ANÁLISIS

Chile gira a la derecha mientras el miedo al crimen y la migración reescribe la esperanza

En Chile, la elección de José Antonio Kast señala un giro hacia la derecha impulsado menos por la ideología que por la ansiedad sobre el crimen, la migración y el control. Detrás de las promesas de muros y deportaciones, familias y migrantes miden la seguridad, el sentido de pertenencia y los costos del miedo.

Se rompe el espejismo de la estabilidad

Desde afuera, Chile aún se percibe como un “refugio más seguro y estable” en América Latina. Por dentro, el ánimo ha cambiado: los portonazos, robos y el crimen organizado se comentan como si fueran el clima. El domingo, los votantes tradujeron esa ansiedad en un mandato al elegir a José Antonio Kast.

Kast, 59, ha elogiado al general Augusto Pinochet, cuyo golpe de Estado apoyado por Estados Unidos dio inicio a 17 años de dictadura militar marcados por torturas, desapariciones y censura. Sus críticos señalan la militancia de su padre, de origen alemán, en el Partido Nazi y un hermano que fue ministro durante el régimen de Pinochet. Algunos simpatizantes defienden esa época como más pacífica. En su discurso de victoria, prometió un “gobierno de emergencia” pero no “autoritarismo”, según informó la BBC.

EFE/ Elvis González

Cuando la migración se vuelve sospechosa

La BBC enmarcó el resultado de Chile como parte de un giro a la derecha tras Argentina y otros países, con Perú, Colombia y Brasil votando el próximo año. La victoria de Kast podría acercar a Chile a las políticas del presidente estadounidense Donald Trump en migración y seguridad, un modelo ya conocido para líderes que hacen campaña prometiendo restaurar el orden.

Para 2023, cifras oficiales muestran casi dos millones de extranjeros en Chile, un aumento del 46% respecto a 2018. Las autoridades estiman unos 336.000 migrantes indocumentados, muchos provenientes de Venezuela. Kast prometió un muro fronterizo y deportaciones masivas, advirtiendo en mítines que quienes no tengan papeles deben irse antes de la investidura si alguna vez quieren tener la oportunidad de regresar.

En entrevistas con la BBC, Jeremías Alonso dijo: “Chile no estaba preparado para recibir la ola migratoria que tuvo”. Negó la xenofobia y argumentó: “los extranjeros deben venir a Chile… pero deben entrar por la puerta, no por la ventana”, señalando que los migrantes sin papeles sobrecargan los servicios públicos. En su barrio de clase trabajadora, afirmó que la inmigración irregular trajo preocupaciones de “delincuencia, drogadicción y seguridad”.

El miedo entonces hace lo que mejor sabe hacer: asigna culpas. Kast vinculó la delincuencia con la migración incluso cuando los homicidios han disminuido desde su pico en 2022 y a pesar de estudios que sugieren que los migrantes cometen menos delitos en promedio. Revistas como Journal of Ethnic and Migration Studies y Criminology describen cómo la percepción de inseguridad puede superar a los datos, especialmente cuando el rumor se convierte en evidencia.

El puño de hierro frente a la vida real

Gabriel Funez, un mesero venezolano, contó a la BBC que llegó a Chile hace cuatro años, cruzando la frontera terrestre de manera irregular para escapar de una “situación económica muy, muy mala”. Tras presentar documentos, recibió una cédula temporal para pagar impuestos, pero su solicitud de visa no ha tenido respuesta. Su salario se deposita en la cuenta bancaria de un amigo. “Básicamente soy un fantasma aquí”, dijo. Teme la deportación, pero le preocupa más la xenofobia. “Kast está expresando lo que muchos chilenos quieren expresar. Lo está validando”, afirmó. Recordó a comensales conversando sobre cómo los migrantes deberían irse. “Fue incómodo. Soy extranjero y escucho todas esas palabras súper hirientes”. Dijo que alrededor del 90% del personal del restaurante son migrantes.

Las empresas subrayan en silencio la contradicción. Carlos Alberto Cossio, un boliviano que vive en Chile desde hace 35 años, dijo a la BBC que “la mano de obra migrante es muy importante”, y describió cómo depende de trabajadores de Haití, Colombia y Venezuela que están dispuestos a trabajar y son menos propensos a cambiar de empleo mientras esperan sus visas. Agregó: “Muchas empresas, especialmente en la cosecha de frutas, emplean a trabajadores migrantes que no necesariamente están registrados”, y advirtió que expulsarlos “afectará la economía exportadora de Chile y encarecerá las materias primas”. También reconoció fricciones culturales: “Muchas de las costumbres que han traído no han sido compatibles con las costumbres chilenas”, lamentando cómo eso mancha a los migrantes que quieren aportar. Mientras tanto, Venezuela no acepta deportados desde Chile, y las deportaciones han sido limitadas, mientras que el partido de Kast no tiene mayoría en el Congreso, lo que significa que la política del miedo puede ofrecer una puesta en escena de control más rápido que el control real.

Así fue como Chile giró a la derecha: no por olvidar la democracia, sino por temer lo que entra por la puerta después del anochecer. Si Kast gobierna desde el pánico, el mito del refugio seguirá desmoronándose. Si logra reconstruir la confianza, podría volver a surgir.

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