El clientelismo en América Latina: ¿Una tradición política?
¿Qué puede explicar la tendencia histórica en las sociedades de América Latina de favorecer el clientelismo?
Hoy día, es común encontrar en cualquier medio de comunicación alusiones a los numerosos casos de corrupción en los gobiernos de América Latina; de México hasta Argentina funcionarios, representantes políticos y empresarios son vinculados en complejas tramas que resultan en la clausura del poder en favor de un grupo social que usufructúa su posición estratégica en llave con las empresas vinculadas.
Esto es lo que conocemos como clientelismo: la tendencia a favorecer, sin la debida justificación, a determinadas personas, organizaciones, partidos políticos, etc., para lograr su apoyo. La perpetuación de esta tendencia tiene, como hemos visto recientemente, una consecuencia: la reproducción de un sistema de relaciones sociales altamente personificado.
De izquierda a derecha del mapa geográfico e ideológico, los gobiernos de América Latina han demostrado una tendencia hacia la concentración de poder en los jefes de Estado. La ecuación clientelismo mas gobiernos autoritarios tiene como resultado un intercambio paternalista y asimétrico entre los líderes políticos y su clientela. Odebrecht, Panama papers, paraísos fiscales, contratos amarrados, entre otros, están a la orden del día en gobiernos elegidos democráticamente y que, en muchas ocasiones, cuentan con un amplio apoyo popular. Los casos de Fujimori en Perú y Lula en Brasil pueden servir de ejemplo reciente, pero en la historia también podemos referirnos al Frente Nacional en Colombia, el PRI en México o el partido Colorado del Paraguay.
¿Qué puede explicar esta tendencia histórica a favorecer el clientelismo en la región?
Para el historiador colombiano Medófilo Medina, la respuesta está en lo más profundo de nuestra historia y tiene que ver con la manera en que en América se empezaron a consolidar las organizaciones sociales de los actuales países durante los siglos XVIII y XIX. En esta época se consolida, se amplía y se hace tanto geográfica como socialmente dominante el sistema de la hacienda como base fundamental de la producción económica y, posteriormente, de los sistemas de partidos políticos. En otras palabras: quien no conoce su historia está condenado a repetirla.
La hacienda es una finca de gran tamaño con un núcleo de viviendas, normalmente, de gran valor arquitectónico. Este sistema de propiedad de origen español requiere de la concentración de la propiedad de la tierra y del monopolio de la fuerza de trabajo en manos del hacendado. Tal y como se lee, este es un sistema de interacciones caracterizado por pautas de relación altamente personificadas y tal personificación lleva aparejada una fuerte carga de autoritarismo.
Recordemos la habitual figura histórica del caudillo: hacendados que durante épocas de guerras civiles se transformaban en generales y en las de contiendas electorales en caciques políticos. A su vez, los peones, los trabajadores, se convertían bien en soldados o bien en votantes cautivos.
Justamente, el clientelismo se ha encargado de reproducir ese sistema de relaciones, ya no en favor de hacendados (o al menos no siempre), sino en favor de un tándem más variado de beneficiados quienes, de igual manera, basan su permanencia en el poder en la identificación de sus electores.
Latin American Post | Pedro Rojas Oliveros
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