ANÁLISIS

Las matemáticas de Milei: cómo la nueva mayoría de Argentina redibuja el mapa político

Argentina ha dado otro giro brusco. Tras meses de incertidumbre, el partido de Javier Milei, La Libertad Avanza, se disparó hasta casi el 40 % de los votos en las elecciones legislativas, suficiente para reclamar aproximadamente un tercio del Congreso y acercarse a un poder similar en el Senado. El resultado le otorga al presidente libertario lo que más ha deseado desde que asumió el cargo: palanca política. También señala que, por ahora, los votantes argentinos están dispuestos a dejarlo seguir recortando.


Un tercio en el Congreso y casi en el Senado

Desde el principio, Milei planteó las elecciones como un problema matemático. Si su partido lograba controlar un tercio de la Cámara Baja —dijo—, nadie podría bloquear sus decretos y sus proyectos de reforma finalmente tendrían una oportunidad. La noche del domingo, los números se inclinaron a su favor. El casi 40 % de los votos obtenidos por La Libertad Avanza se traduce en alrededor de un tercio de la Cámara de Diputados.

Con la alianza estratégica formada con el PRO, el partido del expresidente Mauricio Macri, la influencia de Milei ahora se extiende hacia la paridad en el Senado. En un Congreso construido sobre la negociación y los pactos frágiles, ese umbral es oro puro: niega a sus oponentes un veto automático y obliga a las viejas coaliciones argentinas a replantearse su supervivencia.

La victoria reescribe el tono de la presidencia de Milei. Apenas un mes antes, su movimiento había tropezado en la provincia de Buenos Aires, el corazón del peronismo. Ahora, aquella derrota parece una nota al pie. El campo de Milei tiene los votos para pasar de la terapia de shock por decreto a la legislación con dientes, y eso lo cambia todo.


De la motosierra a la negociación legislativa

El hombre que antes agitaba una motosierra en los mítines ahora afila su lápiz. El gobierno de Milei planea usar su posición fortalecida en el Congreso para impulsar una reforma económica agresiva: reducir impuestos, flexibilizar las leyes laborales y recortar el poder sindical.

La agenda refleja los puntos centrales de su campaña: achicar el Estado, atraer inversión extranjera y liberar a los productores de la burocracia que, durante décadas, ha estrangulado a la economía argentina.

Pero los primeros meses de su gobierno mostraron los límites de los eslóganes. Prometió recortes profundos de impuestos, pero estos se estancaron por la presión fiscal. La inflación bajó, aunque a costa de una austeridad que congeló el crédito, redujo los salarios y dejó a las pequeñas empresas sin aire.

Ahora, con nuevo músculo legislativo, Milei espera convertir la retórica en leyes. Si las reformas avanzan, el frente de batalla será el lugar de trabajo. Los empresarios ven una oportunidad para modernizar leyes laborales obsoletas; los sindicatos, una amenaza existencial. Para millones en la economía informal, la pregunta es si estas reformas construirán un puente hacia la estabilidad o los empujarán aún más al borde.

Milei prospera en la confrontación, pero la prueba que viene será más silenciosa: ¿puede gobernar a través de la persuasión en lugar de la provocación?


Una participación históricamente baja y un electorado fatigado

Detrás de los fuegos artificiales políticos, los números cuentan otra historia: la del cansancio. Solo el 68 % de los argentinos habilitados votó, la participación más baja en unas legislativas nacionales desde el regreso de la democracia en 1983. En la Ciudad de Buenos Aires, apenas votó el 53 %.

La apatía va más allá del cinismo. Años de crisis han desgastado el pulso político del país. Inflación, desempleo e inestabilidad constante han convertido el acto de votar en una tarea más dentro de la larga lista de esfuerzos por sobrevivir. Muchos argentinos ya no creen que ningún partido —peronista, libertario o conservador— pueda realmente arreglar la economía.

La baja participación raramente tiene una sola causa, pero sí efectos evidentes: amplifica la voz de quienes aún deciden presentarse a votar. El movimiento de Milei demostró ser disciplinado, organizado y persistente. Esa minoría movilizada ahora se traduce en una mayoría de gobierno.

A corto plazo, el presidente puede reclamar un mandato. A largo plazo, una democracia que vota con las pilas descargadas corre el riesgo de quedarse sin energía.


La dura noche del peronismo y la construcción de un mandato

Para el peronismo, la noche fue brutal. El movimiento que durante generaciones dominó la política argentina perdió terreno en casi todas las provincias. La coalición Fuerza Patria, junto con partidos locales aliados, sufrió otro año de derrotas: el vigésimo segundo sin una victoria nacional de medio término.

La herida simbólica llegó en la provincia de Buenos Aires, donde el gobernador Axel Kicillof acababa de celebrar un triunfo local. Un mes después, la marea nacional se revirtió. El mensaje fue claro: el peronismo aún puede movilizar a su base, pero le cuesta conectar con un electorado más amplio y agotado.

Mientras tanto, Milei fue recompensado por los resultados —por dolorosos que fueran—. La inflación ha bajado, el déficit fiscal se ha reducido, y la moneda está más estable, apuntalada por lazos más estrechos con Washington y un nuevo apoyo del FMI. Los argentinos comunes pueden resentir el ajuste, pero muchos ven, por fin, un gobierno que actúa con rapidez y cumple lo que promete.

Las acusaciones de corrupción e influencia contra la hermana del presidente, Karina Milei, apenas afectaron su impulso. Tampoco su giro sin tapujos hacia Estados Unidos. El veredicto de los votantes fue pragmático: mientras los números mejoren, el ruido puede esperar.

EFE/ Juan Ignacio Roncoroni

Lo que los números habilitan —y lo que no

Con una mano más fuerte en el Congreso y una cuota casi bloqueadora en el Senado, Milei ahora posee la aritmética sobre la que construyó su presidencia. Pero el poder en Argentina nunca es simple. El tejido social del país —entrelazado durante décadas con derechos laborales, educación pública y bienestar social— no puede reescribirse por decreto ni siquiera por mayoría parlamentaria.

Cada reforma deberá superar el escrutinio de los tribunales, los sindicatos y la calle. La alianza con el PRO, que le da alcance en el Senado, también lo ata al compromiso. Cada acuerdo corre el riesgo de alienar a los puristas que lo apoyaron por su fuego antiestablishment.

En el exterior, el abrazo a la ortodoxia del FMI y la aprobación de Estados Unidos le otorgan oxígeno, pero reducen su margen de maniobra. Si el crecimiento no llega pronto, el costo político podría borrar las ganancias actuales.

La paradoja del mandato de Milei es que es a la vez formidable y frágil: un triunfo que exige precisión. Por ahora, la motosierra ha dado paso a las calculadoras y los borradores de leyes. El presidente que antes se burlaba del consenso ahora depende de él.

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El próximo capítulo de Argentina se escribirá no en estadios ni en discursos encendidos, sino en votaciones y enmiendas —cada una poniendo a prueba si el país aún cree en las matemáticas que lo trajeron hasta aquí.

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