Polarización política: ¿Es la religión la culpable?
¿Qué factores pueden explicar la continua división política en Colombia?
“Polarización” es un término de reciente y fácil empleo en cualquier análisis político. La sociedad venezolana se encuentra gravemente polarizada, en Colombia el plebiscito sobre los acuerdos de paz polarizó la opinión pública, la irrupción de Donald Trump como personaje político polarizó a los norteamericanos, entre otros.
Además, la polarización política es vista como algo negativo, una situación que tarde o temprano se convierte en hostilidad.
Sin embargo, la polarización, la diferencia, el conflicto social no son malos per sé. Al contrario, hacen parte de la vida en democracia. Lo que puede llegar a ser perjudicial son las maneras en que esa diferencia se materializa de manera resolutiva y franca por medio de instituciones, derechos, deberes y todo el aparataje de las democracias, o bien de manera hostil.
Según parece, algunas sociedades son más proclives a esa polarización, a desarrollar su debate público por medio de lo que el historiador Medófilo Medina llamaba lógica de oposiciones: el encuentro de dos relatos antagónicos que hallan parte del sentido de su existencia en la eliminación de su antagonista.
Esta lógica de oposiciones tiene su máxima expresión en el discurso religioso, expresión suprema de la confrontación maniquea. En dicho relato, lo que está en juego ni siquiera es un asunto relacionado con la verdad, sino con el Bien; lucha del Bien contra el Mal y este debe ser combatido con todo rigor, sin posibilidad alguna del derecho a discrepar.
La manera en que históricamente se ha dado el debate público en Colombia tiene mucho que ver con esto. La lógica de aniquilamiento del antagonista se manifiesta en las guerras civiles entre liberales y conservadores, en la manera en que se desarrolla el conflicto armado, en el exterminio por medio de genocidio de un partido político, en las discusiones en torno a los derechos de las minorías, entre otros.
¿Qué puede explicar esa carencia de dialogo y la aparente ineficacia de las instituciones que deben promoverlo y darle sentido?
Justamente, la respuesta está en el discurso religioso pues su aparición, aún sin su forma explícita, se da en los asuntos más diversos. En Colombia, no existe la posibilidad del dialogo público porque la sedimentación del factor religioso en la cultura política, sencillamente, no lo permite.
Durante el siglo XIX, buena parte de los Estados que empezaban a tomar forma basaron la modernización de su organización social en el principio de separación entre la Iglesia y el Estado. En contravía, en nuestro país por medio de la regeneración Conservadora se recompuso la amalgama colonial que le daba influencia (por ejemplo, en la educación) y privilegios (por ejemplo, en las propiedades) a la Iglesia, mientras a la vez señalaba y perseguía a sus contradictores. Lo anterior tuvo como consecuencia que las instituciones republicanas que empezaban a conformarse adoptaran un talante hierocrático de origen pre-moderno.
Entre grupos sociales separados por el discurso religioso no caben inteligencias ni compromisos. Cualquier concesión se toma como apostasía y hasta las treguas mismas pactadas en el fervor del combate, se miran como cobardes deserciones. Así las cosas en Colombia no se tratan de votar sí o votar no, tampoco de propender por el liberalismo económico o el proteccionismo, o de ser “uribista” o de izquierdas. No, es el Bien luchando contra el Mal, no importa la orilla desde la que se habla.
Latin American Post | Pedro Rojas Oliveros
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