AMÉRICAS

Venezuela, lanchas cargadas de droga y la política de la ambigüedad: la apuesta de Trump en 60 Minutes

La entrevista que dijo todo y nada

Sonrió al decirlo, con esa sonrisa calculada que busca tranquilizar a unos y poner nerviosos a otros.
“Lo dudo. No lo creo. Pero nos han tratado muy mal”, respondió Donald Trump a 60 Minutes cuando le preguntaron si Estados Unidos se encaminaba hacia una guerra con Venezuela.

La negación fue ligera, casi conversacional, incluso cuando la evidencia de una preparación militar llenaba el cielo del Caribe. Durante semanas, la región ha parecido más un tablero de ajedrez que una ruta marítima. Bombarderos B-52 realizaron “demostraciones de ataque” frente a las costas venezolanas. Drones, aviones espía, infantes de marina y buques de guerra se agolpan en aguas que durante años permanecieron tranquilas. “La CIA está desplegada”, dijo Trump con naturalidad. Nada de eso suena a un país bajando el tono.

Sin embargo, la entrevista nunca llegó a una admisión explícita. El presidente habló con el estilo de quien quiere mantener a todos adivinando: aseguró que no habrá guerra, pero insinuó que “muchas cosas” están en marcha. “No voy a decirles qué voy a hacer con Venezuela”, afirmó. Y ese es precisamente el punto de un espectáculo como este: proyectar poder a través de la incertidumbre.

El costo de esa ambigüedad, sin embargo, se paga en otros lugares: por familias en Caracas o Maracaibo que observan buques estadounidenses en sus televisores, por mercados que tiemblan ante la palabra “demostración”, y por diplomáticos que deben explicar qué busca exactamente Estados Unidos.


Una guerra que “duda”, un despliegue que él comanda

Oficialmente, la armada que se acumula en el Caribe está allí por operaciones antinarcóticos.
“Cada barco que ustedes ven destruido salva 25.000 vidas por drogas”, dijo Trump en 60 Minutes, reduciendo la crisis de opioides a una ecuación de campo de batalla. “Destruye familias en todo nuestro país.” Una aritmética escalofriante: una lancha igualada a una pequeña ciudad de víctimas por sobredosis.

Los hechos son más crudos y más extraños. Desde principios de septiembre, los ataques estadounidenses han destruido decenas de embarcaciones sospechosas, dejando al menos 64 muertos. El Pentágono los llama “narcotraficantes”. Venezuela los llama “pescadores”. El presidente de Colombia dice que las misiones “parecen más de dominio que de defensa”.

Si el objetivo fuera puramente la interdicción del narcotráfico, la demostración de fuerza parece excesiva; si es un intento de cambio de régimen, el lenguaje resulta curiosamente medido. Los asesores de Trump insisten en que las operaciones son “quirúrgicas”. Aun así, cada misil arriesga convertir la estrategia en tragedia.

La región escucha otra narrativa. Nicolás Maduro la presenta como prueba de “una guerra fabricada”.
Brasil ha duplicado silenciosamente sus patrullas navales. Varios líderes caribeños —algunos aliados de Washington— han pedido aclaraciones que no han recibido. Una acumulación militar puede disuadir, pero también puede provocar. Y la disuasión depende de que el adversario sepa exactamente dónde está la línea.


Drogas, cadáveres y la política del miedo

El presidente no solo habló de Venezuela. Mezcló todo —drogas, migración, pandillas, armas nucleares— en una sola narrativa. “Vienen del Congo, vienen de todo el mundo”, dijo, antes de mencionar al Tren de Aragua, al que calificó como “la pandilla más cruel del planeta”.

Esa fusión retórica —narcóticos, migrantes y enemigos extranjeros— es combustible político.
Convierte los mares en una extensión de la frontera sur y justifica medidas extraordinarias en ambos frentes. La lógica se retroalimenta: el miedo a los narcos y pandillas legitima la represión, la represión agrava el desplazamiento, y el desplazamiento refuerza el miedo.

Durante la entrevista, Trump también afirmó que Estados Unidos reanudaría las pruebas nucleares, “como hacen otros países”. Horas más tarde, su propio secretario de Energía lo desmintió en otra cadena: “No hay planes de realizar pruebas”. El patrón es conocido: el presidente lanza la opción máxima, los subordinados la moderan, los adversarios dudan de cuál versión creer. Esa incertidumbre puede ser disuasiva… o puede ser caos, dependiendo de quién parpadee primero.

El riesgo no es solo externo. En casa, fusionar la guerra contra las drogas con la guerra migratoria confunde las herramientas necesarias para ambas. Las sobredosis no se detienen con portaaviones.
Los carteles se desmantelan congelando cuentas, no haciendo estallar lanchas en aguas abiertas.
Pero el miedo hace mejor televisión que la matización, y la televisión sigue siendo el escenario donde esta presidencia ejecuta sus jugadas más duras.

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Pixabay/ashamatic

Teatro doméstico, consecuencias globales

La emisión de 60 Minutes fue menos un informe que una puesta en escena. Entre advertencias sobre Venezuela, Trump cambió de tema para atacar el cierre del gobierno, tildar a los demócratas de “lunáticos desquiciados” y jactarse de un acuerdo judicial con la empresa matriz de la cadena, que —según él— financiará su biblioteca presidencial.

Todo encajaba en un mismo guion: un hombre proclamando victoria en cada frente, legal, político, militar y mediático.

Pero ese teatro doméstico tiene consecuencias exteriores. Un cierre gubernamental de un mes reduce la capacidad operativa, paralizando agencias civiles mientras crece la tensión militar. Sugerir pruebas nucleares altera a los aliados cuya cooperación es vital en el Caribe. Y estirar el término “antinarcóticos” hasta convertirlo en conflicto no declarado pone a prueba tanto la ley como la paciencia latinoamericana.

Las preguntas sin respuesta se multiplican: ¿Qué detonaría una escalada más allá de los ataques marítimos? ¿Bajo qué autoridad legal se ordenan acciones letales? Si un dron se equivoca y mata civiles, ¿quién asume la responsabilidad? Y, sobre todo, ¿qué ocurriría si Venezuela —o cualquier país cercano— decide responder al fuego?

La ambigüedad estratégica puede ser un activo; la deriva estratégica, una amenaza. El presidente puede preferir mantener “todas las opciones sobre la mesa”, pero los hombres y mujeres que pilotan los barcos y aviones ya tienen órdenes que no pueden explicar frente a las cámaras.

El mejor escenario es que el músculo funcione: Maduro se mantenga cauto, los traficantes huyan y nadie más muera. El peor, un accidente en el mar, un disparo de represalia, un titular que transforme la bravuconada en escalada. Por ahora, el Caribe está lleno y en calma; la calma parece temporal.


En última instancia, la aparición de Trump en 60 Minutes logró exactamente lo que pretendía: proyectar poder sin comprometerse con un plan. Recordó a los estadounidenses el alcance de su comandante en jefe y dejó al resto del hemisferio adivinando dónde caerá ese alcance después. En televisión, la ambigüedad puede parecer fortaleza. En el mar, puede parecer peligro.

Lea También: Venezuela en Vilo: Buques de Guerra, Bolsillos Vacíos y una Nación al Borde del Colapso

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