Mujeres que reescriben historia en Colombia: las cantadoras de Membrillal
En una pequeña vereda de Colombia, cerca de Cartagena de Indias, ensayan todas las semanas “Las cantadoras de Membrillal”.
The Woman Post | Luisa Fernanda Báez Toro*
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(Esta pequeña crónica fue escrita durante un viaje a la ciudad de Cartagena de Indias, Colombia. El objetivo del mismo fue recolectar historias de mujeres víctimas del conflicto armado que han encontrado en el arte una forma de superar su dolor).
A treinta minutos de la ciudad de Cartagena se encuentra Membrillal, una pequeña vereda en la que viven varios pero llegan pocos. Al ser una de las zonas más vulnerables del departamento no resulta muy conveniente para aquellos que van al Caribe buscando sus vacaciones de verano, pero entre esas calles no pavimentadas y casas coloridas hay varias voces esperando ser escuchadas.
Son las dos de la tarde y hemos estado esperando por una hora a Cleiner Almanza, integrante de la Corporación Mujer Sigue mis Pasos, y a su guardaespaldas, quienes prometieron llevarnos hasta la vereda porque “últimamente la vaina ha estado caliente”. Tres ventiladores están encendidos pero el calor infernal me hace levantarme de mi silla a tomar fotografías de unos loros que no han parado de hablar desde que llegué al punto de encuentro.
Una hora más tarde llega una camioneta que nos lleva hasta el ensayadero de las “cantadoras de Membrillal”; el patio de la casa de una de ellas. Cuando llego me encuentro con Itilsio Salgado Reyes, director de la agrupación y tamborero empírico.
“Mi historia es de llegar acá, desde palenque, a arreglar instrumentos, a ganarme esa platica… y encontré unas muchachas con buena voz… yo soy cazador de voces, de música, porque es que la música es un aliciente en la vida, muy noble, alegra mucho. Personalmente cuando me siento triste o escribo música o toco el tambor…”, cuenta el maestro.
Itilsio dice que cuando llegó se encontró con un grupo de mujeres con una idea buena pero completamente desintegradas. Él se encargó de organizarlas, de darles un instrumento y de dotarlas de una seguridad de la que carecían.
“El ideal mío siempre fue crear un grupo de solo mujeres, porque los hombres ya están completos en él fútbol, entonces no podemos coger hombres porque no le jalan”, me dice mientras sonríe.
Todas se arreglan rápidamente en la sala de una de sus compañeras. Se ponen sus trajes tradicionales, se recogen el cabello y se echan lápiz labial en la boca; cogen sus instrumentos, una silla y se organizan en el patio, que es tan grande y lleno de árboles que me da la sensación de estar en la selva.
Inicia el espectáculo: todas se miran entre sí y deciden, en silencio, con cuál canción iniciar. Suenan los tambores y durante unos quince minutos me maravillo con las voces más potentes que he escuchado en mi vida. Los instrumentos, el canto y los movimientos de todas me remontan a algo que definitivamente no soy pero que acompaña mi historia.
Una cantadora lanza un verso, las demás le contestan en coro batiendo palmas. El tambor alegre marca claves misteriosas y rompe continuamente el ritmo. Existe una comunicación perfecta, casi mágica, entre los instrumentos y la cantadora principal.
Las “cantadoras” (mujeres que al cantar oran) o “cantadoras” (mujeres que al cantar adoran) son mujeres que, por medio de sus canciones, narran historias de su entorno o de su vida misma. Estas mujeres provienen de las costas Pacífica y Caribe, unas de las más afectadas por la violencia en el país, y con su música tradicional pretenden acercarse a la paz.
Sus cantos son un lamento alegre que sacude el sufrimiento. De hecho, muchas de sus letras hablan sobre la muerte, el sufrimiento, las ofensas recibidas o situaciones embarazosas a las que se les canta para redimir y liberar el ser.
La música es integración, la música es sentir, y a estas mujeres y su director nada los detiene. Aunque no ha sido fácil y se han enfrentado todas a regaños por parte de sus esposos, así llueva o haga sol, las cantaoras de Membrillal se reúnen a crear.
“Ya nosotras llevamos cuatro años de estar con esto y gracias a Dios nos ha servido mucho… aunque muchas hemos sido fuertes porque el inicio no fue fácil, porque nuestros esposos empezaron a decir “tú te la vas a pasar tocando tambor y a mi: ¡quién me va a hacer la comida?” pero nosotras no le prestamos atención a eso porque esto es algo que nosotras nacimos con este don… de esta manera nosotras nos distraemos, aunque cuando estamos en la casa tengamos miles de problemas, cuando estamos en las prácticas nos olvidamos de todo.”, dice Arianna Martínez, una de las integrantes del grupo, después de tres intentos para grabar su experiencia.
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Hay muchas formas de empoderarse y, aunque muchas prácticas violentas se han normalizado en nuestra cultura, como el hecho de ser obligadas por sus parejas a mantener relaciones sexuales contra su voluntad o deseo, para estas mujeres el arte ha sido fundamental a la hora de crear un nuevo estilo de vida. Hoy en día han encontrado un balance entre su vida como amas de casa y su pasión por la música.
“Esto es algo que a nosotras nos ha servido para aliviar nuestro corazón, para ser unas personas diferentes, ya no pensamos como antes. Ya tenemos el valor de decirle a nuestros esposos “bueno amor, yo a ti te amo pero también amo lo que hago y no voy a dejar de hacerlo, porque Dios puso ese don en mí, para ser yo parte de esa red, y que todas las mujeres que estén oprimidas en sus casas me vean y también hagan lo mismo que estoy haciendo”, -concluye Arianna.
Duramos cerca de dos horas hablando de la importancia de este tipo de espacios, del rescate de nuestra tradición, de la participación de las mujeres y de cómo la violencia ha estado siempre presente en sus vidas, en casa y fuera de ella.
Empieza a oscurecer y decidimos, junto con Cleiner, Johanna y mi novio, que es hora de volver a Cartagena; acompañamos a Cleiner a la casa de su madre, nos muestra las condiciones tan humildes en las que viven la mayoría de personas de Membrillal y, después de hacer una larga reflexión sobre el abandono estatal subimos a la camioneta. Me dejan en el hotel, subo a mi habitación y vuelvo a mi privilegio, siempre presente pero un tanto incómodo después del día que tuve.
*Este texto fue realizado en septiembre de 2019, como parte de la tesis de pregrado de Luisa Báez.