localizar a sus seres queridos. Surgieron historias de llamadas telefónicas desgarradoras, como la de la gobernadora provincial Nelsy Cruz, quien según informes alertó al presidente del país desde debajo de los escombros. No logró salir con vida.

El duelo fue profundo. Muchas muertes se debieron a traumatismos craneales por vigas y losas que sepultaron a las víctimas en sus mesas o las aplastaron en la pista de baile. Los equipos médicos enfrentaron un gran impacto emocional, con doctores y enfermeras sobrecargados tratando heridas críticas.

El dolor también alcanzó a la diáspora, ya que 17 ciudadanos estadounidenses se encontraban entre los fallecidos. Las naciones vecinas y comunidades de dominicanos en el extranjero expresaron sus condolencias, demostrando la importancia cultural del club y los lazos duraderos entre los isleños y los que viven fuera del país. Aunque la búsqueda de sobrevivientes concluyó días después del hecho, las familias continuaron reuniéndose para identificar a sus seres queridos y recuperar objetos personales perdidos en esa noche trágica.

Un Legado de Canción y Baile Desvanecido

Los restos vacíos del Jet Set muestran claramente cómo pueden desaparecer las prácticas culturales que las personas valoran. Su fin representa una pérdida profunda, más allá del simple colapso estructural. Los dominicanos experimentaron una desconexión con la época dorada de los eventos de música en vivo y celebraciones colectivas con el cierre del Jet Set. El vibrante escenario de los martes ha cambiado irreversiblemente con el fin de los icónicos “Lunes del Jet Set”.

Las investigaciones sobre la causa continúan. Algunos temen que un incendio reciente haya debilitado la estructura, mientras que expertos señalan posibles fallos de diseño, sugiriendo que el techo envejecido no soportaba el equipo pesado. El dueño de Jet Set, Antonio Espaillat, prometió plena cooperación con las autoridades, aunque ninguna respuesta podrá devolver el tiempo ni a las personas perdidas.

En el presente, los memoriales y funerales ocupan los espacios que antes eran para la fiesta. Los dolientes se reúnen para honrar a los fallecidos, incluidos nombres célebres de la cultura y el deporte dominicanos. El presidente Luis Abinader declaró un periodo extendido de duelo nacional, y los homenajes a Rubby Pérez fueron especialmente conmovedores—su sombrero y gafas característicos reposaban sobre su ataúd.

Sin embargo, este dolor también destaca lo que representaba el Jet Set: una mezcla dinámica de la identidad dominicana, tejida con música, camaradería y la promesa no dicha de que, por unas horas, las luchas diarias podían desaparecer en una pista de baile llena de vida. En este nuevo panorama, los dominicanos reflexionan sobre un estilo de vida que ahora ha cambiado para siempre, reconociendo que estos espacios de alegría son frágiles, vulnerables al paso del tiempo y, trágicamente, a la fuerza del desastre.

Se ha ido la promesa de otro lunes de fiesta, de luces girando, de voces cantando al unísono. Lo que queda es el recuerdo colectivo de un refugio que daba la bienvenida a todos —desde el humilde comerciante hasta la estrella del béisbol— y solo pedía las ganas de bailar. Aunque el dolor por esta pérdida es inconmensurable, también lo es el legado que deja el Jet Set. Cincuenta años de noches forjaron amistades y apoyaron a nuevos artistas. Defendió los ritmos que definen el espíritu dominicano.

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La nación llora esta tragedia. Su gente mantiene viva la herencia del Jet Set. Unió a generaciones. Ese acto ayuda a preservar una parte de la identidad nacional. Con historias, conmemoraciones y promesas de recordar a los que murieron, el pueblo dominicano se compromete a honrar los valores de un club nocturno que para muchos fue sinónimo de consuelo y pertenencia.

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